sábado, 27 de julio de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN PASEITO POR TIERRAS BENDITAS




Querida Mariana: El otro día un amigo de la Ciudad de México me preguntó qué era Uninajab. Me lo preguntó porque en un texto que escribí apareció el nombre. Uninajab, medio mundo de Comitán lo sabe, es como un centro recreativo, en el que hay pozas, donde la gente acude a bañarse. En los años sesenta y setenta, muchos comitecos decían que era como nuestro Acapulco, porque, en esos tiempos, los habitantes del Distrito Federal (hoy Ciudad de México) aprovechaban las vacaciones para ir a las playas de Acapulco. Acá, en Uninajab, en lugar de arena fina hay piedras, pero los cositías, siempre irónicos, decían que vacacionaban en “las playas de Uninajab”. El lugar se ha ido transformando, ahora, Uninajab (llamado por muchos Orinajab) no es el espacio abierto que antes fue. Muchos comitecos adquirieron predios y mandaron a construir enormes residencias con albercas. Los románticos tradicionalistas añoran el Uninajab perdido, pero a los dueños actuales de esos espacios ni les hace roncha esos comentarios, porque cada fin de semana “bajan” a Uninajab a nadar en esas aguas limpias y echan cervecita y comen botanitas ricas y se botan en los jardines y asolean sus cuerpecitos. Uninajab no ha perdido su vocación de lugar de recreo, lo que extravió fue su espíritu de armonía, el aroma de tranquilidad que antes se desperdigaba con generosidad.
Hace como diez días hallé en mi librero el libro “Uninajab. La feliz niñez”, libro que contiene cuatro testimonios de cuatro valiosos comitecos: Ramiro Gordillo García, César Gordillo Vives, Eugenio Cifuentes Guillén y Armando Alfonzo Alfonzo. Como lo consigna el título, los cuatro autores hablan de una feliz niñez que vivieron en el espacio llamado Uninajab.
En los años sesenta, Acapulco ya era un lugar paradisiaco visitado por muchos turistas de México y del mundo. Se hizo famoso gracias a que sus visitantes eran famosos, por ahí anduvieron grandes estrellas del cine mundial que hicieron que Acapulco tomara una fama de dimensión internacional. Cuentan que Frank Sinatra (La voz) cumplió su deseo de pasar un cumpleaños en Acapulco, a pesar de que el cantante tenía prohibición de visitar el país, por cuestiones de índole política. Sinatra adoraba de tal manera Acapulco que llegó en forma incógnita. ¿Quién no recuerda que el famoso Tarzán, Johnny Weissmuller, vivió en Acapulco? No sólo vivió en esas playas, sino que ahí murió. Muchas personas cuentan que el famoso Tarzán, ya viejo, incluso con problemas de memoria, salía a la terraza de su residencia y desde ahí lanzaba el grito que lo hizo famoso en todas las pantallas del cine. ¿Por qué Tarzán eligió Acapulco como el lugar para vivir sus últimos años de vida? Porque filmó una película ahí y cuando la filmó se enamoró del lugar.
Muchas celebridades elegían Acapulco para pasar su luna de miel. ¡Quién sabe cuántos pichitos de famosos fueron engendrados ahí, en la fina arena de las playas acapulqueñas! En fin, lo que quiero decir es que así como Acapulco se hizo famoso, Uninajab se hizo famoso con los comitecos y fue como el territorio consentido para pasar unas vacaciones inolvidables. Los niños que “en las temporadas” acudían a nadar en las pozas de Uninajab se hicieron grandes, olvidaron muchas cosas de su vida, pero algo inolvidable fue su experiencia Uninajabera.
El libro “Uninajab. La feliz niñez” habla de los recuerdos de cuatro chiquitíos comitecos que crecieron y decidieron que esos recuerdos debían compartirlos en un libro para que se volvieran eternos y no se extraviaran en el camino de lo incierto. Nuestros cuatro célebres paisanos tuvieron razón: Uninajab se iba a transformar hasta llegar a lo que ahora es, un lugar de recreo casi exclusivo para exclusivos.
Así como en Acapulco, los millonarios de la Ciudad de México construyeron enormes residencias con albercas incluidas, la gente pudiente de Comitán mandó a construir grandes espacios en Uninajab.
¿Cómo era antes? Uf, hay miles de testimonios. Muchísimas personas, ya mayorcitas, pueden contarte su recuerdo, porque cientos de comitecos fueron algunas o muchas veces a Uninajab. Bueno, con decirte que yo, el escaso, anduve dos o tres ocasiones por ahí. Iba porque por ahí andaba el rancho de Quique (Santa Lucía) y toda la plebe pasaba a echarse un bucito en la poza de doña Mariana (Mariana Pérez). Se llamaba así, porque tu tocaya, una de las meras meras de San Sebastián, acudía a Uninajab en todas las temporadas y casi casi era dueña de la poza donde crecía un enormísimo amate. Pero, si querés disfrutar más ese ambiente, debés leer el libro escrito por don Ramiro, don Eugenio, don César y don Armando. Ellos, poseedores de la gracia de contar las cosas, vivieron un Uninajab que hoy se antoja ya muy distante. Y digo muy distante, porque en ese tiempo no había las residencias actuales; es decir, los visitantes que se quedaban durante una semana o más tiempo mandaban a hacer jacales en los que pernoctaban. ¿Había luz eléctrica? ¿Restaurantes? No, jamás de los jamases. Era un Uninajab casi intocado por la mano del hombre. El disfrute de los visitantes de esos tiempos era precisamente ese contacto con la naturaleza, en la forma más desnuda, más auténtica.
Mirá, te paso copia de un fragmento del testimonio de don Ramiro: “Según narraciones de mi padre, desde el siglo pasado (siglo XIX, apunto yo) muchas familias de Comitán iban de vacaciones en marzo, abril y parte de mayo a Uninajab (temporada de baños), se establecían en el Amate o en La Mesa donde hacían jacales de palma real y ramas, algunos los cubrían por dentro con petates para protegerse del aire, ya que es una región de vientos.”
¿Mirás qué maravilla? ¡Ah, bendito don Ramiro, benditos los cuatro escritores, benditos todos los mayores, que nos heredan esos testimonios que nos hablan de una riqueza diáfana y sencilla! Sí, los niños de esos tiempos se divertían con cosas simples, por eso, cuando crecieron, esos recuerdos fueron como piedritas para cuidar y proteger.
¿Mirás qué dice don Ramiro? “Hacían jacales de palma real y ramas, algunos los cubrían por dentro con petates”. Quique me ha contado que las familias conseguían juncia y ésta la regaban en el piso del jacal y encima colocaban los petates para dormir. ¡Era un lujo! Imaginalo. El aroma a juncia era el aroma que inundaba “la recámara”. Digo yo que hasta los inevitables pedos nocturnos perdían su cara agresiva. ¿Quién puede poner cara de albañal cuando está al lado de una alfombra de aromática juncia fresca?
¿Qué recuerda don César? Entre muchas otras cosas dice: “En las tardes, y si no había mucho viento, se tendían petates, fuera de los jacales para que los señores jugaran a los dados (…) por las noches, tres juegos eran los preferidos: “los tiznados”, “las prendas” y la lotería.”
No sé (bueno, sí sé, pero me hago tacuatz) cuál de los tres juegos era el más divertido, el más sugerente. Tal vez (digo sólo que tal vez) el juego de “las prendas” es el que suena como más seductor. Imagino que era el juego donde el perdedor debía dar una prenda para rescatarla luego mediante un castigo. La prenda era un peine, un arete, un anillo y cosas así. Lo más interesante del juego aparecía cuando el perdedor debía recuperar su prenda, porque debía pasar la prueba que le imponía el grupo. Imagino que en ese tiempo el castigo que recibía fulanita era que debía besar a sutanito. Pucha, imaginá la escena nocturna, en el campo, al amparo de las luciérnagas y de las estrellas, con el viento bailando por en medio de los cuerpos libres.
¿Querés saber qué más platican estos cuatro paisanos? ¿Qué cuenta Eugenio Cifuentes? ¿Qué, Armando Alfonzo Alfonzo? Bueno, te invito a que le entrés al libro “Uninajab. La feliz niñez”, y luego te invito a que subás a tu auto y vayás a Uninajab, para ver los cambios que se suscitaron desde esos años hasta los actuales. Sé que los visitantes de ahora escribirán sus testimonios dentro de varios años y con esto se hará la continuidad de los recuerdos, los lectores de finales del siglo XXI podrán tener a la mano una secuencia de hechos y de transformaciones.
Posdata: ¿Los tiempos pasados siempre fueron mejores? Quién sabe. Fueron, y esto es una certeza, diferentes. Los habitantes de estos tiempos disfrutan Uninajab al ciento por ciento. Este espacio recreativo no lo hicieron famoso los famosos, como sí sucedió en Acapulco, acá fue gente modesta, sencilla, la que se apropió de este espacio maravilloso y le dio el brillo y lustre que ahora ostenta. Ahora, poseer una residencia en Uninajab, es como ser rico de Acapulco.