sábado, 18 de abril de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE ARI RECIBE UNA SERENATA




Querida Mariana: Ari ara aros, juega a que avienta aros al cielo, al cielo recién arado. Ari, una mañana antes de los tiempos de COVID-19, antes del llamado a permanecer en casa, caminó por las calles de Comitán y se sentó en la base de esta escultura hecha por Luis Aguilar. Se sentó y envió un mensaje a un amigo, a través del celular: “No lo vas a creer, estoy oyendo una serenata.” Sí, nadie podría creerlo. ¿Una serenata en plena mañana, con el sol potente? ¿Una serenata ejecutada por marimbistas sin bolillos? ¿Ya viste que el artista de la guayabera sólo tiene el bolillo de la mano izquierda? ¿Y el compañero? La tiene más difícil, porque carece de bolillos en ambas manos. Menos mal que el del tololoch sí tiene completo el instrumento. Los traviesos que robaron los bolillos no alcanzaron a llevarse el tololoch, porque el tololoch pesa mucho. Acá en Comitán, antes se decía que no era trabajo tocar el tololoch, sino cargarlo. Lo bueno es que quien toca la guitarra sí tiene completo el instrumento, pero acá se alcanza a ver, en el traste, carece de cuerdas. ¿Cómo dar una serenata a pleno sol y sin los aditamentos necesarios?
¡Ah, la marimba! La niña que llegó a Comitán desde Venustiano Carranza, la niña que llegó desde Guatemala, y acá la adoptamos y la hicimos nuestra madre. La madre de todos los sonidos bellos. En un cuento de Sergio Ramírez, escritor nicaragüense que ya obtuvo el Premio Cervantes, aparece un personaje que cuenta que, en los años cincuenta, a su hermano Rogelio, un día, le cortaron los bucles. Hasta la casa llegó el barbero, “que siempre viste de blanco incluyendo los zapatos”, y usó tijeras y usó una maquinilla manual para pelar al niño. Lo sorprendente viene después, el narrador dice: “todo al son de una marimba y en presencia de los invitados, niños y adultos, a los que se repartió refrescos y licores, mientras los bucles iban quedando regados a merced del viento en el piso del corredor. Así era mi padre, de todo hacía una fiesta.”
¿Mirás qué cosa más asombrosa? El papá de Rogelio pagaba marimba el día que a su hijo Rogelio le cortaban el cabello y hacía una gran fiesta. De todo hacía una fiesta. Ya dije que la escena se produce en Nicaragua, de lo contrario, cualquiera podría pensar que se daba en Comitán, porque en nuestro pueblo, de igual manera, todo lo hacemos una fiesta y hubo un tiempo, ¡maravilloso tiempo!, que todo guateque era amenizado con marimba. ¿Nació una pichita? ¡Pues ahora, vamos a bautizarla y a hacer una fiesta! Contraten a la marimba de Manuel Hijo (Manuel te hago uno, decían acá); ¿Bautizo de la niña? ¿Qué esperan? Contraten a don Límbano Vidal y a sus Águilas de Chiapas. ¡Ah, se daba un guateque de lujo! ¿Boda? Pues a regar juncia en el patio, a adornar los pilares con palmas, a poner el manteado y a echar traguito y a bailar al ritmo de la marimba de los hermanos Molina o de los hermanos Penagos o de la familia Ruiz Gordillo. Como en el cuento de Sergio Ramírez, en Comitán, de todo hacíamos una fiesta, pero con marimba. La marimba presidía los actos más relevantes, era la invitada de honor, era la reina suprema.
Esa mañana, Ari envió el mensaje y cuando le preguntaron ¿en dónde estaba? Dijo que estaba sentada en la base de la escultura “Los músicos” y que recibía una serenata. Ya podemos imaginar el rostro del destinatario del mensaje y su cara de incredulidad. Nunca, en la historia de la humanidad, un ser humano había recibido una serenata con marimba, a plena luz del día y sin bolillos, y, sin embargo, vos y yo le creemos a Ari, porque, en efecto, es posible escuchar el sonido de los ejecutantes. No sé si el ciprés y la benjamina tenían ese brillo antes que comenzara la serenata. No creo. Advierto que sobre las cabezas de los músicos hay una especie de aura que camina, que está a punto de inundar por completo a la benjamina, que tocará las manos del ciprés y a su cabello enredado.
Sí, se escuchan los acordes de la marimba y el rasgueo de la guitarra y el discreto lamento del violín y el sonsonete armonioso del tololoch. No sé cómo se da la magia, pero esa mañana, Ari recibió una serenata al mediodía.
Ahora ya no se escuchan las serenatas en Comitán. Apenas en los años setenta del siglo pasado (apenas hace cincuenta años) las muchachas recibían serenatas con marimba en sus balcones. Ahora ya no. Pero acá hay algo como una ventana de esperanza. Si Ari logró el prodigio, ¿por qué Roxy, Elena, Linda, Esperanza, Mónica y demás amigas no hacen lo mismo? El protocolo, como mirás, es muy sencillo. Basta que Eugenia, Lulú, Martha, Rocío, Catalina o Lupita se acerquen a la plaza que está frente al templo de San José y se sienten en la base de la escultura, cierren los ojos y dejen que la magia de la música inicie. Al principio, el griterío de los peatones, de los cláxones de los autos, y de los ocasionales cohetes interferirán con el caminar de la música, pero poco a poco los ruidos del entorno desaparecerán y, como acá lo presenciamos, la música llenará todo el espacio. ¿Mirás cómo en las hendijas de las piedras del murete parecen posarse, como pájaros, los acordes?
Sí, tenés razón, el ejercicio no es sencillo. Es preciso que exista una disposición a imaginar que la magia es posible. No sé vos, pero yo, acá, en esta imagen escucho que los músicos tocan bien bonito. ¿Mirás cómo el ejecutante del requinto sonríe mientras mueve los bolillos invisibles? ¿Mirás cómo el otro ejecutante mueve la cabeza de un lado hacia otro, mientras borda el tapete con sonidos?
Ya no se ve en la foto, pero hubo un momento en que Ari dejó el celular, cerró los ojos, colocó su cabeza sobre los tecomates de la marimba y dejó que la música se adueñara de su espíritu. Debió ser una experiencia inenarrable, porque el sonido no sólo fue una línea danzando en el aire, sino que fue una mano que percutía sobre la cabeza de Ari.
A final de cuentas, todos los chiapanecos, ¡todos!, tenemos el sonido de la marimba en el registro de nuestra memoria, en el registro de nuestro corazón. El muchacho ya no recuerda, pero una tarde de domingo fue de niño con sus papás al parque central de Comitán y ahí, mientras comía un algodón azul, escuchó los acordes de la marimba municipal; no recuerda, pero esa mezcla armoniosa de algodón con música en marimba se le enredó en el corazón para siempre, por esto, cuando fue a estudiar a Puebla, una tarde con amigos, donde bebían cerveza y platicaban y bailaban con sus amigas, cuando el dueño de casa puso un disco de marimba, mientras los demás chavos silbaban en señal de protesta, él se acurrucó en su nostalgia y escuchó la pieza con una emoción contenida.
Todos los chiapanecos tenemos el sonido de la marimba colgado en el patio de nuestro corazón. He visto, ¡Dios mío!, entierros donde, después de la carroza, va una camioneta de redilas que lleva una marimba y a sus ejecutantes, quienes tocan las canciones que le gustaba al difunto.
Por esto, querida mía, cuando miro camionetas de redilas en las calles de Comitán escucho los ecos del servicio que presta. Escucho el sonido que hacen mientras transitan por las calles; a veces escucho risas y silencios, ¡ah!, esa camioneta que lleva un toldo sirve para transportar personas de comunidades rurales; cuando la camioneta tiene un sonido de cristal golpeándose, sé que esa camioneta sirvió para transportar cajas con refrescos en botellas de cristal. ¿Has oído el sonido de las camionetas que llevan garrafones de agua? Es un sonido alucinante, el agua se bambolea de una pared a otra del contenedor de plástico y es como si decenas de mares estuvieran adentro de botellas. A veces, muy de vez en vez, miro una camioneta de redilas y escucho sonidos de marimba. Sin duda que esa camioneta llevó, alguna vez, la marimba de don Manuel Hijo y se estacionó frente a la casa de la novia que tendría el privilegio de escuchar la serenata del novio.
El personaje del cuento de Sergio contrataba marimba y hacía todo un guateque la mañana en que le cortaban los bucles a su hijo. Acá no hemos llegado a tanto. Por esto, la literatura es una cuerda invisible que otorga luz. ¡Reculo! ¡Doy la vuelta! Acá somos tan geniales, que nos sentamos en la base de la escultura de Luis y escuchamos un concierto de marimba, en la placidez de la tarde, mientras las chinitas buscan refugio para dormir en el ciprés de la plaza; mientras en las bancas, las parejas platican y se abrazan y se besan; mientras una pareja de novios, acompañada por decenas de invitados, entra al templo de San José para prometerse que vivirán unidos hasta que la muerte los separe.
En la plaza del arte, de San José, existe una escultura que hace la diferencia, ahí, muchos visitantes se toman la fotografía del recuerdo, porque saben que cuando regresen a sus países de origen, a la hora que muestren la fotografía a sus amigos, un sonido de selva brincará en las lianas de su memoria.
Posdata: A mí me encanta la proeza que logra el arte. Si en ese espacio no estuviese esta escultura, la magia de las serenatas diurnas no podría alcanzarse. Todo sería como un vacío.