miércoles, 15 de abril de 2020

CARTA A MARIANA, CON BENDICIONES AL POR MAYOR




Querida Mariana: Bendigo el don de ser lector, lector atento. En estos tiempos de contingencia, la lectura es una de las actividades que me infunde vida. Además de leer, pinto, dibujo, escribo. Todas estas acciones hacen que el día sea como trepar a un árbol de durazno, como volar un papalote, como meter los pies en un riachuelo de aguas tibias, como recostarme en una hamaca al lado de unos limoneros con azahar. Pero es la lectura la que me permite abrir la ventana más alta, la más extensa, la más generosa; la lectura es la cuerda que me permite ver más allá de la pared, ¡ir más allá de la pared!, salir, caminar, volar. La lectura me permite, desde la cima, mirar un viñedo o un valle donde vuela un águila, portentosa, y sentir la mano del aire que, como pájaro libre, se posa sobre mi hombro. Desde esta ventana puedo caminar por un puente sobre el Sena y sentarme en un café al aire libre en París, mientras escucho a un acordeonista tocar “La dernière valse”, mientras imagino que la canta Mireille Mathieu. Bendigo, por los siglos de los siglos, el don de la lectura. Admiro a mis amigos que poseen el don del canto, de la interpretación al piano, de escalar montañas, de disfrutar la vida alrededor de una alberca; admiro a mis amigos que montan bicicletas, que compiten en carreras de autos, que son felices detrás del mostrador de sus negocios, que beben su trago con enjundia, que cuentan anécdotas a la hora que se reúnen con amigos; admiro a mis amigos que llevan a sus pequeños nietos a hacer camping a mitad del sitio de la casa; admiro a mis amigos que, como eternos adolescentes, siguen jugando videojuegos; admiro a mis amigos de entonces que ahora se reúnen con sus amigos de hoy en los cafés del pueblo y, en medio de risas y cotilleos, ven pasar la vida sin apremios.
Pero yo bendigo, hoy y siempre, el don de la lectura, porque es la senda por donde camino a mis anchas.
Agradezco a quien corresponda la bendición que me fue otorgada. Han sido tantos y tantas, tantos los seres y tantas las horas. La tía Emelina que siempre me obsequió libros; la abuela Esperanza que me regaló estampas con figuritas de luchadores; la secretaria de mi papá que me dejaba revistas con monitos sobre el escritorio de mi papá; mi mamá Hilda que me daba dinero para comprar libros, no sólo en mi infancia y en mi adolescencia, sino también cuando estudié, ya grande, ya padre de dos niños, en la Universidad Autónoma de Chiapas; mi papá Augusto que una tarde, ¡bendita tarde!, me llamó al comedor y al lado de una torta de pierna me legó los dos tomos de “Lectura clásicas para niños”. Han sido tantos y tantas, tantos hombres y mujeres que han abonado para que este árbol hoy sea un árbol enorme, tan grande que alcanza a tocar con sus ramas las faldas de los cerros, el redondel del cielo, la línea luminosa del universo. Han sido tantas las ansias, tantas las ganas de vuelo, tantas las horas colocadas, como monedas, en el cochinito para los tiempos de horas flacas.
Bendiciones a los que inventaron el abecedario, a quienes lograron el prodigio de la imprenta, a quienes, con sus ojos cansados, pero firmes, escribieron millones de hojas que, como espejos de otoño, caen sobre los ladrillos de mi casa.
Bendigo a Orhan, a Julio (Julito), a Rosario, a Mónica, a Gabo, a Mario, a Sergio, a Elena, a Pablo y también a Pedro; bendigo a la mano que me permite dar vuelta al libro, a los ojos que me permiten ir más allá de mi cuarto, más allá de esta mesa donde hay cuadernos y hojas y plumas y libros. Bendigo al que soy, al que he sido, al que seré, por siempre, para siempre. Bendigo a todos los que aman el fútbol, a los que gozan con el tenis, a los que van a la costa y trepan a yates de competencia; bendigo a quienes surfean, a quienes bajan las montañas heladas en esquí.
Pero, bendigo más a quienes son como yo, a los que, no en la tribuna, no en el concierto, no en la cancha, no en la plaza, sino en el espacio mínimo de la sala, con una lámpara encendida, abren la ventana más prodigiosa, y forman parte de esa multitud que vuela desde una estancia modesta.
Posdata: Y bendigo el instante en que te conocí, el instante en que nos reconocimos como rama del mismo árbol, como nube del mismo cielo. Bendigo a todos los lectores que buscan la lectura completa que siempre alienta Goran Petrovich.
Y bendigo al árbol de durazno, al mango que pelás, al jocote que curtís, a la tostada que molés para hacer polvo juan, al listón que amarra tu cabello, al edredón que acaricia tu cuerpo, al gato que juega con vos, al pájaro que se posa en el dintel de la ventana, a la nube que se descuelga en el patio de tu casa y se deshace en lluvia; bendigo a la flor del tenocté que está en tu sitio y en su sitio, al libro, ¡el libro!, que besa tus manos, las manos que te sirven para jugar los naipes, que te sirven para bañar tu cuerpo; las manos que te peinan, las que te dan de comer en tu boca, las que abren la puerta, las que te rascan, las que te sirven para decir adiós y para recibir el abrazo de tu novio. Bendigo el instante que ahora pasa como gato entre las piernas, el instante en que despertás y abrís los ojos y con ellos abrís la posibilidad del vuelo en el supremo abismo del libro. Bendigo cada momento, cada vaso de agua, cada palabra, cada deseo.