martes, 9 de junio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN GLOBO EN EL CIELO




Querida Mariana: ¿Has visto qué humilde es el aire? Siempre viste una túnica como de San Francisco de Asís. El aire es un niño juguetón, travieso, tiene colgada una sonrisa que da vida, es la vida.
Cuando mis amigos me preguntan qué deseo (a estas alturas de mi vida, ¡bendito Dios!), digo que me gustaría escribir con palabras de aire, con palabras sencillas, humildes.
Es tan complicado ser sencillo, es más sencillo ser complicado. Conozco amigos que escriben con palabras que son como globos de fierro, ellos creen que por pesadas, por rotundas, sus palabras forman textos soberbios. ¡No! Esos globos no vuelan y la gracia de la literatura es que las palabras vuelen, que sean, como dijo el poeta, ingrávidas y gentiles.
Sí, esta última palabra me gusta como definición de lo que podría ser mi trabajo, un trabajo gentil, lleno de begonias, de hojas de begonia.
¿Por qué digo esto? Porque ayer, mientras veíamos la televisión, mi mamá recordó que en la casa donde crecí, ella había llenado los corredores con geranios y begonias. Con una risa de ardilla satisfecha me dijo: “Comías las hojas de las begonias, eras como una arriera.”
¿Mirás? De niño fui una arriera come begonias. Ahora que lo escribo pienso que el recuerdo de mi mamá fue un recuerdo gentil, con palabras llenas de aire. Su recuerdo fue como un globo en el cielo de mi memoria.
Sí, me gustaría escribir con la sencillez con que mi madre ha caminado por la vida. En estos días de pandemia varios amigos me han preguntado cómo está ella. ¿Cómo está doña Hildita?, preguntan, con palabras sencillas, con palabras llenas de aire. Yo los bendigo a ellos, agradezco ese hilo que borda el recuerdo y fortalece la amistad. Respondo que está bien, a sus noventa años, es un árbol que recibe la lluvia de la gracia de Dios.
Me gustaría escribir con palabras sencillas, no simples. Hay que huir, como de la lepra, de las palabras simples, de los conceptos simples. Hay que buscar, con denuedo, el hallazgo de lo sencillo, de lo que es como el aire.
¿Has visto cómo es aire es un pájaro, un manto bordado con luz? El aire es un corazón que siempre late, que siempre brinca la cuerda, que se sienta, así, sin mayor protocolo, ante una mesa y toma café y platica con los amigos y cuenta anécdotas (cuenta anécdotas de otras regiones del mundo, de lugares donde ha estado.)
Luego, mis amigos me preguntan qué les deseo. Deseo que sean un pulmón lleno de aire, de aire limpio, con aroma de una taza de café, con el sabor de una hoja de begonia, con los rojos gentiles de las begonias. Les deseo una vida sencilla, que no simple. A mis amigos jamás les deseo yates, autos de lujo, residencias con jardines y albercas, joyas, toneladas de dinero. No se los deseo, porque el destino (que siempre está por encima de mis deseos) otorga a cada persona lo que le corresponde. Así veo a muchos amigos, sencillos, humildes, que reciben a mano abierta los dones que Dios envía, los dones espirituales y los obsequios materiales y algunos tienen grandes residencias y autos de lujo.
Yo les deseo una vida llena de aire, de fuelle de forja de metales, de globo que vuela por todos los cielos, más arriba de los árboles; les deseo el vuelo de un globo que no se traba en las ramas o en los cables de energía eléctrica; les deseo que su vida sea como el vuelo libre de un papalote hecho con carrizo y con papel de china, dos elementos sencillos que hacen más pleno el juego de la vida.
Les deseo que su vida sea como un juego de rayuela, que su vida sea pasar de una casilla a otra a través de brincos de pájaro contento, hasta llegar al cielo. Les deseo que su vida sea un juego de dados que siempre den números a su favor, que su ruleta siempre caiga en el rojo al que apuestan. A mis amigos, los que, con palabras sencillas envueltas en el aire del corazón, preguntan: ¿Cómo está doña Hildita?, les deseo que siempre, siempre, sus vidas sean como el hilo sencillo y humilde con el que mi mamá borda sus tejidos. Que sus vidas tengan la misma paciencia con que ella desenreda el estambre, la misma sencillez con que ella ríe al ver los programas de concurso que tanto le gustan, en la tele. Le gustan tanto los programas de concurso que no sólo ve los programas donde un muchacho abre veinte botellas con sus dientes, en treinta segundos, o alguien debe salir de la jaula antes que las puertas se cierren; ¡no!, también ve los programas donde diez fortachones, los diez hombres más fuertes del mundo, compiten por ver quién llega a la meta cargando una bola de hierro que pesa más que el mundo sobre los hombros de Atlas.
Posdata: Si me preguntás no sé responder a la pregunta de dónde nace el aire, de dónde viene. No lo sé. Sólo lo advierto cuando, como mariposa, se posa en las plantas del jardín de mi mamá; sólo lo intuyo cuando una hoja seca de begonia tarda en caer al suelo. Ahí está su mano, generosa, casi inadvertida. Así, le digo a mis amigos, me gustaría que fueran mis textos: “ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón.”