sábado, 20 de junio de 2020

CARTA A MARIANA, CON SONRISA DIVINA



Querida Mariana: Antes de saludar, pido que mirés la foto con atención. ¿Alcanzás a ver el prodigio? Sí, ahí está un colibrí, tumbado con el pico boca arriba, como si estuviera en una playa de aire y tomara el sol al mismo tiempo que toma el néctar.
Pero, si mirás con más atención, verás que el espacio lleno de flores también tiene una corona luctuosa y una vela prendida. ¿Si lo alcanzás a ver? ¿Por qué? Bueno, porque es el velatorio de doña María Natalia Jiménez Solís, una querida señora del barrio Los Sabinos, que falleció, por un padecimiento que la agobiaba desde hace tiempo. El velatorio de doña María Natalia fue en su domicilio, casa donde cultivó con amor y pasión un jardín que nada le pedía a los jardines más bellos del mundo. Como si regara maná, todas las mañanas regaba agua y regaba semillas y flores con amorosísimo cuidado. No es raro, entonces, que el jardín siempre esté lleno de catarinas, de mariposas, de lentos caracoles y de muchos, muchos, colibríes. La sonrisa de doña María Natalia era la sonrisa de todos los colibríes que, con su aleteo infinito, hacían viento para que la dueña de ese jardín sintiera la brisa divina.
Porque, vos lo sabés, la leyenda cuenta que el colibrí es el espíritu de las almas buenas. Cuando un colibrí llega a un jardín cuelga hilos de luz. ¿Imaginás lo que sentía doña María Natalia cuando veía su patio lleno de colibríes? Ah, su corazón aleteaba al mismo ritmo que lo hacían los colibríes, sonrisa de Dios. Pero esta semana (es inevitable, es la ley de la vida), el corazón de doña María Natalia dejó de aletear, se posó sobre la flor del misterio y trincó el piquito.
Y digo que la fotografía es prodigiosa, porque a la hora que los dolientes rezaban un padre nuestro frente al féretro, todos vieron el vuelo grácil, liviano y portentoso de un colibrí, de un colibrí que parecía buscar algo especial. Todos se asombraron ante esa visita inesperada. La razón dicta lo más cercano a la ventana: El colibrí, acostumbrado a libar la miel de las flores, vio un manantial morado y entró a chupar miel (en Comitán, al colibrí también se le llama chupamiel). Pero, cuando uno deja a la razón de lado y toma la flor del misterio piensa que este colibrí quiso enviar un mensaje especial, porque miles de estas flores había en el jardín de siempre. ¿Por qué este enviado selecto eligió flores que estaban en la sala donde velaban a la dueña del jardín, a quien, con amorosa entrega, toda su vida cultivó flores para que los colibríes de la región tuvieran la miel de la vida? ¿Fue, como dicta la leyenda, el espíritu de un alma buena que llegó a despedir a la difunta? ¿O fue un animalito que, acostumbrado a ver a doña María Natalia todas las mañanas, extrañó su presencia y quiso, como mamá águila, tomar un poco de alimento con el pico para llevarle comida a su cría? ¿O fue la manera de recibir el espíritu de doña María Natalia? Porque, si hacemos caso a la leyenda (y el corazón así lo dicta) doña María Natalia, en el instante que dejó esta vida, se convirtió en un espíritu de alma buena.
El colibrí libó de flor en flor, cuando se hartó, levitó un instante sobre la sala y, con su corazón acelerado, salió de la sala. Algo como una sonrisa sembró en el aire, algo como un renuevo de aire dejó colgado en las lianas del corazón apachurrado de todos los que lloraban la ausencia de la madre, de la tía, de la amiga, de la vecina.
Ahora, días después sólo nos queda esta imagen. La imagen del colibrí (El Dios de la naturaleza lo bendiga siempre) que llegó a despedirse de la mujer buena.
Tal vez vos, querida mía, igual que yo, cuando mirás un colibrí en el jardín de la casa gritás para que los demás salgan a verlo, con mucho respeto permanecés en el dintel de la puerta y mirás ese prodigio y sentís que esa ave tiene un misterio especial. Su vuelo atolondrado, pero puntual, nos trae mensajes. Casi puedo asegurar que ninguna otra ave causa tal armonía. He visto loros volando por encima de la casa, pasan, según decía el poeta, como “un relámpago verde” y lo hacen con gran argüende, como si dejaran caer papeles con chismes. Cuando miro a los loros mi espíritu se alegra, baila a ritmo de mambo; he visto gaviotas a la orilla del mar, “cintas blancas, como cuerdas en medio del aire” y he pepenado un aroma de sal, de suspiro húmedo. Han sido imágenes soberbias, puño de nube. Pero, cuando, en el patio de la casa, sin tanto bombo y platillo, aparece un colibrí, mi espíritu siente un aleteo diferente, es como si una mano liviana acariciara la piel de mi alma. ¡Ah, qué paz! Y pienso, ¿cómo es posible que un animalito que aletea sin descanso, febril, injerte tal tranquilidad en mi alma? Y pienso que es porque el colibrí, en su batir rapidísimo de alas logra que el movimiento se vuelva cero; es tan sabio su movimiento que parece suspendido en el aire, como si una mano divina lo sostuviera. Así siento mi espíritu cuando veo un colibrí, suspendido por la mano de Dios.
Por eso, la noche de despedida del cuerpo de doña María Natalia, los rezos y plegarias y lloros hicieron que su espíritu flotara en armonía hacia el camino de la eternidad, pero fue el vuelo del colibrí, su colibrí, el que hizo que ese espíritu hecho de la Nada divina sonriera y sintiera una especie de sosiego eterno.
¿Cuántas personas tienen la despedida de sus animalitos? Conozco historias (vos también) de perros que se recuestan en la tumba fresca donde, minutos antes, enterraron a los amos. Pero, jamás había tenido la experiencia de la imagen donde un colibrí chupa la miel de las flores que están en un velorio.
¿Y por qué tengo esta imagen? Sucede que doña María Natalia es la mamá de Yessi Gómez Jiménez, quien fue mi alumna en la universidad. Cuando supe del fallecimiento de su mamá le envié un abrazo respetuoso, pero un día después hallé esta fotografía y, con la emoción caminando como tzisim en mis brazos, le pedí me diera permiso de pasarte copia y de platicarte lo que sentí, lo que siento. Le pedí permiso para decirte que acá hay un testimonio de la continuidad de la vida, porque, en medio del dolor de la muerte, está, como flama de vela, el encanto de la vida.
Yessi cuenta que en su casa tiene un jardín impresionante (así lo define), fue moldeado por las manos prodigiosas de su mami, esas manos que ahora están quietas, que florecen adentro de la tierra, tierra que le prodigó las flores más hermosas. Sí, yo he visto fotos de ese jardín, he visto fotos de unas enredaderas que cuelgan como frutos luminosos. Esas enredaderas son las consentidas de los colibríes, que, como niños acólitos, se cuelgan de sus campanas amarillas y rojas. He visto esas enredaderas en el corredor de la casa del doctor Roberto y en los corredores, espléndidos, del restaurante Villa Victoria, he tomado un té al lado de esa cascada que, sin alardes, humilde, nos habla de la bondad de esta tierra.
¿Y ahora? Ahora queda a los deudos seguir cultivando el jardín de doña María Natalia. Hará falta su mano bendita. Por supuesto que sí, porque ahora ella ya no abrirá los huecos en la tierra húmeda, ya no eliminará los bichos “perjuiciosos”. No, ahora, todos lo sabemos, será un colibrí que llegará a chupar miel de su jardín. Por esto, sus familiares no pueden abandonar el jardín, su jardín, deben cultivarlo con el mismo amor, para que cuando llegue doña María Natalia encuentre mucha miel en las flores y en el corazón de sus personas amadas.
Doña María Natalia no falleció por el virus tan letal. ¡No! Ella dobló sus alitas por otra dolencia. Es la ley de la vida. Los colibríes también mueren, dejan de aletear, dejan de batir sus alas, dejan de dar aire al aire.
Nadie puede dudar que doña María Natalia fue una mujer buena. Los hombres buenos son los que cuidan jardines, los que aman a los animales, los que echan abono todas las mañanas a la tierra donde crece la familia, los que respetan a la naturaleza.
Doña María Natalia fue técnica en contaduría. Muchas personas la conocieron en las oficinas del antiguo Banamex. Cuando nació el hermano de Yessi renunció al trabajo. Había decidido dedicarse de lleno a la atención de su familia, a cultivarlos como arbolitos de limón para aspirar el aroma del azahar, para (en lugar de libar) proveerles de la miel necesaria.
¿Y sabés qué? Fue una gran lectora, Yessi cuenta que su mamá, después de estar de arriba hacia abajo en la casa todo el día, tomaba un libro y se desvelaba leyendo. Pero, además, fue siempre muy desprendida. Si tenía una plantita de más la regalaba, porque, doña María Natalia siempre dijo que quien cuida a la naturaleza cuida el mundo y se cuida a sí mismo. Ah, decía: “son tan agradecidas las plantas que con un poco de agua adornan la casa.”
Posdata: ¿Mirás por qué le pedí a Yessi me permitiera pasarte copia de esa fotografía y contarte un poco, mínima parte, de la vida de su mami?
Doña María Natalia fue una mujer buena. El jardín de la casa ahora tiene una flor menos, pero, bendita naturaleza, ahora tiene un colibrí más. Cuando Yessi salga al jardín y mire el vuelo de un colibrí sabrá, lo sé, que ese espíritu bueno es el de su madre que llega a saludarla, a darle los buenos días, a desearle una buena vida, a decirle que siga amando las flores y a las catarinas y a las mariposas y a las babosas y a los caracolitos. Y su familia debe seguir poniendo los discos de Mozart, Vivaldi, los valses de Strauss que tanto gustaban a doña María Natalia y que tanto disfrutaban los colibríes que hace días recibieron a su mamá en el territorio del misterio eterno.