lunes, 31 de agosto de 2020

CARTA A MARIANA, CON JUEGO DE SOMBRAS




Querida Mariana: por la posición del fotógrafo que tomó este momento, la sombra del maestro muestra el perfil de su rostro; en cambio, la sombra de Beto y mi sombra sólo muestran la parte trasera de nuestras cabezas, la parte donde está el cerebelo. El cerebelo, todo el mundo lo sabe, ayuda a coordinar los movimientos del cuerpo humano. Esa parte del cerebro nos auxilió (minutos antes de esta fotografía) a coordinar los movimientos que hicimos al bailar “La danza de los viejitos”.
Estas sombras son nuestras sombras comunes y corrientes, pero, en esta ocasión se llenaron de luz, primero porque están reflejadas en un espacio cuya misión era proyectar luces y no sombras; y segundo porque recibimos de parte del querido director de nuestra escuela, el maestro Víctor Manuel Aranda León, un reconocimiento. Mirá cómo el maestro ve la reacción de Beto Becerril Román, mientras Beto mira la mano del maestro, como reafirmando el pacto de honor. ¿Qué hace el Molinari, mientras tanto? Se lleva la mano a la barbilla, cerca de los labios, ve al maestro y espera el instante donde Beto se retirará, bien chento con su diploma (Beto se llevaba todos los reconocimientos, era un alumno destacadísimo). El Molinari casi casi se muerde las uñas, en espera del instante glorioso de dar dos pasos al frente y estar en el lugar de Beto y recibir el diploma y el apretón de manos. Si ves mi mirada pensarías lo que dicen los chavos de estos tiempos: quedate con alguien que te mire como el Molinari mira al maestro Víctor. Mi mirada refleja nervios, incertidumbre, pero también admiración. Estoy a punto de darle la mano al director de mi escuela, ¿lo mirás?, ¡al director de la escuela! ¡Nadita!
Esta fotografía me la envió hace días el doctor Segundo Guillén, fue una cortesía de él y de su esposa.
Digo que el espacio donde se proyectan las sombras es un espacio que estaba destinado para recibir la luz, porque es la pantalla del Cine Comitán (si mirás con atención, verás, al lado de la cabeza de nuestro director, el bordado de la cinta que unía la pantalla a un poste para que quedara bien restirada.) En esa pantalla, donde están proyectadas nuestras sombras, se proyectaban las cintas que hacían las delicias de los cinéfilos de esos años (la foto es de los años sesenta).
Beto y yo todavía tenemos los trajes con los que bailamos, ya abandonamos los bordones con los que los viejitos se apoyaban para mover los pies al ritmo de la música de ese baile tradicional michoacano, ya nos quitamos las pelucas pintadas de blanco y las máscaras de plástico o de cartón, con cejas blancas y rostros llenos de arrugas, casi estrías, casi surcos. ¿Mirás lo que digo? Ya no tenemos las máscaras que nos hacían viejitos, ya recuperamos nuestras caritas limpias, todavía con cintas de inocencia.
¿En qué momento los niños pierden la inocencia? ¿A qué hora el destino cruel comienza a alimentar los monstruos interiores? Acá, Beto y yo tenemos rostros iluminados aún; nuestro maestro también muestra un camino limpio. Hay seres, ¡bendito Dios!, que preservan la inocencia infantil.
El momento que registra esta fotografía fue un momento sublime. Como todos los niños comitecos que tuvimos el honor de actuar en el escenario del Cine Comitán, Beto y yo también gozamos ese momento. No sabíamos bien a bien que era un instante irrepetible, pero sí teníamos conciencia de la gloria, porque a la hora que el maestro Víctor le dio su diploma a Beto, toda la audiencia aplaudió, como había aplaudido a la hora que los viejitos nos pusimos en fila y la música terminó y nosotros agradecimos con una ligera inclinación de cabeza, todo auxiliado por ese maravilloso chunche llamado cerebelo.
Nuestras sombras están en la pantalla donde, cuando se hacía la luz del proyector, aparecía El Santo o Tarzán o Hopalong Cassidy o Chanoc o Kalimán o El Fantasma (en ese tiempo, sí, tienen razón las feministas, había más héroes hombres que mujeres. Ya luego aparecieron La Mujer Maravilla, Gatúbela y demás heroínas.)
Nunca más nuestras sombras se proyectaron en una pantalla tan espectacular. Años después, el Cine Comitán desapareció y con él desapareció esa gigantesca pantalla, y con esa pérdida, también se extinguieron nuestras sombras inocentes. Nunca más volví a tener esa mirada limpia, nunca más.
Posdata: Agradecí mucho a Segundo el obsequio. Le pedí que, en mi nombre, le agradeciera a su esposa, hija de Beto. Agradecí a la vida la posibilidad de reconocer la sombra de mi cerebelo, órgano encargado, también, de conservar el equilibrio. Me refiero al equilibrio físico. ¿Cómo se consigue el equilibrio espiritual? ¿Cómo se mantiene en forma permanente la armonía que teníamos en esos años, años regados con agua limpia? ¿Cómo los seres humanos pueden conservar la inocencia de los años inocentes?