miércoles, 10 de junio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN POCO DE AIRE



Querida Mariana: Leí un cuento donde un canario no sale de la jaula. Se acostumbró tanto a estar adentro, que, cuando su ama abrió la puerta y olvidó cerrarla, el canario no intuyó que ahí estaba una salida. ¿Para qué salir? ¿Quién le daría alpiste afuera? El cuento termina en forma dramática, porque la mujer, que trabaja en una oficina, se enferma, va al sanatorio y la internan por una noche. Una noche, la mujer no vuelve a casa. Cuando está sobre la cama del sanatorio, con una aguja en el brazo que le pasa suero, ella recuerda a su canario y brinca porque algo le dice que esa mañana, al salir de su departamento no cerró la jaula. Oh, piensa, mi canarito volará y me abandonará, pero ya dije que el canario sigue brincando sin darse cuenta que la puerta está abierta. El cuento termina en forma dramática, porque el gato que llega todas las tardes a beber un poco de leche que le deja la mujer al lado de la ventana, entra y busca el alimento ausente. El gato sí se da cuenta que la puerta de la jaula está abierta.
Pedro sacaría moralejas de este cuento, después de leerlo, estoy seguro que diría que siempre es así en la vida, que muchas personas permanecen encerradas, sin darse cuenta que la puerta está abierta, y que son los otros los que se aprovechan de esa ignorancia, de esa cerrazón intelectual.
No sé. Cuando leí el cuento por primera vez me dio tristeza. Bárbara Jacobs y su pareja de entonces, Tito Monterroso, publicaron un libro que es una Antología del cuento triste, donde, sostienen, los mejores cuentos son cuentos tristes. No sé. En el libro de Jacobs y de Tito también hay un cuento que habla de un canario. Los canarios son aves favoritas de la nostalgia, porque, casi siempre, aparecen en casas de ancianas solas, los canarios son los sustitutos de las ausencias de esposos muertos, de hijos ingratos y ausentes.
Muchas personas están contra el cautiverio de aves, se molestan porque hay gente que mantiene adentro de jaulas a loros, guacamayas, cotorritas y canarios. Pero, los dueños de esas mascotas sólo cuentan historias llenas de ternura y picardía. He ido a muchas casas donde hay loros y sus amos los tratan bien y los loros no parecen estar a disgusto, cantan el himno, piden el pan, responden cuando alguien toca la puerta y son expertos en repetir las malcriadezas que sus amos les enseñan: ¡Pendejo, pendejo!, dicen con su voz de cacatúa selvática.
Mi tía Elena es feliz con Amarillito, que así bautizó a su canario. Todas las mañanas, como si atendiera a un hijo, le quita la colcha que pone en la jaula antes de ir a acostarse, y platica con Amarillito y el canario le responde, brinca de un lado a otro del palo y canta. Uso el verbo cantar porque es lo que hace el canario, mientras, mi tía hace lo mismo y baila frente a su pajarito y el canario se ve contento. Ambos se ven contentos. Estoy seguro que el día que el canario muera, mi tía quedará muy sola. La tía Elena tiene dos hijos, pero éstos viven lejos, en el Norte del país, a veces le hablan por teléfono, algún domingo; hace tiempo que no viajan para verla. El único verdadero afecto de la tía es Amarillito.
Yo no sé qué pensar cuando escucho la molestia de los animalistas. Me pongo en la misma línea de defensa cuando escucho alguna historia donde los amos maltratan a los perros, los mantienen encadenados en las azoteas o en los linderos de los patios, y se mojan cuando hay aguaceros. Pero cuando llego a la casa de la tía y veo el cariño que ella le brinda y veo que el canarito brinca contento en su columpio de plástico, pienso que ahí hay una historia de amor que no molesta al ave.
El cuento que viene en el libro de la Jacobs y de Tito es un cuentito muy bello, escrito por Katherine Mansfield que se llama, precisamente, “El canario”. El cuento está escrito en primera persona y comienza señalando un clavo, donde colgaba la jaula del canario que murió. Quien cuenta el cuento es el ama del pajarito y narra, con gran ternura, el cariño que le tenía y cómo su canto era muy especial. Recuerdo que la mujer dice que el canarito era su compañera. Ella vivía sola, apenas llegaban tres muchachos pensionados a los que les daba alimentos.
Sí, el cuento de Mansfield es triste, ¿por eso es bello? ¿Por eso es un cuento inolvidable? No lo sé. Lo que sé es que está muy bien contado y trasmite la unión de dos seres: un ave y una mujer solitaria. Por ahí está en el Internet, leélo, es un cuento lindo.
Un día, día ingrato, el canarito murió. Su ama (se deduce) bajó la jaula, pero el clavo quedó sobre la pared y cuando la mujer ve el clavo su corazón siente el rasgón, porque le recuerda que ahí hubo una jaula (una casita, un hogar) donde habitaba su canario.
Posdata: Cuando escucho estas historias no sé qué pensar con las exigencias de los animalistas. Estoy a favor de ellos cuando hay una historia de maltrato, pero cuando hay una historia tan humana pienso que las mascotas reciben una bendición al estar en cautiverio. Los canarios, a pesar de tener la puerta abierta, se quedan en casa, porque saben que ahí está el río que alimenta sus orillas.