sábado, 13 de julio de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA UN LENGUAJE DE LOROS




Querida Mariana: Vas a decir que es mentira, que soy un hablador, que invento lo que digo. ¡No! Juro que es cierto, el poeta Óscar Bonifaz, Premio Chiapas 2014, no sólo es maestro de literatura, también tiene patentado un curso que se llama “Lección para loros”, de su autoría.
Recuerdo que en algún momento alguien dijo que mi primo Manuel repetía todo “como lorito”. ¿Qué significaba eso? Ah, bueno, pues que Manuel no tenía un criterio propio y decía lo que sus amigos pensaban. Desde entonces llamó mi atención lo que hacían los loros. En casa de mi madrina Clarita había un loro de cabeza amarilla, que permanecía en una jaula, arrinconado en un corredor de la casa. Cuando llegaba a casa de mi madrina, corría a ver los gallos de pelea que tenía en el sitio y luego iba al lugar donde estaba el loro, comiendo granos de elote hervido. Mi madrina amarraba a los barrotes de la jaula uno o dos pedazos de elote, y el loro, desde su palo, picaba como gallina. Me encantaba ver cómo el pico del loro desaparecía y sólo se miraba un amasijo de masa; me encantaba oír el grito que daba el loro cada vez que comía un grano: “Otro, Clara, ¡otro!”, y volvía a picotear la mazorca. Nunca entendí si “El coronel” (que así se llamaba el loro) decía Otro como llevando la cuenta de los granos comidos o, goloso, pedía otro pedazo. El loro hablaba. Repetía lo que tal vez había escuchado de los habitantes de la casa. ¿Qué más decía El coronel? Mi madrina decía que, en la tarde, pedía café y al terminar decía: “Buenas noches, Clara.”, y en la mañana daba los buenos días. ¿Decía malcriadezas como los demás loros del mundo? No, decía mi madrina. El coronel siempre fue un loro muy decente, a lo más que se atrevía era a tutear a su ama, porque, parece, todos los loros del mundo son así. Yo, al menos, nunca he escuchado a un loro llamar de usted a alguien. Todos tutean (o vosean) a sus amos. El loro de mi madrina no decía malcriadezas porque nunca las escuchó, por eso no repetía como loro palabras altisonantes.
El maestro Bonifaz tiene loros en su casa. Los que tiene son recientes. Cuenta que no sabe bien a bien, pero hace poco hubo algo como una epidemia que mató a todos los loros de la cuadra. Dice que es cierto y yo le creo, porque yo le creo todo lo que dice. ¿Cómo no voy a creer que él fue testigo de la creación de un poema de Sabines? ¿Has leído o escuchado ese poema brevísimo que dice: “Hay un modo de que me hagas completamente feliz, amor mío: ¡Muérete!”. ¿Lo has leído? Bueno, Bonifaz cuenta que una mañana estaba en su ranchito “Mónaco”, que está a la orilla de la carretera que va a Los Lagos de Montebello. Óscar estaba en el corredor, escribiendo una novela, cuando vio a Jaime Sabines en la puerta, llevaba una ensarta de chorizos enredada en su cuello. Se quitó los chorizos y dijo que quería desayunar. Bonifaz llamó a la cocinera y le dijo que le preparara “unos sus huevitos con chorizo”, al poeta. Tal vez acá sea necesario decir, por si no lo sabés, que Sabines y Bonifaz fueron como vecinos, porque Jaime Sabines tenía también un ranchito en la carretera a Los Lagos de Montebello, el famoso “Yuria”, así que Bonifaz iba a ver a Sabines a Yuria o Jaime iba a ver a Óscar a Mónaco.
¿Podés imaginar a Sabines, con su altura y ojos claros, con una ensarta de chorizos colgando sobre su pecho? Bueno, pues esa mañana, Sabines se sentó y le contó a Bonifaz que estaba huyendo de su rancho: “Tengo visitas y estoy cansado”. Más tardó en decirlo que en escuchar una camioneta que se estacionaba enfrente de la puerta de entrada. Bajó Chepita, su esposa, y le dijo a Jaime que no fuera ingrato, que en la casa lo estaban esperando, que ellos eran invitados de él, así que le pedía, le exigía, que regresara de inmediato a atenderlos. El tono debió ser estricto. Sabines tomó el cuaderno donde Bonifaz escribía, arrancó una hoja y escribió: “Hay un modo de que me hagas completamente feliz, amor mío: ¡muérete!” Así lo cuenta Bonifaz. ¿Cómo no voy a creerlo si él lo dice? Luego, Bonifaz agrega que es una pena que no se haya quedado con el original, Chepita se acercó, arrebató el papel y se lo guardó.
Bonifaz nunca ha contado qué sucedió después de este destello literario. Nunca ha dicho si Sabines se fue con Chepita a atender a sus invitados o, rijoso, se quedó a saborear los huevos con chorizo, acompañados con frijolitos negros, queso, crema, una salsa molcajeteada, tortillas recién salidas del comal y una buena taza de café chiapaneco. Yo le creo a Bonifaz todo lo que me cuenta ¡lo creo!, porque él es un creador, y yo soy un creyente.
Por eso le creo cuando me dice que hubo algo como una epidemia que mató a todos los loros de la cuadra, y le creo cuando me dice que ahora le está enseñando a hablar a los loritos “nuevos”. Dice que hay (como en todos los salones de clase) uno que es más listo que los otros dos y que ya está diciendo sus primeras palabras.
¿Los loros de Bonifaz llegarán a ser tan decentes como el loro de mi madrina Clarita? ¡Ah, pues, seamos serios, mi niña querida! Quienes conocen a Bonifaz saben que él es un poquito irreverente (un poquito). Una vez, hace años, me topé con él a mitad del parque central, vestía una playera de color rojo, con cuatro letras negras, enormes, abarcando casi la totalidad de su pecho: Cotz. ¿Quién se atrevía, en aquel tiempo, a llevar la palabra Cotz por todos lados? Sólo Bonifaz. Cuando el maestro se jubiló de la dirección del teatro de la ciudad le pregunté a qué dedicaría su tiempo, me dijo que se dedicaría a escribir poesía y una novela que ya había comenzado, además, dijo: “publicaré un periodiquito que se llamará ‘El tutís’” Imaginé que, cuando el periódico apareciera, medio Comitán correría a la Proveedora Cultural a comprar “El tutís”, de Óscar Bonifaz y, luego de leerlo, opinarían que “El tutís” de Bonifaz estaba ¡bien bueno!
Así pues, cuando me dijo que le estaba dando clases a los loros pensé en todo, menos en la decencia de El coronel. Y así resultó, porque me dijo que iba a enseñarme las lecciones (¿Me miraría cara de loro?) Nos paramos y fuimos a un mueble que tiene al lado de la mesa del comedor, buscó un disco compacto, lo colocó en el reproductor y comencé a escuchar lo que a diario escuchan, una y otra y otra y otra vez, los loros. El maestro disfrutaba lo que había grabado y yo, creyente irredento, me columpiaba de la risa. ¿Querés saber qué dice el curso para loros? Sé que querés, pero yo no puedo pasarte copia. Sólo diré que es una seguidoña de frases para que los loros se las aprendan y luego, como loritos, las repitan para solaz y esparcimiento de los amigos que lleguen a la casa. Para que mirés que no soy díscolo te pasaré dos frases: la primera y la última del curso. Te encargo que lo leás como si fueras una lorita, de esas que dicen: “Lola, mi café” “Buenos días”.
“¿Qué quieren aquí, pendejos? ¡Sálganse! ¡Sálganse de aquí!”
“Cotz, cotz con el que sea, con vos.”
Imaginá las demás frases. Son siete frases las que componen el curso para loros, de Bonifaz. Es una lástima que Jaime Sabines ya no está con nosotros. Gozara lo que los loros repetirán.
Es una pena que no exista un muestrario de frases que los poetas chiapanecos enseñaran a sus loros. ¿Qué dirían los loros de Sabines? ¿La de Hay un modo de que me hagas completamente…? ¿Qué dirían los loros de Rosario Castellanos? ¿Qué, los de Efraín Bartolomé?
Algún día, los loritos de Bonifaz aprenderán las lecciones y mientras comen sus granos de maíz, al ver que entra un grupo de amigos a la casa de Bonifaz dirán: “¿Qué quieren aquí, pendejos? ¡Sálganse! ¡Sálganse de aquí!”
¿Hay alguna otra persona en Comitán que haga lo que Bonifaz? El maestro aprovecha los chunches electrónicos y, amplio conocedor de la pedagogía, sabe que es necesaria la repetición constante para el aprendizaje de los conceptos. Por eso grabó ese disco con las frases que desea que sus loritos repitan, insisto, para solaz y esparcimiento de sus amigos.
Yo cometí una indiscreción. Di a conocer el método que él emplea. Lo hago sin su permiso, porque soy un creyente de su palabra y porque cuando vi su carita iluminada al escuchar su grabación supe que todo lo hace para que su pueblo no pierda su identidad, porque (no nos hagamos), los comitecos cultivamos la alta cultura, pero también somos pícaros y nos sorprendemos ante loros habladores como El coronel, pero disfrutamos mucho más a los loros malcriados. ¿Imaginás a un loro que diga: “Cotz, cotz con el que sea, con vos.”? Acá, en esta breve frase hay un rasgo de nuestra cultura. En ninguna otra parte del mundo hay loros que digan esto. Sólo los loros de Bonifaz, aplicados, pendientes, dirán puntualmente la lección y cuando esto suceda será un momento histórico que deberán grabar las cámaras del mundo entero. Mientras tanto, yo cometo la indiscreción. Si ya saben cómo soy, ¿para qué me invitan a escuchar la lección para loros, de Bonifaz?
Posdata: Pucha, antes todo era más reservado, el cotz era para los marimberos, ahora el cotz es con el que sea, con vos. ¡Pucha!