sábado, 4 de abril de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE VE QUE COMITÁN ES ETERNO




Querida Mariana: Yo y miles de paisanos más ya no estaremos vivos en 2110. ¿Hay probabilidades de que vos estés viva? Eso sólo Dios lo sabe, pero si así fuera tendrías ciento catorce años. ¡Pucha! Para caminar tendrías qué apoyarte en un bastón.
Digo esto, porque si mirás la foto que te envío verás que el 20 de noviembre de 2110 habrá un acto de gran relevancia en Comitán. Ese día, imagino que por la mañana, todo el pueblo se reunirá en el parque de la Colonia Miguel Alemán para abrir la cápsula del tiempo que fue depositada el 20 de noviembre de 2010. ¿Cuántos habitantes tendrá Comitán en 2110?
El día que se haga el guateque, Óscar Eduardo Ramírez Aguilar, quien fue presidente municipal en 2010 y actualmente es senador, tendrá ciento treinta y tres años de edad. ¿Llegará al acto donde recuperarán los chunches que guardaron el 20 de noviembre de 2010? Si llega, llegará, igual que vos, apoyándose en un bastón.
Imagino que, si vos llegás a tener criaturas en algún momento, llegarán tus hijos y tus nietos; es decir, llegarán los renuevos de los árboles viejos, algunos ya secos.
Es una bobera lo que diré, pero acá hay toda una lección de vida. Varios de los que participaron en el depósito de la cápsula del tiempo ya no estarán presentes, pero estarán los nietos y los bisnietos; es decir, estarán los nuevos habitantes de nuestra ciudad, que, para ese tiempo, quién sabe qué población tendrá. Miguel dice que, para ese año, Comitán estará unido a La Trinitaria y a Las Margaritas, todo será una gran mancha urbana. Sí, qué bueno que ya no lo miraré. Será como una Ciudad de México, en chiquito, un Comitán grandote. Ishhh, sólo de pensarlo da telele.
Comitán es para siempre, para toda la vida, mientras haya vida.
El año en que la cápsula fue depositada todo México conmemoró el Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución. En noviembre de 2110, todo México celebrará el Tricentenario de la Independencia y el Bicentenario de la Revolución. Cuando escribo 2110 también me da nostalgia de futuro. Estoy hablando de un hecho que se dará dentro de 90 años. ¡La gran flauta!
Sí, sólo hay una certeza: Yo ya no estaré vivo. ¿Imaginás que en 2110 yo estuviera vivo? Tendría 153 años de edad. ¡Pucha! Ni los más longevos de Asia llegan a cumplir esa edad. ¡Dios libre! A esa edad, todos los órganos del cuerpo deben estar ya en stand-by.
Digo pues que serán otros y no yo, quienes consignen el hecho histórico sin precedente. Los comitecos acudirán al parque de la Colonia Miguel Alemán, habrá marimba y cohetes (espero que para ese tiempo los cohetes ya no sean estos apestosos contaminantes que todavía queman en estos tiempos), habrá traguito (espero que para ese tiempo, la industria del comiteco esté convertida en una industria floreciente de nuevo) y habrá un espectáculo multimedia sin parangón.
Imaginemos que el acto está programado para dar inicio a las veintiuna horas con diez minutos (para que sea un símbolo lo de 21:10); imaginemos que una niña es la encargada de brindar el mensaje; imaginemos que la niña se avienta su rollito, breve, sin tanta palabrería, y luego, después de una carretada de aplausos, dos empleados del ayuntamiento (quién sabe si así se llamará la institución gubernamental local) abrirán la cápsula del tiempo. Un silencio como de embudo caerá sobre toda la multitud expectante. Dos chicas, bonitas y de buen ver, colocarán sobre una mesa de cristal los objetos que fueron guardados en 2010. Como lo expresa la placa será una muestra de la vida cotidiana del Comitán de 2010.
¡No, querida Mariana! No habrá una paleta de chimbo. Ningún producto perecedero fue incluido. Los comitecos del 2110 encontrarán objetos que el recuerdo ya empolvó. Lo que está en esa cápsula son objetos que reconocemos todos los que vivimos ese año (ya tiene diez años de eso), pero serán objetos sorprendentes para quienes vivan el 2110. La gente se acercará y, sorprendida, dirá: ¿Qué es esto? ¿Para qué servía? Algún viejo de más de ochenta, se animará a decir que servía para tal cosa.
La cápsula se abrirá en 2110. Muchos de los que asistirán el día de apertura aún no han nacido. ¡Aún no han nacido! Uf. El tiempo, ¡qué bisagra tan mohosa!
El pasado tiene, sobre el futuro, la ventaja que camina sobre piedras tangibles. Nadie puede imaginar al ciento por ciento cómo será el futuro.
Digo esto, porque he dicho en cartas anteriores, que ninguno de mi generación, cuando teníamos dieciocho años, imaginó la existencia de celulares. Cuando fuimos a estudiar la universidad a la Ciudad de México, nuestros papás usaban el telégrafo para enviarnos giros telegráficos con la mensualidad (para pagar libros, hospedaje, pasajes y eventuales francachelas con amigos, en mesas rebosantes de caguamas y cacahuates, queso y tostadas). Un telegrafista llegaba hasta el departamento para entregarnos el giro que, de inmediato, íbamos a cobrar a la oficina de telégrafos. ¿Las cartas? Yo sólo recibía cartas enviadas por mis papás, pero mis amigos recibían también cartas de sus novias. Ah, era una espera desbordada. Las cartas tardaban muchos días en llegar. Yo conocí parejas que se escribían a diario, a fin de que la comunicación fuera fluida, pero cuando era tiempo de lluvia, por ejemplo, el servicio tardaba y mis amigos se mordían las uñas de la desesperación, hasta que se veían obligados a tomar el teléfono y hacer una llamada de larga distancia. Esto de “larga distancia” significaba que por cada minuto debías pagar una buena cantidad de dinero. A los novios nunca les ha bastado el tiempo, siempre el tiempo les queda debiendo, así que las llamadas eran de muchos minutos, lo que ocasionaba que a fin de mes llegara un recibo con una cuenta estratosférica. Las llamadas por teléfono de larga distancia eran un lujo. No cualquiera podía hacerlas. Por eso digo que no quedaba más que esperar al cartero.
Nunca imaginamos que en este 2020 tendríamos correos electrónicos y enviaríamos fotografías y mensajes instantáneos por WhatsApp; nunca imaginamos que los papás de hoy harían, desde su celular, transferencias electrónicas que no tardan más de un segundo. Bueno, con decir que ahora vas al OXXO (hay miles en todo el país) y hacés depósitos con la mano en la cintura.
Nunca imaginamos que dispondríamos de una página en redes sociales donde podríamos estar en comunicación con todo el mundo, ¡con todo el mundo!
Quienes imaginaron el futuro lo hicieron en base a lo que veíamos en los programas de televisión, tanto en caricaturas como en documentales futurísticos. Todos hablaban de que en el siglo XXI habría automóviles voladores. Nos quedó a deber el futuro. Los autos siguen siendo la misma chatarra con llantas que han sido desde los inicios del automovilismo. Los autos actuales tienen adelantos tecnológicos sorprendentes, pero, insisto, siguen sin “despegar las patas de hule del suelo”. En el domicilio de Los Supersónicos hubo una empleada robot que ayudaba en los quehaceres de la casa. Ramiro, sentado en una banca del parque de Comitán (el antiguo parque) me decía que cuando fuéramos grandes (ya lo somos) tendríamos una “robotina” en casa. Él llegaría del trabajo, se sentaría en un butaque y pediría que su robotina le quitara los zapatos y le diera un masaje en los pies, con unos guantes especiales; le pediría que le prepara un Martini y se lo llevara; le pediría… ¡ah!, se le iba la boca a Ramiro. El futuro nos quedó a deber, porque ni él ni yo tenemos Robotinas en casa.
Los video chats fueron pronosticados en el programa Los Supersónicos, pero nada de celulares. Los creadores de esa serie fantástica no tuvieron la capacidad de hacer que la telefonía fuera móvil. Las pantallas estaban adosadas a aparatos fijos.
En fin. El futuro no puede predecirse. Tenemos ahora la capacidad de saber que el 20 de noviembre de 2110 caerá en jueves, pero no podemos predecir, aún, si lloverá o habrá tormenta o será un día soleado, espléndido, para cobijar a los miles y miles de comitecos que se darán cita en el parque de la colonia Miguel Alemán.
Posdata: Los seres humanos son mortales, la vida (disculpá que lo diga así) es inmortal. La vida es para siempre, Comitán es para siempre. Yo regresaré a la nada y ya no estaré el día que tus nietos vayan al parque de la colonia y abran la cápsula del tiempo. Ese día, el acto refrendará la permanencia infinita de un pueblo infinito que se llama Comitán.
El 20 de noviembre de 2110 (¡uf!, sólo de escribirlo me canso por verlo tan distante) los comitecos de entonces recordarán a los que fuimos en este tiempo. Tal vez alguien encuentre una fotografía donde diga: ¡es mi bisabuelo!, en casa tengo una foto donde está.
Nos reconocerán en nuestros actos mínimos, los que construyen a las sociedades. Ahí estarán las huellas de hombres y mujeres que han contribuido, con su trabajo tesonero, con sus sueños, a formar un pueblo que, en el año de 2010, aún no había recibido el nombramiento oficial de Pueblo Mágico, pero que ha tenido la magia desde siempre y la tendrá por los siglos de los siglos.