lunes, 19 de agosto de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN HILO INVISIBLE QUE UNE ALGO DESUNIDO




Querida Mariana: Acá hay dos elementos disímiles: una flor y una taza, la mano de la naturaleza y la mano del hombre. Es una flor pequeña y una taza pequeña. La flor nació en el estanque de la casa; y la taza me la trajo Memo, al regreso de un viaje que realizó a Chile.
La taza es el recuerdo de la visita a la casa de Pablo Neruda, y la flor es recuerdo de mi casa. Pensé que debía unir ambos elementos, sólo para la foto, sólo para la carta que te escribo.
Lo hice para decir que la vida es la conjunción de elementos sencillos. Lo hice para decir que la vida otorga dones enormes, a través de hilos livianos.
Tal vez no lo distinguirás en esta fotografía, pero la flor no es más grande que un puño de niño de ocho años, y la taza, de igual manera, es una taza pequeña. Para darte una idea de su tamaño diré que la taza mide 7 cm de alto y seis de diámetro. ¿Mirás? Es pequeña. Como especial para beber un café Expreso, para una bebida concentrada.
Yo, lo sabés, no bebo café, pero esta taza la uso, por las mañanas, para beber té. Sirvo mi té en una taza normal, digamos, y luego decanto un poco en esta tacita chilena y bebo de ahí. Eso lo hago en el primer sorbo, ya luego tococheo el té en la taza grande, pero el primer sorbo, el más caliente, el que llena de un calor sabroso a todo mi cuerpo y espíritu lo tomo de la taza chilena, como un homenaje a don Pablo y como un abrazo permanente al amigo que se acordó de mí en su viaje. Memo entró al recinto sagrado del poeta chileno y pensó en mí. Sé que mi relación con la literatura hizo que él amarrara una cinta de luz en esa tacita. Si siguiera bebiendo traguito, Memo me hubiese obsequiado una botella del excelente vino blanco chileno, pero como mis aguas se remojan en ríos de libros, él me obsequió un hilo del poncho de don Pablo.
Por esto, ahora tomé esta fotografía de la taza en el borde, porque esa mañana abrió la flor en el estanque que está en la entrada de la casa, que tiene peces en su interior y que es como un ojo donde, cada día, la vida se manifiesta.
Nunca había presenciado, en un espacio tan pequeño, una manifestación de vida con tal esplendor. Esto es como las odas que Neruda escribió, como aquella oda a la alegría que en algunos de sus versos dice: “Alegría / hoja verde / caída en la ventana, / minúscula / claridad / recién nacida… “
Cuando meto el auto y cierro el portón y veo el estanque de mi Paty recuerdo el inicio de esa oda: “hoja verde, caída en la ventana”. Verde en la ventana de la mirada, en el pocillo donde reposa la luz.
En la “Oda a los poetas populares”, Neruda dice lo siguiente: “…En el antiguo corazón / del pueblo / habéis nacido / y de allí viene / vuestra voz sencilla…”
Neruda se convirtió en un poeta popular, lo mismo que Sabines, en Chiapas, porque los poemas de ellos están en el imaginario colectivo. Hay muchas personas que saben fragmentos de ellos, sin necesariamente conocer más de su producción literaria. Sucede lo mismo con fragmentos musicales de grandes autores clásicos. A veces escuchamos a un mecánico automotriz, lleno de grasa, debajo de una camioneta, silbando una pieza musical que, sin mucho conocimiento, resulta que es fragmento de una sonata de Bach. Lo mismo sucede con el conocidísimo principio de “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”, del buen Pablo.
Uní el estanque de mi Paty con el obsequio de Memo para jugar tantito, para decir: “Puedo escribir las flores más bellas del estanque; escribir, por ejemplo, la luna de agua está floreada y tiritan, verdísimas, las hojas en mis manos…” Digo que es un juego, querida Mariana, porque la gente juega también (sé que lo has oído) con el inicio de ese poema. Yo escuché una noche, en una fonda, que un joven se ponía de pie al recibir la orden de tacos y decía: “Puedo comer los tacos más gordos esta noche” y luego alzó la lata de cerveza y brindó por Neruda.
Lo popular, dice Neruda, nace “del antiguo corazón del pueblo”, por eso tiene una “voz sencilla”.
Sencilla ¡la vida!
Posdata: El otro día, Juan Carlos Gómez Aranda hizo favor de enviarme una fotografía que tomó en el barrio italiano, de San Francisco, California, USA. Él iba en el segundo piso de un autobús turístico y vio el letrero del número 373, que, con letras grandes, dice: “Molinari. Delicatessen.” Juan Carlos tomó la fotografía y me la envió; es decir, en un viaje de recreo, él pensó en mí al ver mi apellido escrito en esa tienda que, sin duda, ofrece productos selectos, exclusivos. Ahora que te escribo esta carta, yo pienso en Memo y en Juan Carlos, y pienso que la amistad es como tomar un café en una taza pequeña, mirar cómo se abre una flor sencilla en un sencillo estanque. No siempre se rompe la taza y cada uno va a su casa. No siempre.