miércoles, 22 de abril de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN FESTEJO




Querida Mariana: Te comparto una foto que me robé del muro de Roberto Martínez, acá está al lado del virtuoso pianista chino Lang Lang. Entiendo que la foto fue tomada hace años (no sé cuántos) en el palacio de Bellas Artes, porque Roberto (virtuoso artista, también) es un comiteco del que nos enorgullecemos, porque afina los pianos de Bellas Artes y de muchas residencias particulares. El otro día me contó que fue a una residencia en la Ciudad de México a afinar un piano y resultó que en medio de la plática salió que era comiteco, la propietaria del piano y de la residencia le dijo que ella había tenido a un alumno comiteco en la Escuela de Arquitectura, en la Universidad del Valle de México. ¿Ah, sí? ¿Quién? Se llama Alejandro Molinari. ¡Cómo, dijo Roberto, Alejandro es mi amigo! Y entonces yo, sin saberlo, me volví el hilo de coincidencia, porque, en efecto, Roberto estaba en la residencia de mi queridísima maestra Miriam. Miriam fue la maestra que más influyó en mi vida profesional; es decir, mucho del camino que ahora camino fue por la inspiración que hallé en las clases de Miriam, quien, lo digo con orgullo, actualmente es una destacada artista plástica que ha expuesto su obra en muchos países.
Ahora estoy contento. Apenas inicio la carta y ya he mencionado a tres seres humanos talentosos, ejemplares, inspiradores (bueno, cuatro, porque, como cada día, ya te mencioné a vos).
Cuando pienso o hablo de Roberto recuerdo una mesa con botanas y cervezas. Estábamos Roberto, Manolo Nucamendi y yo. Roberto, mientras comía un chicharroncito con pico de gallo, contaba que su papá, en su adolescencia, lo obligaba a ensayar el método de afinación de piano, descubierto por el maestro Mariano N. Ruiz. ¡Ah, cómo odiaba Roberto esas tardes! Las odiaba, porque a la hora que su papá (también destacadísimo pianista de nuestra ciudad) lo ponía a estudiar el método de afinación, los amigos de Roberto andaban montando bicicleta en el parque de San Sebastián, pedaleaban, el viento los despeinaba, reían, bromeaban. ¿Y Roberto? Roberto escuchando las explicaciones de su papá. Hoy, Roberto hijo es uno de los más talentosos afinadores de pianos del país y todo es por las enseñanzas de su padre. Por esto, cuando ya estábamos en la cuarta cerveza y nos habían pasado como botana las tradicionales tortillas con asiento, Roberto, con el vuelo de garza de la nostalgia, repetía a cada instante: “Pídele al tiempo que vuelva.”, decía, y todos levantábamos la cerveza y decíamos ¡salud!
Sí, en aquella plática (en el Comitán de los años ochenta), Roberto le pedía al tiempo que volviera, que volviera su padre, que regresaran aquellas tardes donde el maestro (bendito, siempre bendito), le daba los principios fundamentales de lo que ahora es su profesión.
Y si ahora hablo de Roberto, si te comparto una foto que robé de su muro, es porque hoy (¡ah, qué alegría!) es su cumpleaños. Hoy Roberto Martínez Gordillo cumple años. Él ahora está en la Ciudad de México, que es su lugar de residencia desde hace muchos años.
Si él estuviera acá celebraría su cumpleaños con una paleta de chimbo, de esas sabrosas que prepara su mamá, doña Estelita, la inventora de las paletas de chimbo; si estuviera acá, lo celebraría en compañía de sus hermanos (todos artistas, igual de talentosos que él); lo celebraría al lado de su esposa, la poeta Marvey Altuzar, y al lado de sus hijos: Sofía, chica de veintiún años que estudia Interpretación y Traducción de Idiomas, y Roberto, chico de diecinueve, quien estudia Ingeniería en Electrónica, ambos chicos igual de talentosos que sus padres.
No estás para saberlo, pero Sofía es igual que vos, es ¡una gran lectora!, pero parece que ella te lleva delantera. Ya sé, ya sé, la lectura no es competencia, pero ¿sabés cuántos libros leyó el año pasado? ¡Sesenta! Pucha, es comprensible, es una gran lectora y sólo se dedica a la actividad intelectual, acude a clases y luego va a la Cineteca y ve ciclos de cine de arte y luego lee, lee mucho. Los fines de semana se reúne con sus amigos y va al antro y baila, vive pues. Roberto, así bien orgulloso, me confió que le compró una colección completa de libros de Saramago y Sofía los leyó todos. No dejó ni una piedra por levantar en los terrenos del portugués.
Posdata: Y hoy es cumpleaños de Roberto. Lo celebra en la Ciudad de México, al lado de sus hijos, porque su esposa Marvey está en Comitán atendiendo a su mami.
Sigo contento, porque en esta carta aparecieron muchos artistas, muchos, tantos que parece una de esas tarjetas musicales que, cuando las abrías, sonaba una sonata.
Desde Comitán, su pueblo, enviamos a Roberto, una reja de papel de china, unas mañanitas en marimba, una paleta de chimbo (de las de su mamá) y un caballito de mezcal, que es una bebida que él disfruta con todos sus acordes y nervios bien afinados.
¡Salud, Roberto! Si fuera posible regresaríamos a los viejos tiempos, a los tiempos en que con tu viejo aprendías el método de afinación de un piano; a los tiempos en que yo me sentaba en un banco y escuchaba, embobado, la cátedra de Miriam. Pero, vos y yo lo sabemos, los tiempos no vuelven. El tiempo es un joven perverso que sólo nos da una probada, antes de deshacerse. ¡Ah!, pero eso sí, qué sabrosa es la paleta de la vida, qué sabroso el mezcal que resbala por la garganta y, como niño en tobogán, nos hace levantar los brazos para gritar: ¡Que viva la vida! ¡Que viva la amistad infinita! ¡Que viva el cumpleañero, orgullo de Comitán!