sábado, 6 de junio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN HILO AFECTUOSO




Querida Mariana: Dicen los expertos que en tiempos de crisis se fortalecen los valores. México ha dado muestras palpables de comportamientos solidarios en tiempos críticos. Cuando un terremoto cimbró y devastó muchas zonas de la Ciudad de México, las personas, de inmediato, se movilizaron y formaron brigadas de voluntarios que ayudaron a quitar escombros, a rescatar a personas vivas, a retirar cadáveres, a dar auxilio a sobrevivientes, a preparar comida caliente para los brigadistas y sobrevivientes. La respuesta fue inmediata y dadivosa. La sociedad civil siempre se moviliza, porque cuando sucede una desgracia, el botón de la generosidad se activa en automático. Nos sabemos hermanos, nos reconocemos hijos de la misma desdicha, de la misma patria dolida.
En estos tiempos, ya lo señaló Gabriel Guerra Castellanos (hijo de Rosario Castellanos), el pueblo no ha sido tan generoso. ¿Por qué? Porque ahora la sobrevivencia del que ayuda está en riesgo.
Cuando sucedió lo del terremoto, después de las réplicas, la vida siguió con su ritmo de todos los días. La gente, con un simple cubrebocas, para evitar el polvo, se movía de un lado para otro. Su sobrevivencia estaba garantizada. Ahora (¡qué dramático!), el cubrebocas no se usa para evitar el polvo, se usa para evitar el contagio de un virus letal, agresivo.
Por esto, ahora, querida mía, los actos de personas que acuden al auxilio del otro, del hermano en desgracia, es digno de altísimo reconocimiento.
He visto imágenes en las redes sociales donde el presidente municipal de Comitán y su esposa se desplazan hacia las comunidades rurales y llevan despensas para repartir a la gente más vulnerable. He leído en los comentarios, dos o tres, que minimizan tal acción. Yo pienso en las personas que reciben esos apoyos en esta época de tanta necesidad. Pienso que ese apoyo (que eternamente será insuficiente, porque vivimos en un país tercermundista y en un estado con múltiples carencias, desde siempre) es una tabla que permite pasar de una a otra orilla a esas personas que poseen muy poco. Pienso que no sólo es el hecho de recibir un kilo de arroz y un kilo de frijol y una cobija, ¡no!, también es un hilo de luz que, en medio de la oscuridad, aparece en el horizonte. Pienso que hay muchas familias que están solas, que viven en islas; por eso, cuando, a lo lejos, advierten una lancha con presencia humana, sus rostros se iluminan con la esperanza y mueven los brazos para decir que ahí están, y se abrazan cuando, desde la lancha, advierten señales de que los han visto y acuden a su rescate. Es la presencia humana, es la mano amiga que, cuando ocurre una desgracia, toca al que está debajo de los escombros; es la voz que indica que, afuera, alguien ya supo que está ahí, que no desespere, que lo rescatarán.
Por ahora muchos están en ínsulas. Permanecen en casa, porque es la manera más recomendable para evitar contagiar o contagiarse del virus. Las casas se convierten en islas. Todos los Robinson Crusoe de estos tiempos necesitan saber que no están solos, que hay otros afuera. Pero, ahora, todos estamos inmersos en la misma burbuja de desasosiego. Quien sale se expone, corre el riesgo de enfermarse.
Por eso, ahora, quien ofrece su mano generosa al otro es doblemente bendito. El mínimo acto es el máximo acto. Quien sale a dar ayuda al otro es un héroe, es el soldado que, en medio de las explosiones en un campo de batalla, se echa el fusil al hombro y corre esquivando las balas, para salvar al compañero herido, para jalarlo en el campo enlodado, para echárselo sobre la espalda, para salvarlo de una muerte segura.
En Comitán, como en muchos pueblos del mundo, en medio de la pandemia, hay personas que piensan en el otro, con riesgo de su salud. Doña Tere, desde siempre, ha dado alimentos a un grupo de menesterosos en su casa. Los necesitados acuden todas las mañanas, entran al extenso jardín donde, a la sombra de unos árboles, encuentran dos mesas largas, donde se sientan y desayunan. Ahora, cuando comenzó la pandemia, una de las hijas le dijo que debía suspender dicha ayuda. ¡Qué!, dijo doña Tere. ¡Jamás! Ahora es cuando más lo necesitan, y mandó a que los desayunos los colocaran en contenedores desechables y la ayuda sigue fluyendo. Los menesterosos llegan y reciben sus alimentos. Por supuesto que ahora no entran a la casa, pero reciben, desde la puerta, una bolsa con ayuda alimentaria. ¿Mirás la luz de este acto generoso? Doña Tere no sólo da comida, da la certeza de que esos hombres y mujeres no están solos, que aún, metidos en la burbuja de miseria en que viven, siempre está doña Tere para auxiliarlos, para paliar un poco esos huecos donde viven. El esposo de doña Tere, hasta el día de su fallecimiento, siempre ayudó a los necesitados. Ellos han honrado a la mamá de don Manuel que siempre fue una mujer generosa y que dio lustre a su nombre: Luz. Son personas que llevan luz en medio de la oscuridad. Son permanentes navegantes que viajan por el mar, a riesgo de tormentas, llevando un poco de esperanza a los Robinson de estos y de todos los tiempos.
Y esta es una mínima historia. Hay más, muchas más, actos mínimos ¡grandiosos! Ahora (vos has visto fotografías en las redes sociales) hay personas y grupos sociales que se están poniendo la mano en el corazón, que están pensando en los otros, en los desvalidos, en los necesitados. Por ahí, Gil levantó la cosecha de jitomates y se encargó de repartir muchas cajas entre los necesitados. ¿Mirás? Lo que iba a ser para la venta, para allegarse de fondos en estos tiempos tan difíciles, se destinó para repartir de manera gratuita, porque Gil sabe que hay personas en este pueblo que nada tienen, que necesitan todo.
Y el consultorio de la doctora María de la Cruz se convirtió en centro de acopio de insumos para llevar al personal de la Clínica del Covid, en Comitán; y el noticiario de Iván (quien no sólo ha hecho un trabajo excepcional de información, saliendo a la calle, para llevar la puntual noticia a la sociedad) también ha realizado una intensa campaña para auxiliar a quienes están luchando contra el virus; y lo mismo han hecho las mujeres de Ixuk’e. Decenas de personas, en Comitán, auxiliando al prójimo. OSA entregando cubrebocas para el personal de los hospitales; y más, muchos más. Benditas personas.
La pandemia no sólo ha pegado al mundo en la salud, también ha pegado, en forma intensa, en la economía. Muchas empresas han cerrado, en forma parcial o, desgraciadamente, ya en forma total. El otro día leí que una de las empresas poblanas de gran tradición en la fabricación de dulces debió cerrar, después de años y años de mantenerse activa.
El dinero escasea, a nadie le sobra (salvo que uno sea Slim). Y en medio de esta escasez, en medio de esta angustia por la carencia de circulante, hay personas que privilegian la salud y comparten el pan. No piensan en la cartera, ponen por delante el corazón.
¿Cómo no decirles gracias a estas personas? Todo aquel que abre su mano y comparte un poco de lo suyo, merece recibir bendiciones. Que nadie regatee el esfuerzo de personas y de grupos, de la sociedad civil o del gobierno. Los recursos son pocos, pero hay gente que está dando lo más que puede.
El chef Sergio anunció la participación de muchos restaurantes del pueblo para enviar comida al personal de la clínica. ¿Cómo no aplaudir esta acción? Quienes están dando su apoyo están reconociendo el esfuerzo que otros, de igual manera, están haciendo para contener los estragos de esta pandemia. El personal de salud, día y noche, corre por los pasillos de las clínicas y de los hospitales para salvar las vidas de otros, desconocidos hasta antes de que ingresaran. Lo hacen en medio de carencias (ya dijimos, nuestro país es tercemundista, vivimos en un estado que siempre ha estado en los últimos lugares de desarrollo económico.) Luchan a brazo partido. Van a la guerra sin fusil. Pero echan, por delante, el corazón. Cientos de historias se están escribiendo en esta época, historias dramáticas, historias nobles. Cientos de personas se quitan el suéter y lo entregan al desnudo.
¡Qué tiempos tan desgraciados! Y, sin embargo, el sentimiento de muchas personas de corazón noble, los están pintando con la gracia del desprendimiento, de la generosidad, de la nobleza. Es el pan que reciben los que necesitan el apoyo, pero, sobre todo, es la palabra que dice: Acá estoy, no estás solo.
Hace tiempo leí en las redes sociales el mensaje de un italiano que decía: “A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra, a nosotros sólo nos están pidiendo que nos quedemos en casa.”
Acá, en Comitán, como en todo el mundo, hay muchos que, a diario, van a la guerra, van para salvar a otros. Por eso, duele que muchas personas no respeten el pedido mínimo de quedarse en casa, si no tienen necesidad de hacerlo, y si deben salir que lo hagan con cubrebocas y conservando la distancia social necesaria.
Posdata: ¿Sabés qué siente la persona que, en medio de la necesidad, ve un barco a lo lejos y lo ve acercarse y recibe un kilo de frijol, una torta, un café caliente, una palabra de consuelo?
Hay manos generosas. Que el universo sea, de igual manera, generoso con sus corazones, con sus afectos cercanos.