miércoles, 21 de agosto de 2019

CARTA A MARIANA, CON PECADOS Y OTRAS PERVERSIONES




Querida Mariana: Pedrito es travieso. ¡Ay, Pedrito! Siempre, Pedrito. Le digo Pedrito de cariño, pero ya es mayor, tiene más de setenta años, años en que, como conejo, ha cultivado miles de travesuras. Ayer, mientras bebía una cerveza debajo del árbol de durazno (que este año dio unos bien grandes y jugosos), dijo que, así como hay Día del Padre, Día del Abuelo, Día de la Bandera, debía existir el Día del Pecador. ¿Qué? Sí, bebió el resto de su cerveza, depositó el bote en un basurero que tenía al lado, abrió otra lata, que sacó de una tina llena de hielo, y dijo que eso sería honrar a la invención más perversa del universo. ¿A poco no?, dijo, pasándome el platito de chicharrón. No, perdón, ya sé que vos no comés más que pasto. En apariencia has vencido el pecado de la gula, dijo, aunque luego rectificó y dijo que tal vez yo era goloso a la hora de entrarle a las verduras, porque si no no estaría pasado de peso.
¡Qué cosas se le ocurren a Pedrito? ¿Día del pecador? Y, como dice Karla: ¿Como para qué?
¿Para qué, el calendario cívico, creó el Día de la Bandera? Para honrarla, para recordarnos que es uno de los símbolos patrios. Lo mismo sucede con el Día del Abuelo, por ejemplo. Ese día recordamos que los abuelos existen y les llevamos un regalito y les damos un abrazo y escribimos textos bondadosos, aunque (ya nos lo han dicho) no es más que un pretexto que crearon los publicistas para fomentar el consumo, aunque sepamos muy en lo íntimo que al día siguiente los abuelos seguirán olvidados en una esquina de la sala, recuperando su triste condición de muebles viejos.
Pedrito dice que crear el Día del Pecador, sería un poco como quitarle la máscara terrorífica que el pecado ha tenido desde siempre. Dice que los creadores de la Biblia eran, por decir lo menos, perversos. ¿A quién se le ocurre condenar al ser humano al destierro eterno, fuera de El Paraíso, como castigo por desobedecer una indicación divina? A una mente perversa, se responde. La desobediencia es un pecado, pecado es lo que cometieron nuestros primeros padres: el pecado original, le llaman.
Pedrito dice que de ahí para el real. Dice que uno de sus traumas mayores viene de tiempos en que era acólito en el templo y, cada mes, debía hincarse frente al sacerdote, adentro del confesionario. Ahora dice que ya no entra a ningún templo. Ha visitado muchas ciudades del mundo, pero cuando el guía invita al grupo a entrar al interior de un templo (por ejemplo, Notre Dame, en París), él se queda afuera, observando la fachada e imaginando la belleza de la nave. No imagina cuál sería su reacción al toparse con un confesionario, símil del potro de una sala de tormento. No había cosa peor que hincarse ante el sacerdote y escuchar la frase lapidaria: “Dime tus pecados”, porque doña Epifania, la viejita que daba la doctrina, en la capilla de la Santísima Trinidad, le había enseñado que el pecado era la forma en que el demonio tentaba a las almas buenas y puras, y él, hijo del pecado, siempre andaba cayendo en las tentaciones, porque sacaba monedas de la gaveta para comprar los nuégados que tanto le gustaban y eso era ¡robar!, y, en las noches, cuando se metía debajo de las colchas y todo estaba oscuro tenía pensamientos, pensamientos pecaminosos, y se agarraba su pilín parado y se lo jalaba y eso, eso que le provocaba un placer dubitativo, era pecado, era lujuria, uno de los pecados capitales. ¡Dios mío, era un gran pecador, un hijo predilecto del demonio! Gracias a Dios, en su infinita bondad, cuando él vomitaba frente al sacerdote todos sus pecados, el cura, bondadoso, lo perdonaba y le imponía una penitencia, para que él, de nuevo, volviera a ser el niño buenito, pero, ¡ay, Dios mío!, cuando llegaba a la casa, después de haber recibido el cuerpo de Cristo en la delgada hostia, y se sentaba ante la mesa donde la sirvienta había servido una serie de tortillas con nata, no podía resistir a la tentación demoniaca de comer más de tres, cuatro tortillas, y caía en el pecado de la gula y, en lugar de gozar el acto de degustación, una piedra enorme entraba al comedor y se le trepaba como tacuatz sobre su espalda y sentía una gran culpa, que se acumularía en la noche, a la hora que se jalara su pilín, y aumentaría de forma brutal a la hora que se levantara y, a la hora del desayuno, no pudiera evitar la tentación de comer dos o tres rosquillas, cuando las normas del buen ciudadano recomendaban una ingesta moderada y no la chuchez que a él lo invadía, pero él era un simple mortal y caía redondito ante las infaltables tentaciones del demonio. Era uno de los pecadores más grandes que habían existido en toda la historia de la humanidad y esto le creó una serie de complejos que le evitó el disfrute de cualquier placer, porque ya no se sentía bien recostado a la orilla de la alberca en tiempo de vacaciones. ¿No era aquello muestra de pereza? ¿Y qué pasó cuando deseó a la mujer de su prójimo, mujer que estaba de muy buen ver y de mejor tocar?
Por eso, Pedrito dice que crear el Día del Pecador haría que la piedra infinita perdiera un poco de su carga perversa. Todo mundo (porque todo mundo es pecador) se abrazaría, bebería en nombre de esa desgracia. Ponerle una sonrisa a esa máscara demoniaca permitiría que perdiera su color rojo inmenso y tomara un suave color naranja. Reconocer que uno es pecador, sin la solemnidad del “Yo pecador” que se reza en el interior de los templos católicos, haría que el pecado perdiera su cara de tormento infinito.
¿A quién se le ocurrió decir que el primer acto de amor realizado por Adán y Eva era un pecado, el pecado original? A una mente perversa y retorcida.
Todo esto me lo dijo Pedrito, mientras bebía una y otra cerveza, mientras comía chicharroncito de hebra, con tostaditas, frijol de la olla y quesito y crema y salsa molcajeteada. Lo hacía sin complejo alguno, como si ya no necesitara entrar a la cueva oscura del confesionario, como si, para botar sus pecados, le bastara sentarse debajo del durazno y recibir la lluvia divina de la sombra divina.
Posdata: ¡Ay, Pedrito, Pedrito! ¿Día del Pecador? ¡Qué cosas se le ocurren! ¿Qué le regalaría a su mujer? ¿Qué diría la fulanita de tal, cuando el grupo de sus amigos le dieran un presente, la abrazaran y le dijeran: Feliz día, pecadora? Pedrito dice que se sorprendería, pero al segundo posterior, sacaría la botella de tequila, pondría música y se pondría a bailar arriba de la mesa, y convertir al pecado en motivo de festejo sería algo como una bendición. Bueno, eso es lo que Pedrito dice. ¿Qué pensás vos?