jueves, 8 de agosto de 2019

CARTA A MARIANA, CON AROMAS DE INFANCIA




Querida Mariana: Esta carta está llena de algodones de París. Más que palabras te lleva nubes rosas. ¿Mirás cómo el hombre parece un mago? Levanta su brazo derecho y forma esa nube que está suspendida en el aire tibio de Comitán. Tenía años, añísimos, que no veía a un hacedor de algodones. ¿Mirás lo que digo? Hacedor de algodones. No es un oficio sencillo ni común. Don Julio César tiene años de dedicarse a este oficio. Los algodones han permitido que mantenga a su familia, familia que acá muestra a tres de sus integrantes: el mago de las nubes rosas, la esposa y una hija. Me detuve cinco minutos para ver el proceso y en ese tiempo fui testigo de lo que acá se ve. El mago echaba azúcar en un cono invertido de la máquina y, con una varita, iba dando forma al algodón, para que quedara así, esponjadito; su esposa recibía el algodón terminado y, de inmediato, lo colocaba en la bolsa de plástico, que la niña recibía con singular atención. Mientras el mago comenzaba, como hilandero, a enrollar los hilos de azúcar en una nueva varilla de madera, la mujer colocaba el anterior en una barra metálica con orificios, para hacer el árbol de los algodones. Me encantó ver cómo se acoplaban y cada uno ejercía la parte que le correspondía. La niña, en cuanto su mamá introducía el algodón en la bolsa y lo llevaba al árbol, tomaba una nueva bolsa, la abría y la colocaba en el medio aro que tiene integrado el chunche, en espera del nuevo algodón.
Esta familia es hacedora de nubes rosas y hacedora de árboles de algodones.
No sé qué pensés vos de esta actividad, porque hay mil pensamientos. Mientras estuve ahí, un señor, ya mayor, se paró enfrente, sacó su celular, tomó una fotografía y me dijo, un tanto molesto: Es el colmo, el parque ya se convirtió en un mercado. Horrible. Y se fue.
Yo, ese día, pensé que era mágico que ese hombre estuviera ahí, frente a todos, para enseñarnos cómo se forman nubes rosas.
Por lo regular he visto a vendedores de algodones en parques y en plazas públicas. Ellos ya llevan algodones un poco esmirriados. Acá, los algodones estaban calientitos, recién salidos de la boca dulce. Don Julio César me explicó que su intención era esa, precisamente. Cuando tuvieron diez algodones apagó la máquina. Dijo que en cuanto los vendieran comenzaría a hacer más, para que los niños disfrutaran el algodón, tuvieran esa sensación única de comer una nube, de que el azúcar se deshace en cuanto entra a la boca. No hay sensación gustativa más deliciosa en el mundo.
Pero, ahora, el negocio de la venta de los algodones ya no es como antes. Ha bajado la venta de don Julio César. ¿Por qué? ¡Por el azúcar! Las mamás saben que esas nubes están hechas de puro azúcar, por lo tanto, ya no compran esos algodones como antes. Don Julio César dice que les da miedo esa enfermedad terrible que se llama diabetes. ¿De verdad es así? Yo presencié el proceso de formación del algodón y me di cuenta que un algodón lleva más o menos dos cucharadas de azúcar. ¿Cuánta azúcar contiene un jugo jumex que todas las mañanas la mamá coloca en la lonchera del niño? Hice la comparación y concluí que el algodón tiene la mitad del azúcar de un jugo embotellado.
Mis recuerdos de niñez siempre tienen la flor de los algodones y de los globos. Recuerdo con precisión las tardes en que iba al parque, tomado de las manos de mis papás, y miraba aparecer por un lado al globero y por otro lado al algodonero. Ambos, genios, cargaban una vara enorme para que los globos y algodones estuvieran por encima de todas las cabezas. Los globos y algodones eran como zepelines, volaban hacia mí. En cuanto los veía, yo subía la mirada y miraba a mi papá y luego a mi mamá. Ellos sabían lo que quería. Mi mamá asentía. Yo me ponía feliz. Mi papá llamaba al globero y yo elegía un globo plástico, amarillo, y en cuanto lo tenía en mi mano, enredaba el cordel en mi dedo medio y comenzaba a jugar con el globo, en un movimiento de ida y vuelta, el globo chocaba contra mi palma y regresaba al aire, así, una y otra vez. En la otra mano, mi mamá me ponía el algodón y yo, suspendiendo el juego del globo, dejaba que mi mamá me diera gajos de algodón en mi boca. El gajo tardaba más en entrar a mi boca que en deshacerse, esa desintegración era la cosa más sublime. En ese tiempo pensaba que las nubes, las verdaderas, eran la comida de los dragones, porque a veces el cielo de mi pueblo estaba lleno de nubes, pero al rato las nubes desaparecían y el cielo se quedaba vacío. ¡Ah!, pensaba, ya pasaron los dragones y se atragantaron con esas nubes panzudas. Así pues, yo era como un cachorro de dragón cada vez que mi boca, caliente, deshacía las nubes rosas, que ahora ya no se ven con la frecuencia de antes.
Posdata: Don Julio vive con su familia en el barrio de la Cruz Grande y ofrece sus servicios de algodones y manzanas acarameladas para fiestas infantiles y eventos especiales. Si yo tuviese nietos contrataría sus servicios, para que en patio de mi casa (si tuviera casa con patio) colocara su máquina, para que todos los niños vieran cómo el mago hace las nubes rosas.