sábado, 13 de junio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO




Querida Mariana: con pesar digo que murió la maestra Vigi. Ella es comadre de mi mamá, porque mi mamá es madrina de Verónica, su hija. Ambas se quieren mucho. Yo fui alumno de la maestra Vigi y fui su amigo y soy amigo desde siempre de su hijo Luis Ignacio y fui colaborador de su nieto cuando éste fue presidente municipal de mi pueblo. Esta relación ha sido mi privilegio, y te lo cuento para certificar que estuve cerca de ese árbol bonito, como tenocté, que iluminó muchas vidas, porque mi maestra era muy simpática, muy ingeniosa.
El miércoles, mi Paty se acercó a la mesa donde yo escribía y en una servilleta me pasó el siguiente mensaje: “Murió la mamá de Luis Ignacio” y señaló hacia mi mamá, quien estaba sentada en la sala y tenía en las manos un cuadernillo de oraciones. En voz baja le pregunté a mi Paty si debíamos darle la infausta noticia y me dijo que sí. Paty se alejó y yo vi a mi mamá, le dije: Qué bueno que estás rezando, fijate que hay una mala noticia, murió tu comadre Vigi, echale un padre nuestro por su alma, así sin muchas vueltas se lo dije, como si hablara de la lluvia o como de la llegada de la noche. “Ay, mi comadre.”, dijo mi mamá y comenzó a llorar, sus manitas hicieron temblar el cuadernillo. “Desde hace dos días estoy que le iba a hablar a Vero y no lo he hecho. Le hablaré mañana.”, dijo, se limpió las lágrimas, abrió el cuadernillo y escuché que dijo, en el tono con que siempre reza: “Por el alma de mi comadre…” y sus labios se movieron en forma tenue, como si fueran la flama de una vela en un cuarto cerrado.
Si la ausencia de un afecto es lamentable en cualquier tiempo, en estos tiempos de pandemia todo parece más oscuro. Estar en cuarentena evita el contacto con los amigos, con las calles llenas de vida. La noticia de la muerte de un afecto impacta más, llena de niebla el ambiente. Sólo el cuadernillo con oraciones de mi mamá es como un cimiento para el ánimo, para la esperanza, para la sobrevivencia. ¡Ay, cuántas ausencias lamentables! No puede uno salir para dar un abrazo de consuelo a los afectos. No. Uno mismo se abraza, uno mismo se coloca las manos en los brazos, agacha uno la cabeza y se da el pésame, y abraza al ausente, al familiar que vive su pena, lejos, muy lejos, a pesar de estar tan cerca, en forma física y en espíritu.
¡Ah, qué tiempos tan lejos de los otros! Tan lejos de los otros tiempos, cuando, alumno de secundaria, en el glorioso Colegio Mariano N. Ruiz, recibí clases de dibujo de imitación con la maestra Vigi. El primer día de clases fue sorprendente. En nuestra relación de útiles nos habían pedido una libreta con cuadrícula grande. Cuando la maestra entró dio los buenos días, se sentó en el escritorio y esperó que dos muchachos colocaran un pizarrón verde, con cuadrícula pintada en blanco y letras y números. Nunca había visto algo similar. En toda mi vida de estudiante, el pizarrón siempre era el mismo sin importar la materia, incluso, para la materia de dibujo el maestro utilizaba el mismo pizarrón limpio. Acá no, el pizarrón estaba cuadriculado, como cuadriculada la hoja donde la maestra pidió que colocáramos números en sentido descendente y letras en sentido horizontal. ¡Ah, qué actividad tan simpática! Luego, la maestra tomó un gis de color negro y nos dijo que ubicáramos la columna D y bajáramos hasta la fila 4 y pintáramos en el cuadro correspondiente la raya que ella pintaba con una curvatura delicada y luego pasamos a la columna E, fila 4 y continuamos el trazo. ¿Qué resultaría al final? La maestra escondía el cuaderno en su pecho y nosotros seguíamos sus indicaciones. Conforme avanzaba el dibujo nos aventurábamos a lanzar nuestras predicciones. Ya estábamos seguros que, al final, sería un animal, pero ¿qué animal? Un elefante. No seás mudo, cómo un elefante, ¿y la trompa? No, es un león. ¿Léon? ¿Y la melena? Poco a poco, la maestra trazaba líneas en los cuadros y nosotros las copiábamos en nuestra libreta. Sí, la materia era Dibujo de imitación, ¡ah!, qué bonito. Imitábamos los trazos de la maestra, ¿mirás qué prodigio? Al final, Arnulfo tuvo razón, el animal dibujado fue un león, un león desmelenado, y la maestra, con ese humor inconfundible, dijo que el león no es como lo pintan. Dejamos nuestro pupitre y nos amontonamos alrededor del escritorio y pusimos las libretas, una sobre otra, como si fueran losetas en una construcción. La maestra Vigi tomó una, la revisó, hizo las indicaciones y calificó. Sus calificaciones fueron generosas, oscilaron entre el ocho y el diez. Nadie reprobó. Claro, hubo algunos dibujos mejores, pero todos, todos, eran leones, unos con chibolas en el lomo y otros tersos como cielos agradecidos.
Ahora, vos lo sabés, dibujo, dibujo mucho, y pinto, pinto cajitas. Algunos críticos dicen que me repito, que siempre pinto y dibujo lo mismo, con pocas variantes. Es cierto, todos mis dibujos y mis cuadros son como piezas de un rompecabezas gigante. ¿Qué pinto? ¿Qué dibujo? Muchachas bonitas sin vestidos y animales, muchos animales. ¿De dónde pepené la gracia? Pues de las clases de la maestra Vigi, en secundaria, y las clases de dibujo al natural, en la Universidad del Valle de México, en la gran ciudad, cuando llegaban modelos de la escuela La Esmeralda, y posaban desnudas para que nosotros, estudiantes de arquitectura, hiciéramos bocetos.
Cuando veo al cupido con sus flechas, pienso que no es una buena representación, el amor no puede ser una flecha en el pecho. ¡No! Cuando pienso en la vocación pienso en un ángel encueradito pero con una red de esas que usan los pescadores en Paredón, Chiapas. Pero la red del ángel de la vocación está hecha con hilos de luz. El ángel te atrapa en su red y sonríe y el elegido hace lo mismo, porque no hay mejor cosa en el mundo que ser fiel a la vocación, hacer lo que a uno le gusta, desarrollar los dones y las fortalezas.
Dibujo y pinto, porque un día, en una clase de escuela, dos maestras (una en la secundaria y otra en la universidad) apuntalaron el gusto, la vocación; regaron la planta hermosa de la creación.
La gracia de la vida es repartir dones. La maestra Vigi (que el universo bendiga la luz en que se ha convertido) repartió su gracia.
Digo que primero fui su alumno y luego fui su amigo. Un día, cuando en la familia teníamos una editorial en Puebla, me llamó por teléfono y dijo que quería que yo le hiciera unos libros, en la Colección Balún-Canán, que teníamos, y que hacía ediciones de pocos ejemplares. Me dijo que su principal interés era repartir esos libros entre sus afectos. Le publicamos dos libros, en la sección de Relatos, uno con el título de “Los Azafranes y algo más” y el otro intitulado “Mis fabulosas abuelitas”. Estos libros cuentan historias sencillas, luminosas, iluminadas. Los azafranes son unos hermanos con el cabello del color del azafrán, y el libro de las abuelitas cuenta anécdotas de dos viejecillas cotorronas: Tachita y Martinita, que cuentan historias de su juventud a Beatricita, quien, ¡bendito Dios!, es una muchacha bonita que se encanta con lo que le cuentan las dos simpáticas viejas. Sus relatos tienen el mojol de estar ilustrados con dibujos con gracia especial. Ahí está plasmado su don, el trazo fácil, sencillo.
La maestra Vigi hizo la siguiente presentación en sus libros publicados: “Gracias, Señor, por la habilidad que me diste para dibujar, así doy un toque especial a mis cuentos, historias y versos. Todo lo que escribo no tiene ningún valor literario, simplemente soy aficionada a las letras, pero Tú le das alas a mi imaginación y lo disfruto plenamente.”
¿Mirás? Agradece el don recibido y habla del disfrute de lo realizado, de lo compartido. ¿Qué más podés pedirle a la vida? Salud. La maestra gozó de buena salud, iluminada con su alegre carácter, pero, por desgracia, en los últimos tiempos su mente, como bordado de estambre, se comenzó a deshilachar, había instantes que ya no recordaba; su mente, feliz, niña iluminada, ya brincaba la cuerda en otro patio. El miércoles 10 se despidió de la vida, lo hizo en una época difícil. No hubo velatorio, de inmediato la cremaron, cumplió la sentencia de que somos polvo y en polvo nos convertimos. Claro, hay seres que son polvo de estrella. La maestra ahora ya es polvo de estrella, se ha reincorporado a esa Vía Láctea donde caminan los espíritus sublimes.
Todos pedimos salud y pedimos la bendición que, en vida, tuvo la querida maestra Virginia Albores Cancino. Yo deseo que vos cumplás tus sueños, que prodigués tus dones con el mundo, y que, siempre, siempre, tengás mucha salud, salud física, salud mental y salud espiritual.
Mi mamá cuenta que cuando ella tenía la tienda de estambres, su comadre Vigi pasaba a saludarla y le dejaba un papelito con algún mensaje cariñoso. No lo firmaba, su firma era un dibujo con su carita, una carita casi redonda, sonriente, con ojos grandes.
Posdata: El ángel de la vocación es genial, lanza sus redes de luz a todos los seres humanos, a algunos los seduce con plastilina y barro y hace que Luis se convierta en el gran escultor y hace que Manuelito se convierta en un gran ceramista; a otros los seduce con lápices de colores y con pinturas y hace que Mario Pinto Pérez y Samuel Guillén Flores sean grandes acuarelistas; a otros los seduce con el don de la música y bendice las manos de Sonia Conde y las voces de Cothy Soto y de Stefany Moguel, y así, el ángel de la creación vuela por todos los patios y sitios del mundo y reparte dones al por mayor. Benditas las personas que, como la maestra Vigi, pepenan esos dones y, como hizo Jesús con los panes, los multiplican y los reparten con gracia y sin regateo. Paz infinita para mi maestra.