viernes, 23 de agosto de 2019

CARTA A MARIANA, CON BUENOS TIEMPOS




Querida Mariana. “Nos tocaron buenos tiempos”, dijo mi mamá. Tejía y miraba la televisión. En el noticiario exhibían unas tomas de playa, por vacaciones; pero también aparecían imágenes de bloqueos y asaltos carreteros. “Nos tocaron buenos tiempos”, dijo mi mamá y platicó que mi papá, al otro día que se decretaba el fin de cursos escolares, nos urgía a preparar maletas para ir de vacaciones. Y, tiene razón mi mamá, en esos tiempos viajábamos sin apremios, salvo algún deslave carretero o un eventual desperfecto mecánico del autobús, llegábamos con dicha a nuestro lugar de destino. Con mis papás conocí muchos lugares de la república y un cachito de Guatemala y otro de Estados Unidos de Norteamérica. Jamás soñamos con Europa o con otro continente. ¡No! Nuestras vacaciones nos enviaban a ciudades mexicanas. Con mis papás conocí la península yucateca y la península bajacaliforniana; es decir, anduve de extremo a extremo de México. Los buenos tiempos permitían que camináramos las ciudades con tranquilidad. Mis papás fueron grandes cinéfilos (mi mamá y yo seguimos buscando películas en la televisión y las vemos con agrado), por eso, en toda ciudad preguntábamos por alguna sala cinematográfica (en ese tiempo, casi siempre, hallábamos una sala cerca de la zona céntrica). Tengo en el recuerdo muchos detalles de esas salas que, a final de cuentas, no eran tan diferentes de los cines de mi pueblo. Las salas cinematográficas son como los templos católicos. Había salas magnificentes, enormes, con vestíbulos que parecían hoteles de lujo, con butacas cómodas, pero, igual que las salas pequeñas, húmedas, con sillas de madera, se llenaban de cinéfilos que disfrutaban las cintas proyectadas en pantallas que, de igual manera, podían ser enormes o discretas sábanas blancas.
Como mi papá era su propio jefe en cuanto me tocaban vacaciones escolares nos trepábamos al autobús para ir a la playa, donde subíamos a un barco; o ir al centro del país donde nos trepábamos al ferrocarril o al avión, para llegar a otro lugar. Como chapulines íbamos saltando de ciudad en ciudad. En cada ciudad yo me sorprendía ante la variedad de comidas, plazas, juegos, modos de ser y de ver la vida.
Hoy, como entonces, la gente sigue viajando, pero ahora (qué pena) como los tiempos ya no son los que a nosotros nos tocaron, a veces el viaje se convierte en tragedia. En nuestros tiempos los conductores eran más respetuosos de los límites de velocidad, eran bolos igual que hoy, pero no bebían trago cuando conducían, esperaban a llegar al puerto y entrar a una palapa para beber cervezas acompañadas con una orden de camarones al mojo de ajo o un pescado a la talla. En nuestros tiempos no había celulares, por lo tanto, los conductores no cometían la estupidez de ir “texteando” o viendo su celular mientras conducían. ¡Qué falta de sentido común! En nuestros tiempos, los autos no desarrollaban las velocidades que ahora desarrollan. En nuestros tiempos, existía un mínimo de edad para conducir, ahora, los muchachos suben a los autos, beben cerveza, llevan el reproductor de música a todo volumen, consultan sus celulares y manejan como si lo hicieran en una pista de fórmula uno.
Sí, mi mamá tiene razón: Nos tocaron buenos tiempos. Viajábamos con seguridad. Al regreso al pueblo contábamos todas las maravillas que habíamos experimentado: los atardeceres en el mar, la vista de los volcanes, la visita a los museos, a los zoológicos (donde había conocido a los elefantes y a las jirafas), a los templos con sus infaltables velas prendidas, a las plazas llenas de fuentes y pájaros gritones. Eran buenos tiempos. La vida era espléndida. Regresábamos a nuestro pueblo e íbamos al Cine Comitán o al Cine Montebello y comíamos los taquitos dorados y los comparábamos con los comidos en las otras salas del país y concluíamos diciendo que los nuestros eran los mejores, pero también reconocíamos que las palomitas de aquellas salas eran mejores y el interior de esas salas eran más bellos. Platicábamos de las películas disfrutadas, porque en cines de la Ciudad de México, por ejemplo, veíamos películas que, quién sabe por qué, no llegaban a nuestra ciudad amada.
Posdata: Sí, tiene razón mi mamá: Nos tocaron buenos tiempos, buenos tiempos para viajar, buenos tiempos para vivir.