miércoles, 29 de abril de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA TORRE MÁS MODESTA QUE LA EIFFEL




Querida Mariana: Hoy te mando una fotografía con una torre, es una torre pequeñita, de madera, que sirve como exhibidor de postales. ¡Sí, de postales!
No sé si los turistas mexicanos que viajan a Europa o Asia envían postales en estos tiempos de celulares con mensajes por WhatsApp. No sé, y la verdad es que no pienso que así sea. Más bien pienso que las postales hoy son anacrónicas. Sin embargo, en La Trinitaria (pueblo prodigioso) hay un local de fotografía donde está vigente la postal. El maestro Francisco Javier Santiago (fotógrafo desde hace más de sesenta años) ofrece postales para el recuerdo, para que los visitantes que llegan a ese pueblo, las adquieran, escriban algo en la parte posterior, la lleven a la oficina de correos y las envíen a sus amigos. ¿Alguien hace esto todavía? Tal vez no. Pero de lo que sí estoy seguro es que hay personas que compran esas postales, como mero recuerdo, y porque ahí está la mirada precisa de un artista.
Esta torre tiene siete compartimentos. Cuatro de ellos están ocupados; tres están desocupados, en espera. Y cuando digo siete compartimentos, digo siete pisos. En los dos pisos inferiores, las ventanas nada tienen, ¡ah!, pero qué diferencia en los pisos superiores, del tercero al sexto las ventanas están ocupadas por la mirada de don Francisco Javier (el pent-house de esta torre, de este edificio, es como la terraza de las casas, ahí nada se expone, porque ese espacio sirve para mirar el horizonte).
En el tercer piso hay una imagen del palacio municipal, con bandera mexicana y toda la cosa; en el cuarto piso se muestra la imagen coqueta del kiosco que está en el parque central y que, prodigio, tiene un espacio en el sótano que funciona como cafetería; en el quinto y sexto pisos, el aire limpio es un pájaro que vuela sin límites, porque el fotógrafo muestra postales de Los Lagos de Montebello.
Los visitantes que llegan a Los Lagos toman cientos de fotografías instantáneas, con sus cámaras digitales o con sus celulares de última generación, pero la mayoría de esas fotos tienen un defecto, sólo uno, no todas las fotografías que captan están tomadas a la hora conveniente, porque (esto lo sabe cualquier aficionado y cualquier profesional) hay una hora precisa para que se logre la toma perfecta. Esa es la ventaja de las postales que ofrece el maestro Santiago. Él viaja a Los Lagos, se sienta frente al paisaje y espera que el sol haga el milagro, cuando el cielo y el entorno se vuelve trigo, él aprieta el botón de la cámara y captura para siempre el instante perfecto. La ventana de las postales (aún en estos tiempos) es la mirada experta del experto fotógrafo. No es la mirada del diletante sino la del conocedor, la del que posee el don de la mirada.
Entrar al local del maestro Santiago es entrar a una cápsula del tiempo. ¿Ya viste el monitor de la computadora? En tiempos de laptops y computadoras de última generación, el monitor se antoja como pieza de museo. Asimismo, hay una cartulina donde se exponen fotografías con diversos tamaños para certificados de primaria o para pasaportes. Es, de igual manera, un servicio que ya no tiene la demanda de hace años; ahora, los muchachos se toman una fotografía con el celular, la pasan a su computadora, hacen el diseño del tamaño y, en la impresora y con papel fotográfico, imprimen diez o veinte fotos en menos tiempo que canta un gallo.
A veces voy a La Trinitaria, paso a repartir la edición impresa de ARENILLA-Revista en muchos hogares e instituciones de allá. Siempre paso al estudio del maestro Santiago, siempre me sorprendo ante lo que aparece frente a mis ojos. Por ejemplo, este exhibidor esbelto, que es como un árbol sin ramas, tronco enhiesto que exhibe, como si fuera su camiseta, una serie de postales tomadas por el ojo del maestro.
Y digo que su estudio es como una cápsula del tiempo, porque en esta fotografía que tomé se advierte en un extremo superior una línea de escarcha y una esfera y cuando la tomé la temporada navideña ya había pasado.
Posdata: Me fascina entrar a espacios donde el tiempo tiene una cara más modesta, más sin la prisa de estos tiempos del siglo XXI.
A veces tengo la fortuna de saludar al maestro Francisco Javier. Él, tan delgado como esta torre, tan modesto como este árbol, con una mirada de pájaro alerta, me ofrece su mano y yo la sostengo, y pienso que esa mano ha sido la compañera ideal de sus ojos. La conjunción de mirada, mano y cámara fotográfica logran hacer eterno el instante. Instante que luego, el maestro, convierte en postal.
¡Postal! Qué palabra tan de llena de encaje, de luz de quinqué.