jueves, 20 de agosto de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN ROSTRO




Querida Mariana: Vi un video dedicado a Rosario Castellanos, con motivo a su cuadragésimo sexto aniversario luctuoso.
Esta foto corresponde a dicho video. Dejé a propósito el texto, porque, como diría la tía Elena: “Si la encuentro en la calle no sabría qué pato puso ese huevo.”
Rosario se ve muy cambiada. Tal vez la fotografía original corresponde, precisamente, a un instante de 1971, año de su nombramiento como Embajadora de México, en Israel.
En el Museo Rosario Castellanos, que existe en nuestra ciudad, existe un muestrario de fotografías de la paisana, tomadas en diferentes épocas.
Los museógrafos diseñaron, al principio del recorrido, un pasaje donde se aprecian muchas fotografías de Rosario. Los especialistas en su vida y obra y, sobre todo, los sicólogos pueden apreciar una mínima biografía de ella. Sus rostros van de la frescura de su juventud al rostro pétreo de su adultez.
Sé, querida niña, que todos los seres humanos cambiamos a cada instante. Cuando un amigo nos deja de ver durante algunos años, vemos la sorpresa en su rostro cuando trata de hallar los rasgos de antes, los que le digan que somos nosotros. Y lo mismo sucede en nuestro asombro. Me ha tocado. A veces me he topado con algún compa de otros tiempos que, ah, malvado, me pregunta: ¿Quién soy, ah? Qué difícil. Es preciso que observe su mirada y la coteje en mi archivo histórico. A veces doy, a veces me rindo. Y cuando me rindo me siento mal y veo la decepción en el rostro del otro, que en su mutismo me grita: ¡Cómo no me vas a reconocer!
Es una bobera lo que diré, pero conozco pocos casos donde una persona haya tenido tantas transformaciones en su rostro, como Rosario.
No la conocí físicamente, pero cuando hago lo que hace medio mundo en el museo, advierto que hay unas fotografías donde parece otra, alguien muy distante del rostro de apenas dos años antes.
Hablo de transformaciones naturales, porque ahora que están de moda los estiramientos faciales a través de cirugías plásticas he visto a muchachas bonitas que terminan con rostros irreconocibles, en algunos casos se ven favorecidas, pero en otros, qué pena, los cambios son negativos. Vos y yo conocemos a Lucía Méndez (yo, más que vos). Ella, cuando inició su carrera artística (en los años setenta) tenía un rostro limpio, bello. En los años noventa se sometió a una operación de su rostro y, cuentan los chismosos, una bacteria ocasionó que su rostro perdiera la belleza que tenía.
Pero, mirá ya por dónde voy, pucha. Pero, lo hago para explicarme los cambios tan notorios en el rostro de Rosario. Ninguno de sus amigos o biógrafos me ha explicado por qué ella comenzó a pintarse en forma evidente la línea de las cejas. Esas líneas curvas comenzaron a remarcar su rostro en tal forma que competía con el movimiento natural de sus labios. En su museo hay fotografías donde está sonriente, pero, tal vez, la foto más impactante es una donde tiene el cabello recogido hacia atrás, mira hacia el piso, con una mirada extraviada y sus ojos de tiuca muda están enmarcados por dos cejas repintadas, que son como uñas sueltas de un tigre enjaulado.
En los textos de Rosario hay chispazos de humor; sus amigos más íntimos cuentan que, en confianza, en lo íntimo, entre sus amigos, mostraba una gracia especial, que había heredado de la rama materna; la ironía de agua clara era del río Figueroa y no del caudal Castellanos; pero, en medio de toda esa luz hay un aro de sombra que es como una manta que provoca penumbra.
Esta fotografía no es muy común. Acá, Rosario está peinada de salón, porta coquetos aretitos y sonríe, en un acto oficial.
Posdata: No sólo la naturaleza modificó el rostro de Rosario. Ya dije que ella misma lo cambiaba al pintarse los arcos de las ventanas de su mirada; y ahora, muchos admiradores que se paran frente a la figura de bulto que está en la última sala de su museo, preguntan: ¿Qué pato puso ese huevo? Está vestida como Rosario, tiene la complexión y la estatura de Rosario, el tamaño de los piecitos de Rosario, pero su rostro no es el de Rosario. Y debe ser una travesura del destino que no sabe responder bien a bien la pregunta: ¿Cuál de todas esas fotografías representa a la Rosario íntima?