lunes, 20 de abril de 2020

CARTA A MARIANA, CON EL BALCÓN DE LA CASA DONDE NACIÓ EL POETA



Querida Mariana: Hacé de cuenta que escribo un cuento y escribo un epígrafe con el fragmento de un poema; hacé de cuenta que leo el cuento ante una audiencia, entonces, como lo hacen los escritores, digo: “Tiene un epígrafe del poeta Gustavo Ruiz Pascacio, que dice: La casa donde nació el poeta tiene la arcilla quemada de los siglos.”, y levantaría la mirada y miraría a la audiencia, como exigiendo el primer aplauso de la tarde. Un aplauso, por supuesto, que no me pertenecería a mí, sino al poeta. ¿Has visto cómo algunos escritores leen un epígrafe de Jorge Luis Borges o de Octavio Paz y sienten como si ellos fueran los autores de esas citas?
Pero no, no escribo un cuento. Lo mío es algo más sencillo, más caballo en la llanura. Lo que hago es enviarte una carta, porque quise compartir con vos esta imagen que el poeta Gustavo Ruiz Pascacio compartió en las redes sociales (¿o fue Viridiana quien la compartió?). Comparto la imagen, porque corresponde, en realidad, al balcón de la casa donde vive el poeta.
Cuando esta imagen apareció en las redes sociales, muchos amigos del poeta comentaron que era una imagen bella. Así es. Bendito el poeta y bendita su compañera que tienen la dicha de poseer este balcón que les permite ser un poco pájaros, un poco soñadores del vuelo.
Coincido con los amigos del poeta: el balcón es bello, y más con la escenografía preparada. Imagino que ahí, el poeta y su compañera, salen a desayunar, a comer, a cenar, a soñar. Los dos, una vez saciado el apetito, con ropa holgada y sandalias en los pies, deben escribir o leer o cantar o sólo (y este sólo es como decir mucho) ponerse a ver la calle.
No todo mundo tiene el privilegio de poseer un balcón en casa. ¡No! Hay muchas casas que únicamente tienen una planta (los jardines necesitan más plantas). Hay otras casas (acá lo vemos) que tienen dos o más plantas, pero no poseen balcones. La vida no les dio más que para tener ventanas. Las ventanas permiten ver la calle, pero son como pequeñas jaulas de canario. Hay que poner las manos sobre las contraventanas y sacar la cabeza. En cambio, los balcones, ¡ah, qué privilegio de peatón elevado!
La imagen es modesta, bella en su modestia. Todo está como preparado para que el poeta sueñe, para que Viridiana vuele.
La mesa, breve, es de esas mesas que se doblan. Son geniales esas mesas. Mientras están desarmadas no son más que chunches estorbosos, pero cuando con un sencillo movimiento de manos se vuelven mesas, son esta lindura que acá observamos. ¿Mirás cómo es el genio del ser humano? Con un sencillo movimiento de manos arma una mesa. Así arma autos, roperos, chifonieres, burós, escaleras, cuerdas, marimbas. ¿Dije marimbas? En la casa del poeta, recuerdo, había una marimba en la sala, en la planta baja. Cuando un visitante entraba a la casa del poeta se topaba con una marimba. La casa del poeta también contiene prodigios en la planta baja. En la planta alta, acá se ve, tiene el privilegio de poseer un balcón, para otear la calle (hacia abajo), las ventanas y azoteas vecinas (hacia el frente), y el cielo tuxtleco lleno de luz (hacia arriba). ¿Y a los lados? A los lados, las paredes que sostienen la casa del poeta, paredes donde resbalan palabras, palabras con “arcilla quemada de siglos”.
Dos sillas de plástico, plantas sembradas en modestos recipientes de plástico (acá se ve una maceta que una vez sirvió para contener pintura de agua y ahora está convertido en el corazón de la tierra para que crezca un arbolito que el poeta sabe cómo se llama. Porque el poeta nombra a los árboles, a las vigas, al aire y el desayuno que acá se ofrece).
¿Fue el poeta quien cocinó este desayuno? Casi puedo apostar por el no; casi puedo apostar que este desayuno lo preparó Viridiana, pero puedo perder la apuesta y quedarme sin la materia apostada. Y digo que fue Viridiana, porque ella es experta estudiosa de la gastronomía de estas tierras.
¿Qué desayuna el poeta? Acá hay dos platos, dos juegos de cubertería y sólo una taza de café chiapaneco (¿Toman el café de la misma taza? ¿Alguien no toma café?) Hay una botella de chile habanero y, en los platos: huevitos revueltos, frijoles y platanitos fritos.
¡Ay, querida niña! Vos desayunás lo mismo con tu novio, pero (cuando menos en tu casa) no podés hacerlo en un balconcito como éste, porque en tu casa (de una sola planta) no tenés más que ventanas que dan a la calle. Algún día debés construir un cuartito en la azotea, para que lo dotés de un balconcito, como el de la casa donde nació el poeta.
Posdata: ¡Ah, me encanta el detalle de forrar trochimoche la mesa con una cubierta plástica que imita la madera! Algunos pedazos quedaron al original y otros fueron empapelados para proteger la madera de los infaltables momentos en que se riega el café.
El poeta dice: “La casa donde nació el poeta tiene la arcilla quemada de los siglos”, yo, con palabras burdas, digo que, además, tiene un balconcito donde desayuna el poeta. En este balconcito le quita la cáscara rugosa al fruto de la vida.