lunes, 27 de abril de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO




Querida Mariana: Te comparto una foto que tomé hace como dos meses, en mi casa. Acá está una moneda de a peso, sólo lo puse para que sirva como referencia del tamaño de la imagen hecha en madera. La imagen es la representación de San Caralampio, el santo más consentido del pueblo. ¿Ya miraste la miniatura?
¿Cuál es el diámetro de una moneda de peso, en México? No sé bien a bien, pero pienso que no pasa de dos centímetros y medio, así pues, la base de la imagen en madera es menor a los dos centímetros. Digo esto para que mirés el tamaño de este San Caralampio que me obsequió mi amigo Artemio (en paz descanse). Temo era un amante de la madera. En su casa tenía un taller en el que, en los últimos tiempos de su vida, se dedicó a hacer imágenes de San Caralampio, imágenes de todos los tamaños. A mí me encantaba un San Caralampio “Transformer” que hizo, digo transformer, porque sus brazos eran movibles, si uno lo jalaba de las manitas, éstas se hacían para adelante, como si entregara alguna ofrenda (no sé si alguien le compró la pieza o ella se encuentra en la casa de su esposa, mi amiga la güerita María Antonieta, nieta del recordado maestro Bernardo Villatoro).
Mi amigo Temo se murió intempestivamente, en abril de 2019. Una mañana, Comitán amaneció con la noticia de su fallecimiento. ¡Ah, la güerita lloró mucho la pérdida de su compañero de vida!
Temo se fue, pero a muchos nos dejó buenos recuerdos. A mí me dejó esta miniatura de Tata Lampo. Vos sabés que muchos creyentes comitecos tienen imágenes del santo en sus domicilios. Hay de todos tamaños.
En los años setenta, mi tía Mechitas, esposa de mi tío Jorge Bermúdez (ambos ya fallecidos), era la mera buena para hacer las imágenes de San Caralampio, ella vivía con su familia en la bajada al parque de La Pila, siempre que llegaba a su casa la veía con herramientas diversas dándole forma al bloque de madera.
Porque, vos y todo mundo lo sabe, hay una gran diferencia entre tener una imagen de yeso o de resina (hecho en moldes) que poseer una imagen en madera, hecha por un artesano, que se convierte en una pieza única.
Yo, bien chento, tengo una pieza única, en madera, hecha por mi amigo Temo. Es una miniatura, no tiene los rasgos bien definidos, los trazos son toscos, si alguien me urgiera a compararla con una pintura diría que tiene mucho de Wilfredo Lam, pero nadie (de los comitecos, grandes conocedores de la imagen de Tata Lampo) dudaría al ver la imagen que es la representación de nuestro santo querido. La imagen no tiene las manos al frente, las tiene guardadas debajo de la capa, en tonos oscuros. Lo más visible es la barba blanca y el rostro. El rostro también está hecho con pinchonazos burdos. Es mi mini San Caralampio. Está, como en todas sus representaciones, hincado, cubierto con la capa.
No hay, querida mía, otro San Caralampio igual en todo el mundo, en todo el universo. Es un San Caralampio único. Temo me lo obsequió una tarde que fui a su casa, que cruzamos el patio central y entramos a un cuartito acondicionado como su taller. Ahí había una serie de imágenes, algunas acabadas, otras en proceso; sobre un banco de madera había punzones, clavos, gubias, sierras, pinturas, pinceles, pomos y cajas (sobre una de ellas estaba el transformer). Cuando me despedí, me llamó y como quien entrega las llaves de un Porsche me entregó la miniatura, me dijo: “Para que te acompañe”. Yo lo llevo en el auto, a veces se cae, a veces se extravía, pero vuelve a aparecer.
Me conozco, soy un hombre que extravía las cosas. Por esto no me gusta recibir obsequios, porque me conozco. Luego tomo culpas ajenas por extraviar los suvenires que me dan amigos que van de viaje. Mi mini San Caralampio ha estado conmigo por más de dos años, pero lo sé, un día se extraviará para siempre. Me conozco.
Por esto, ahora he decidido que no asumiré culpas bobas. Cuando alguien me obsequie algo le tomaré foto y te la mandaré con una carta. Sé que vos, cuidadosa como sos, integrarás esa carta a tu archivo personal. Cuando yo tenga necesidad de ver el obsequio bastará pedir que me mandés copia de la carta y la tendré frente a mis ojos, porque, ¡eso sí!, todo lo que me obsequian lo guardo en mi espíritu. En mi espíritu tengo un llavero que me obsequió mi nieta Fanny, en mi espíritu tengo un llavero que me obsequió mi amigo Hugo Morales Zúñiga, como recuerdo de un viaje que hizo a Holanda. El llavero lo compró en el Museo dedicado a Van Gogh y tiene la imagen de uno de los cuadros sensacionales de ese sensacional impresionista.
Posdata: Temo nos dejó recuerdos. Yo tengo un mini Tata Lampo que él talló en un pedacito de madera y pintó con sus manos. Temo murió en abril de 2019, ya hizo más de un año.
Mi primo Pepe, cuando estaba muy enfermo, pidió a sus hijos que, cuando muriera, pusieran la imagen de San Caralampio en su cajón, para que lo acompañara en el trayecto a la otra vida. Cuando falleció sus hijos cumplieron su voluntad. La imagen que Pepe tenía en su casa era una imagen en madera, tallada por la tía Mechitas, la mera buena para las imágenes de Tata Lampo. La imagen que yo tengo, la que me obsequió Temo, no tiene la delicadeza de los trazos de mi tía, pero es una pieza de arte, es un Wilfredo Lam en madera, pedacito de cielo, de cielo chiquito, pichito de Comitán.