martes, 30 de junio de 2020

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




La imagen es sencilla. Una mujer observa el bosque. La imagen es frecuente, a muchas mujeres les gusta ver el bosque. El concepto bosque es masculino. Hay hombres que ven con agrado la hierba, hierba es un concepto femenino. El mundo del lenguaje está concebido a imagen y semejanza del modo como Dios creó el universo, en una mano puso a Adán, y como vio que no era bueno que el hombre estuviera solo, puso a Eva en su otra mano. Nadie reniega de la creación. Así es el lenguaje, está formado con términos masculinos y femeninos.
Acá hay una mujer que (así se ve en el pie del fotograma de un video exhibido en Youtube) se llama Rosario. Rosario no es un nombre exclusivo para mujeres, hay hombres que llevan dicho nombre. En mi infancia conocí a un hombre que se llamaba Rosario, trabajaba como chofer en la casa. Todo mundo le decía Chayo. Era un hombre fuerte, en su adolescencia había pedido un curso de fisicoculturismo, a través del correo. Me contaba que fue feliz el día que le llegó el libro que, en diez sencillos pasos, le prometía tener el mismo cuerpo que tenía el creador del programa de tensión dinámica: Charles Atlas. Chayo, que era un alfeñique, gracias a las lecciones del maestro y a su constancia, logró tener un cuerpo que parecía modelado por los grandes escultores griegos.
Esta Rosario, igual que Chayo, el chofer, tiene apellidos, ahí se lee: Figueroa Castellanos. ¡Sí!, ahora la identificamos, es una de las grandes escritoras del siglo XX, orgullo de Comitán, Chiapas, México.
Rosario mira el bosque. Conforme avanza la proyección nos enteramos que esta mujer no observa cualquier bosque, porque, en bosques también hay grados. Hay bosques que son tan anchos como el río Lacantún y bosques que son como pequeños arroyuelos. El bosque que Rosario mira no es un bosque modesto, no es un simple arroyuelo, ¡no! El bosque que ella observa, que bebe con su mirada, es el Bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México. Un bosque lleno de magia, bosque sublime.
Y luego, en la proyección, nos enteramos que hubo un instante (ya viviendo en la Ciudad de México) que don César (padre de Rosario) compró una residencia de tres pisos, que daba justo frente al bosque. Esta imagen entonces, donde una mujer mira al bosque, no es más que la imagen de cualquier hora donde Rosario abría la puerta de su estudio, salía a la generosa terraza y se acodaba en un murete y se bañaba con el aire de Chapultepec.
Los que saben dicen que Chapultepec es una palabra náhuatl, compuesta de dos términos: Chapulli, que significa chapulín, y Tepe, que significa cerro; por lo tanto, Rosario vivía frente al cerro del chapulín.
Acá se ve la armonía de su mirada. Rosario bebió savia de un árbol lingüístico enormísimo, fue un cenzontle que brincó de la rama maya a la rama náhuatl con ligeros brinquitos. Ella, hija de Balún Canán (términos que significan Ciudad de las Nueve Estrellas), se llenó del aire emanado del tepe donde habita el chapulli.
Acá no hay más, son cuatro esencias las que aparecen en la imagen: el bosque, el aire, la mujer y el vuelo de su mirada. Rosario (la comiteca Castellanos Figueroa) embebió el bosque y se volvió un árbol, una ceiba, que oxigenó la cultura de este país y del mundo. Ella, la de las Nueve Estrellas, brincó como chapulín. Su mirada bebió los pinos del bosque de su rancho Chapatengo y, luego, los ahuehuetes de Chapultepec (siempre la che).
Chapultepec, para ella, no fue más que una extensión de Chapatengo. Ese bosque fue como el pequeño corazón donde se refugiaba el recuerdo de su Chiapas (siempre la che).
La che es femenina. Rosario es nombre para mujer y para hombre. ¿Puede usarse la che en masculino? Sí, también, ahí está el famosísimo Che. Cuando queremos hacemos el mundo más limpio, más terso. Hacemos más tersa nuestra mirada cuando nos paramos frente a un bosque y bebemos sus cantos y sus rumores. Ah, el aroma de la juncia fresca.