lunes, 29 de julio de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN PAR DE HUEVOS ESTRELLADOS




Querida Mariana: el paisano Francisco Domínguez, quien radica en San Luis Potosí, escribió que, en Comitán, había un señor al que le decían “Chon, huevos de plomo.” Asumí que todo era de cariño. El Chon es un sobrenombre afectuoso. Yo tenía una madrina que se llamaba Asunción y, en casa, le decíamos Chonita, de puro afecto. Nunca he hallado la relación directa entre el nombre de Asunción y el afectuoso Chon, pero debe ser porque alguien, en algún momento, en lugar de decir Asunción dijo Achunchón. En fin. Pero lo que más llamó mi atención fue el complemento: ¡Huevos de plomo! ¿Por qué tal apelativo? Imaginé, entonces, que era porque don Chon era un poco flojo para caminar. ¿Quién camina con calma?, pues alguien que tiene los huevos de plomo. Conocí la historia de un campeón olímpico, Emil Zatopek, que agregaba peso a sus tenis en los entrenamientos, para que el día de la carrera fuera más ágil. Imagino que en el entrenamiento cualquier corredor lo superaba, porque daba las zancadas con mayor esfuerzo, así pues, pensé que a don Chon, huevos de plomo, la comitecada le decía así, porque le costaba ir de un lado a otro, porque quien tiene huevos de plomo no se moviliza con prestancia. E imaginé tal cosa, porque en este pueblo, así como en mil pueblos de Latinoamérica, a los flojos les dicen “huevones” o, con cariño, “huevoncitos”, y a los testículos se les conoce con el nombre de huevos.
No sé qué pensarán las feministas al respecto. A las flojas (que hay muchas, no se hagan) no se les puede decir: huevonas, porque no tienen testículos. Esto me lleva a otra pregunta: ¿Qué relación tienen los testículos con la flojera? Dicen (pero yo creo que es puro mito) que al hombre que anda botado en la hamaca todo el día le crecen los testículos, por la inactividad. No creo que esto sea cierto. Si hubiese algún estudio científico que avalara tal teoría, ya muchos habríamos practicado tal método, para que nos crecieran tantito, porque luego sólo andamos pavoneando miserias. Ya te conté la historia del amigo que se enorgullecía del tamaño de sus testículos, por todos lados presumía sus “huevotes”, así lo decía él. Una mañana le atacó un dolor inédito en la región y cuando su papá lo llevó al médico, éste sentenció que sus testículos no eran tan gigantescos como él creía. La razón del amontonamiento gigantesco era una hernia que tuvieron que operar. Cuando salió del hospital, en lugar del apodo “Huevos de oro” que se había autoimpuesto, los amigos comenzaron a llamarlo “La hernia huevona”.
Cuando escuché el apodo de don Chon, imaginé que el imaginario popular ha impuesto apodos con muchas variaciones. Ya mencioné el apodo de “Huevos de oro”. También escuché, en la ciudad de México, el apodo de “El huevos pasados por agua” que le asignaban a un señor que trabajaba en el Gran Canal, ya que su oficio lo obligaba a estar con el agua hasta la cintura, todos los días. ¿Y qué decir del compa que le decían “El huevo Motuleño”, porque había nacido en la misma ciudad yucateca en que nació Carrillo Puerto, y que se llama Motul?
¿Cómo se le puede decir a una mujer que es floja, que es vaquetona? En términos estrictos no se le puede decir “huevoncita”, ¡no! ¿Qué dice la leyenda que le crece a una mujer que está todo el día botada en la hamaca? Cualquiera dirá que le crece la panza, por la inactividad, pero Juan dice que a las mujeres les crece la panza cuando se acuestan con un “Huevos Escalfados”, que así les dicen a todos los que sumergen el huevo en zonas muy calientes.
Posdata: A mí me da ternura cuando alguien, para decir que no es muy trabajador, justifica su pereza diciendo que es “medio huevoncito”. ¿Oís? ¡Medio huevoncito! ¡Qué manera de quererse! Claro, esto no sirve para alimentar la autoestima de quien no tiene testículos de tamaños más o menos decentes, porque si de por sí ya es una desdicha tener testículos pequeños, ¿imaginás lo que sucede cuando tenés testículos incompletos, chiclán, que les dicen en Comitán?
Doña Rome, que atendía una casa de huéspedes en la Ciudad de México, le encantaba bromear; las mañanas que en el desayuno tocaba preparar “Huevos al gusto”, desde la puerta de la cocina, preguntaba al Chato: “¿Cómo querés tus huevos?”, y el Chato, como fiel patiño, respondía: “Con todas mis ganas.” Todo mundo que estaba en el comedor gozaba el dicho y luego comía los huevos al gusto que servía la servidumbre.
Tal vez, digo sólo que tal vez, la esposa de don Chon, a la hora que estaban encariñándose, le acariciaba los testículos de plomo y le preguntaba, al más puro estilo Chico Che: “¿De quén chon, Chon?”