martes, 16 de junio de 2020

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




El león no es como lo pintan, pero el gato sí. Acá, no hay misterio, está un gato orgulloso de poseer siete vidas, como si la vida fuese una semana y una vida se llamara lunes y otra martes y así. Los gatos saben que la séptima vida es la más sosegada, alejada de estar en busca de gatitas en tejados. La séptima vida tiene el sosiego del domingo. La séptima vida es para ir al parque con los nietos, comprarles globos y chunches para hacer pompas de jabón y algodones de París. La séptima vida es para sentarse en las bancas de los parques y platicar con los amigos de los tiempos idos, de cuando se aventaban de un segundo piso y caían parados.
Porque el gato de esta fotografía (que debe tener un nombre, pero que no quiso decirlo) se lanzó como puma desde el cuarto escalón y cayó sobre sus cuatro patas en el piso.
La fotografía es de lo más común, siempre y cuando no se reflexione en la paradoja. Y no me refiero a la clásica que menciona que es dos animales a la vez, porque es gato y araña. ¡No! Me refiero a que es un gato, un lindo gatito, que está en una escalera de caracol. ¿Lo ven? Un gato sobre un caracol. Si alguien quisiera hacer una relación extraña podía contar un cuento donde un caracol viaja encima del lomo de un gato, pero ¿cómo explicar a un adulto que un gato se posa sobre un caracol? ¿Cómo explicar a un adulto serio, de esos que usan traje y llevan portafolios de cuero y hablan por teléfonos celulares de última generación, que una escalera de caracol sirve para subir a la azotea dando vueltas y vueltas? Los adultos están acostumbrados a subir por escaleras amplias, anchas como ansias del mundo que sueñan con comérselo. Porque yo me he topado con muchos jóvenes que sueñan con comerse el mundo. ¿De verdad?, les pregunto: ¿Ya lo pensaron bien? El mundo, visto desde acá, de mi ventana, no parece muy saludable y les enseño fotos de lagunas contaminadas, de ciudades con cielos oscuros por tanto hollín, de peces con la panza bocarriba, con toneladas de basura, con cadáveres de perros (chuchos) en callejones donde dormitan borrachos al lado de suripantas de a dos por cinco. ¿Esto es lo que quieren comer? Y entonces, ellos, un poco chuchos, dicen que no, y contratacan y muestran imágenes donde hay chicas en biquini tumbadas en playas de arena fina, y me señalan los yates y los autos de lujo y los pent-house de edificios inteligentes y las mesas con botellas de champaña y pequeños trozos de pan con decenas de huevecillos negros obtenidos de la panza del esturión. Y ponen una sonrisa de cuchillo fino en sus rostros y me dicen que eso es lo que quieren comer, es lo que les espera, y yo, desarmado, ante tan contundentes argumentos les deseo suerte, les digo buen provecho y tomo un sorbo de mi limonada sin azúcar y veo la chica que pasa delante de mí y lleva lentes oscuros y una playera roja y unos jeans ajustados, y pienso que camina como una gatita bonita, pienso que ella no es chucha, como otras.
A mí me gustan los gatos, son tan discretos, tan soberbios, tan sin la fidelidad de los perros. Este gato, imagino, debe estar en su segunda o tercera vida, porque aún tiene la mirada alerta del cazador, del que corre detrás de un ratón y lo atrapa y lo engulle; la mirada del que detecta una gatita bonita en el tejado de enfrente y brinca sobre pretiles y elude la ropa que está puesta a secar y tamborilea, como conejo sediento, sobre las tapas de los tinacos y ronronea y seduce a las inocentes y les ensarta su pito que es como varita llena de espinas.
Cuando una sobrina vio la fotografía dijo que este gato tenía el pelaje atigrado. ¡Claro!, pensé. El gato (todos los gatos del mundo) son parientes lejanos de los tigres, de los leones, de los pumas. Por esto, a mí no me sorprende cuando alguien, detrás de un mostrador, fumando un cigarro, dice que en un viaje que hizo a África se topó con un gato empumado.
El gato que está sobre la escalera de caracol tiene los ojos verdes aceituna, pienso que en alguna de sus vidas ese color irá cambiando. Porque, ya lo dije, pienso que está en su segunda o tercera vida; es decir, si fuera un fruto diría que está verde, que está pollito (uf, qué mescolanza de idioma el nuestro. ¡un gato pollito! ¿Dónde se ha visto eso?) Conforme pase a la siguiente vida su carácter irá tomando un mejor color, irá madurando, hasta terminar en un amarillo Van Gogh. Por el momento tiene un verde Sergio Hernández.
¿Cómo explicarle a un adulto que los seres humanos sólo tenemos una vida y ésta no debería gastarse en soñar con comer el mundo? La vida de los seres humanos, para llamarse tal, debería ser como subir de a poco sobre escaleras de caracol, haciendo pausas en cada peldaño para ver desde arriba lo que hay abajo. Desde la posición de este gato, los yates no son tan imponentes, los autos de lujo se despedazan si chocan contra un árbol, contra un simple poste de luz. Y ya no sigo porque ahora pensé que también es motivo de reflexión decir ¡poste de luz!