sábado, 1 de agosto de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN DISCO LLENO DE NOSTALGIA




Querida Mariana: ¿Ya viste la portada de este disco? Ahí están tres grandes cantantes mexicanos. El diseño es bello, es un trabajo de Carlos Gordillo, donde deja muy en claro el homenaje que Roberto Rojo, nuestro paisano, hace a dos recordados intérpretes mexicanos: José José, el Príncipe de la Canción; y Víctor Iturbe, El Pirulí.
Resulta que Roberto Rojo grabó este disco y lo ofrece en forma digital, tal como lo exigen estos tiempos de pandemia, tal como lo están haciendo muchos cantantes en todo el mundo.
Roberto es un cantante de voz educada, que ha brillado en muchos escenarios. Supe de él cuando cantaba, al lado de Carlos Gordillo y Luis Felipe Gordillo, en un hotel de Villahermosa, Tabasco; y luego en Tuxtla Gutiérrez. Una noche, mientras pasaba de uno a otro canal, en la televisión, me detuve porque ahí estaba Roberto, participaba en un programa de cobertura estatal. ¡Ah!, qué gusto da cuando hallás a paisanos talentosos, mostrando que lo hecho en Comitán ¡está bien hecho!
Vi la portada y no sólo me dio gusto ver a Roberto Rojo (nombre artístico de Roberto Gordillo), sino también sentí un baldazo de nostalgia, que me mandó, en automático y sin escalas, a mi juventud.
¡Qué se le va hacer! Estamos hechos de las casas que vivimos, de las películas que vimos, de los libros que leímos, de las calles y plazas que caminamos, de las manos de las chicas que nos acariciaron y, ¡por supuesto!, de la música que escuchamos.
Sí, las personas de mi generación estamos hechos con música de El Pirulí y de El Príncipe de la Canción. Ellos fueron cantantes famosos en los años setenta (cuando yo estaba en la prepa), y escuchaba sus canciones en la XEUI, radio local, o en las rocolas de las cantinas, donde, con la palomilla, tomaba unas cervezas.
Sí, los de mi generación también están hechos con retazos de la música de Víctor Iturbe y de José José; sin duda que todas estas personas disfrutarán el disco homenaje que brinda nuestro paisano. Sé que en el disco viene una canción que la hice mía (tal vez lo mismo hacen todas las personas, cuando una canción les gusta). Viene la canción que se titula “Mi niña”, interpretada por José José. ¿La has escuchado?
Tuve un amigo en ese tiempo, experto en música, que, así como muchos ahora vomitan la música de Arjona, vomitaba todo lo que sonaba a José José, decía que su voz no era una voz educada. Él siempre compraba discos de importación y, la verdad, sus gustos estaban muy por encima de la programación medianona que trasmitía la emisora local, porque la radio comercial nunca (muy de vez en vez) programa la música de excelencia. Las emisoras comerciales son las que ahora programan a Arjona y a Maluma. Así es la vida, así ha sido y así será. Por esto, qué se le va a hacer, los muchachos de ahora, dentro de veinte o treinta o cuarenta años, recordarán con un regusto raro la música de Arjona, porque, ya lo dije, estamos hechos de recuerdos y de nostalgias de lo que vivimos.
Así pues, yo estoy hecho con retazos de Chepe Chepe y del Pirulí. Sí. Escucho “Mi niña” y vuelvo a ser el tímido chico (no es albur) que cargaba su timidez como si ésta fuera un costal que pesara mil toneladas. ¿Acercarme a una chica que me gustaba? ¡Uf! Labor casi imposible. Pero lo que sí hacía, con mucha frecuencia (fue mi compensación) era cantar las canciones de moda e imaginar que se las cantaba a la chica que me gustaba, mi niña.
Ah, qué perversos son los autores de las canciones, nos dan donde más nos duele, donde saben que pegarán la letra con pegamento indisoluble. Ellos, aunque sea con letras bobas y simples, trasladan al papel pautado los sentimientos de todos los enamorados.
Ya te he contado en ocasiones anteriores que el enamoramiento es un animal desnudo, que recibe cada palabra cursi como si fuera una piedra puntiaguda. ¿Cómo decís Te amo? Salvo los grandes poetas, que poseen la capacidad de hallar los acomodamientos insólitos a las palabras, medio mundo dice te amo, con esas mismas palabras. Y así nos hablan los autores de las canciones, y así nos avientan los cubetazos de agua fría los cantantes y así, de muchachos, recibíamos, con el pecho descubierto, los flechazos de José José y de El Pirulí; y así, por una carga brutal de nostalgia, recibimos las versiones de Roberto Rojo.
Mi niña. Claro, vos has escuchado en muchas ocasiones que así te llamo, así te digo: Mi niña. Y, sin duda, que todo ese caudal viene desde ese tiempo, de un tiempo donde vos ni siquiera eras anteproyecto de vida, de un tiempo en que jamás pensé que te conocería.
La canción dice: “…Mi niña me ha enseñado, a cada instante, a encontrar tanta belleza; en un mundo que antes, sólo yo miraba a través de mi tristeza…”
¡Un verdadero lugar común! Y sin embargo, esa letra era la definición más plena de lo que mi niña era. Cuando José José la cantaba, cuando yo, a la hora del baño, hacía (mal hecho) lo que ahora hace Roberto Rojo (bien hecho) pensaba en mi niña (que no era mi niña, porque ella no sabía que lo era, porque nunca se lo había dicho y ella caminaba bien tranquila por las calles de Comitán, con sus amigos y pretendientes), y yo (qué bobo) pensaba que mi niña me escuchaba y me veía desde el balcón de su casa y me alargaba la mano y yo tocaba sus dedos y eso me hacía feliz, muy feliz. Ese acto sencillo me enseñaba a “encontrar belleza”.
Ahora digo que qué bobo, pero en aquel momento todo era sublime, todo era como comer un quiebramuelas, con la panela endulzando los cacahuates, pero quebrando la dentadura de mi espíritu.
Ahora lo recuerdo con nostalgia. Ya no bebo alcohol, pero si lo hiciera, lo haría con moderación y, al escuchar el disco de Roberto Rojo, me serviría un poco de comiteco y brindaría por aquellos tiempos y agradecería las canciones bobaliconas de José José y las de El Pirulí, y levantaría la mano y agradecería a Roberto por este reconocimiento que no sólo honra a los dos cantantes mexicanos, sino, también, honra a mi generación, una generación que creció (física y sentimentalmente) con esa música.
Mi generación viene de ahí. A veces subo al auto de algún amigo de entonces y escucho que en los altavoces suena música de “nuestros” tiempos, los tiempos donde la vida nos prometía sueños que no todos alcanzamos.
Con los amigos nos sentábamos en las bancas de granito del parque central y escuchábamos las voces de José José y de Víctor Iturbe que salían del segundo piso de Nevelandia (donde, temporalmente, estaba la emisora local) o de “La casa del ciclista” (local donde vendían chunches para bicicletas -de ahí el nombre-, pero, también, discos).
Y ahora, Roberto Rojo, en tiempos completamente diferentes, nos regresa a mitad del patio y nos baña con su canto.
Trío de tiucas hermosas, trío de inefables cenzontles: Pepe, Víctor y Roberto.
Y acá estoy, sentado ante la mesa del comedor de mi casa, escuchando a Roberto. Ah, tiempos geniales, donde la música llega a través del WhatsApp o por correo electrónico. Basta llamar al teléfono 99 31 04 55 49 para recibir indicaciones de dónde depositar los cien pesos (costo del disco) y, minutos después de haber hecho el depósito, recibir el disco con diez canciones que hicieron famosas don Pepe y don Víctor y que modelaron nuestra educación sentimental.
Mi niña, cantaba José José, y yo veía el rostro de mi niña, la niña comiteca que me había robado el corazón. Pucha, qué palabras tan cursis las que acabo de escribir, tan de redacción elemental. Lo mismo era el código de aquellas canciones: elemental, cursi, simple. Sin embargo, ¡ah!, cuando las escuchábamos, algo como una mano invisible nos apachurraba el corazón y sabíamos que estábamos enamorados, que estábamos vivos y, bobos, nos aventábamos al tobogán duro, encementado, donde se avientan todos los corazones cautivos. Sufríamos el enamoramiento, pero, necios, a la hora de brindar con un vaso de cerveza y comer una costillita dorada en “El camechín”, nos parábamos y metíamos una moneda a la rocola. Alguno apoyaba su mano sobre la rocola y comenzaba a cantar, como si estuviera en un Karaoke. La voz se mezclaba con las risas de otras mesas, las discusiones y los gritos; la voz, tierna, con timbre de campana de cristal, decía: “Mi niña, es quien pone una esperanza, con su amor…”
Posdata: Y la vida es sabia. Los tiempos de la adolescencia, del enamoramiento, no vuelven. Los viejos que se casan en segunda vuelta, jamás vuelven a sentir lo que sintieron en la primera vuelta o lo que vivieron con su primera novia. Las canciones posteriores son simple repello sobre las paredes que se levantaron en los tiempos primeros.
Las canciones que vos escuchaste en tu enamoramiento primero son las que echaron el cemento a tu edificio sentimental. Lo que oigás en adelante sólo será mero adorno, simple chuche decorativo.