jueves, 15 de agosto de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE ANGELITO GABRIEL




Querida Mariana: Digo que en esta carta aparece Angelito Gabriel, y esto es como decir que aparece uno de los mejores fotógrafos que ha parido esta tierra.
Muchos amigos y conocidos lo tratan así: Angelito Gabriel, porque éste es el nombre que él ha elegido para que el mundo lo reconozca. Se trata con cariño, con el mismo cariño con que él trata a su cámara y a sus modelos.
Hace años que conozco a Gabriel. No diré que tengo mil años de conocer a Gabriel, porque sería ofenderlo, porque él es muy joven, tan joven como joven la luz que es su aura permanente, porque (todo mundo lo sabe) los ángeles siempre están rodeados de un aro de luz que los protege de la maldad del mundo y los hace seres especiales. Angelito Gabriel, a pesar de ser un ser que pertenece al Monte Olimpo donde, dicen los que saben, juguetean los dioses con las mortales, es, asimismo, muy terrenal. Muchos comitecos se topetean con él en subidas o bajadas, en la calle o en el café, en la montaña o en el valle, siempre, como fauno artístico, persiguiendo muchachas bonitas. Estas muchachas se dejan seducir, porque saben que si posan para una sesión fotográfica de Angelito Gabriel será su entrada al espacio donde sólo las elegidas tienen entrada. Digo que Angelito Gabriel es uno de los mejores fotógrafos que ha parido esta tierra (hay varios, por fortuna), pero sostengo que no hay otro en esta tierra que haga los estupendos retratos que él hace de muchachas bonitas. Su archivo personal es el álbum más hermoso de las chicas más hermosas de este planeta. Su talento es digno de las chicas comitecas, como lo sería si estuviera en Hollywood o en Cannes.
Digo que conozco desde hace muchos años a Angelito Gabriel, como buen viejo diría que lo conocí desde que era una criaturita y se trepaba a las piernas de su papá, en la vieja sala de su casa, para escarbar en libros ilustrados.
Como le dije hace días, en ese momento no advertí que estaba frente a un niño que, pasado el tiempo, llegaría a ser uno de los grandes. Sé que su arte, poco a poco, como debe añejarse el buen vino hijo de la luz, irradiará el mundo, porque en su nombre está signado su destino: Él es un hombre cuyo sino es dar nuevas buenas, es el enviado de Dios para llenar de aire los cuerpos y espíritus de muchachas bonitas, es el hijo de la madre luminiscente.
Acá, en esta carta, donde aparece Angelito Gabriel, aparte de lo que ya dije, quiero contarte algo que espero vos me expliqués. Angelito siempre que me ve me dice que lo mío, lo mío, es la fotografía. “Padrinito -me dice Gabriel- no me gusta lo que escribís; en cambio, me gustan las fotografías que hacés”. Angelito Gabriel es mi ahijado (como decimos los comitecos, en plan de reclamo afectuoso: ¿Quién será tu padrino?). Angelito Gabriel, muy serio, con la cámara sujeta a una cinta atada al cuello, me dice que muchos escritores (más o menos de mi edad) dejaron la pluma y el cuaderno y se dedicaron a la fotografía. Yo no sé por qué, cuando dice lo que dice, pienso en Juan Rulfo, quien, aparte de ser uno de los mejores escritores de lengua española (Carlos Fuentes sostenía que la mejor novela mexicana del siglo XX, sin duda, era “Pedro Páramo”, yo lo dudo, pero bueno, esto es ajo de otro platillo.) llegó a ser un excelso fotógrafo. Pero, la verdad, la verdad, no soy Juan Rulfo y en este sentido le doy crédito a lo que Angelito Gabriel sostiene respecto a mi escritura. Aspiro a escribir algún día la uña de Pedro Páramo, pongo mi intelecto y emoción a la hora de redactar un textillo para que el páramo de mi creatividad siembre algún árbol que, aunque sea torcido, dé cuenta de mi pasión por las palabras. Y, luego, la verdad, la verdad, tampoco poseo el don de lo que Angelito Gabriel dice que es lo mío, lo mío. No, con perdón del pensamiento de mi ahijado, digo que lo mío, lo mío, es la escritura. Las fotografías que subo a las redes sociales son mera ilustración de mis palabras. Me interesa que, en este siglo de la imagen, el lector no se quede con la fotografía, sino que, con una cucharita, paladee cada una de las palabras que encaramo en ese árbol inmenso donde aparecen nombres ilustres como el de Juan Rulfo, como el de Fernando Del Paso, como el de Julio Cortázar, como el de Gabriel García Márquez. Pero no soy como ellos, por esto, cada mañana, a las cuatro, debo ponerme a hacer rounds de sombra. “No me gusta lo que escribís”, dice Angelito Gabriel, sostiene que debería dedicarme a lo mismo que él se dedica: a tomar fotografías; pero, así como sostengo que no soy el genio que fue Juan Rulfo, así sostengo que no soy el genio que él es, porque, esto sí, medio mundo reconoce que el genio de la luz para el retrato femenil es mi ahijado. ¡Ah, qué mirada tan de Dios juguetón, tan de ardilla ojo azul! Angelito Gabriel está destinado a dar nuevas buenas a todo el mundo y todo el mundo recibirá su don, porque, la verdad, la verdad, lo suyo, lo suyo ¡es la fotografía!
Posdata: Para demostrar que lo mío, lo mío, no es la fotografía, te paso copia de una instantánea que le tomé la noche de elección de reina de la Expo Feria Internacional Comitán 2019. Lo hago sólo para que mirés que soy muy mal fotógrafo. Esta imagen está fuera de foco y oscura, pero sí da cuenta de la grandeza del genio a la hora que, inmenso ángel de luz, capta el instante que vuelve eterno.
Esta carta, después de todo, es para decir que lo suyo, lo suyo, es la fotografía; y que, aunque él diga lo contrario, pienso que lo mío, lo mío, es la escritura. Sé que la misma víbora metálica que le rodea el cuerpo a la hora que está frente a una muchacha bonita y oprime el botón de la cámara, es la misma serpiente que me rodea el espíritu a la hora que redacto un textillo.
Sólo en una cosa coincidimos: Lo nuestro, lo nuestro, es ¡la vida! Somos enviados para hacer eternos los instantes, él con la imagen y yo ¡con la palabra!, porque la palabra es la luz de la imagen.