lunes, 12 de agosto de 2019
CARTA A MARIANA, CON DOS ÁNGELES HINCADOS
Querida Mariana: ¿Ya viste a los dos ángeles del templo de San José? Sí, el templo de San José, en Comitán, tiene, al centro, una imagen de San José con su hijo Jesús, y, en los nichos inferiores tiene dos ángeles hincados, con alas soberbias. Los ángeles postrados rinden honran al santo que en esa iglesia se venera.
El templo de San José es un templo cercano al centro de Comitán, está a cuadra y media del parque central. Tres son los templos más cercanos al parque central. Tenemos el templo de Santo Domingo, que, por estar dedicado a nuestro santo patrono, está mero en el centro; luego está el templo de El Calvario; y, por último, el templo de San José, que es el templo consentido de los comitecos para realizar bodas. A los novios les encanta el aura que envuelve el interior de la nave del templo. ¿Será porque cuando los novios se hincan ante el retablo, para jurarse amor eterno, adoptan la misma posición de esos ángeles?
La pareja que acá se ve renovaron su promesa, ante la imagen de San José. Hubo un instante en que se hincaron como ángeles ante la imagen de quien representa, para la comunidad católica, el pilar fundamental de la familia: San José. Porque este santo varón, en unión de su esposa, la Virgen María, y su hijo Jesús, formaron lo que se llama La Sagrada Familia.
La pareja que acá se ve renovó la promesa de apuntalar a su sagrada familia, porque ellos, esa noche, reafirmaron sus votos formulados hace sesenta años, ¡sesenta años! ¡Pucha, qué prodigio de lazo de diamante!
Siempre he sido muy respetuoso de los diversos modos en que se constituyen las parejas. Me encanta que Mercedes y Ramón llevan como veintidós años juntos, tiempo en que procrearon tres hijos y uno de ellos ya los hará abuelos. Nunca pasaron por templo alguno, nunca pasaron por registro civil alguno. Ellos, como dicen en el pueblo, se rejuntaron. Un buen día decidieron que la vida compartida sería más efectiva y comenzaron a vivir juntos y, hasta el momento, han formado una familia ejemplar.
Ahora, me cuenta Ericka, muchos jóvenes viven juntos, pero separados. Son pareja, pero cada uno tiene su propia casa. Tal vez lo hacen para no sobrecargarse, para, como árboles de bosque, estar cerca en sus raíces, pero con una burbuja de aire en el medio.
Si una relación está dictada por el amor y la pasión, que la pareja decida cómo quiere unirse.
Lo que de pronto da un cierto sentimiento de zozobra, es cuando mirás a una pareja católica que se hunde en la grieta de la separación, olvidando que una tarde se hincó ante un altar y juró que se amaría por siempre.
Los motivos de separación son múltiples y, de igual manera, los ajenos debemos ser respetuosos de las decisiones de la pareja. Sólo ellos, y Dios, reconocen sus motivos. Por esto, es señal de júbilo cuando uno se topa con parejas que, a pesar de las adversidades naturales, logran salvar escollos y permanecen juntos y fieles a la promesa de quererse para toda la vida.
Comparto esta fotografía con vos, porque llegar a cumplir sesenta años de matrimonio e hincarse ante el altar para confirmar la promesa de amor perenne es un acto que emociona.
Uno pide que cada vez que una pareja se hinca (como ángeles) ante un altar, la promesa se cumpla. No siempre es así. Tengo dos amigos cercanos que se casaron ilusionados y, tiempo después, debieron romper su promesa y mandarla al basurero.
Los mayores dicen que estos tiempos se volvieron desechables; dicen que antes todo tenía compostura; sostienen que ahora cuando algo se deteriora se desecha; dicen que esto ha hecho que también las relaciones interpersonales cambien.
Por esto, porque ahora parece que todo es desechable, es emotivo ser testigo de un acto donde una pareja renueva su promesa hecha sesenta años atrás; se hincan ante el altar y, como ángeles, frente a la imagen de José Padre y de Jesús Hijo, juran permanecer unidos hasta que la muerte los separe, y lo hacen rodeados de hijos, nueras, yernos, nietos y bisnietos. Ellos apuntalan lo mejor de la sociedad: la sagrada familia.
Posdata: Por esto, querida mía, dejá que mande un abrazo respetuoso a mis compadres María del Carmen y Roberto, quienes son los ángeles que acá están frente al altar del templo de San José, el templo consentido por los comitecos para formular votos matrimoniales. Y esto es así, porque el templo de San José, en Comitán, es un templo bien bonito.
Mis compadres cumplieron sesenta años de vida matrimonial. ¡Sesenta años! Y llegaron frente al altar a renovar sus votos, con la misma ilusión del primer día, porque aquella rama endeble se ha convertido en un gran árbol que convoca lluvias buenas, concede sombra, oxigena el aire bendito de estas tierras y permite que en su fronda existan nidos de aves nuevas. Que lo que Dios sembró ¡no lo tale el hombre!