jueves, 6 de agosto de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA CAMA




Querida Mariana: La cama es un objeto genial. A nadie se le ocurrió inventar un mejor objeto para recuperar energías. Sólo Drácula no le concedió la importancia necesaria, porque el tal conde se metía en un sarcófago. Pero, cuando salía de su castillo para alimentarse, bien que sabía que sus víctimas, chicas bellas, de cuellos lánguidos, reposaban en camas.
Cuando platico con amigas me encanta preguntarles acerca de los juegos que juegan en camas y no tenés idea de lo que responden. Uno pensaría que los juegos son repetitivos, pero no es así, el catálogo es infinito. Los juegos de cama son también muy energéticos, aun cuando parecerían ser lo contrario. Cuando dos (o más, ya es cosa de gustos) terminan un juego de cama no la abandonan, siguen en ella. La cama sirve para jugar y luego para descansar. En otro tipo de juegos no existe tal maravilla. Si jugás a los vaqueros en el sitio de la casa, cuando los amigos se van abandonás el sitio; cuando jugás póquer con tus amigas, todas abandonan la mesa; lo mismo sucede con el billar, con una cascarita de fútbol, con el tenis, con el automovilismo, con el ciclismo, con el básquetbol, con brincar la cuerda. Sí, todos los demás juegos se juegan en espacios donde, para descansar, debés abandonarlos para ir ¡a la cama! En cambio, ¡ah, qué prodigio!, cuando uno termina los juegos de cama, el lugar del juego ¡no se abandona! Sirve para recuperar las energías. ¡Qué objeto tan genial, tan versátil, tan generoso!
Yo amo a mi cama. Me encanta este objeto renovador. Sólo me cae mal cuando veo que un amigo la usa para estar botado ahí mucho tiempo, porque está enfermo. La cama es odiosa, una caemal, cuando sirve para ser soporte de personas enfermas. ¿Cómo explicar a mi amigo que la cama es un territorio para el juego, para convocar al sueño? ¿Cómo decirle que para recuperar energías sólo se usa ocho horas y no más? Para el juego sí puede utilizarse más tiempo y a cualquier hora.
Cuando me acuesto para dormir la veo como un mar afectuoso, como la mano acolchada que me recibe generosa. Siempre me acuesto a las ocho de la noche, a esa hora oro y luego abro el libro y cuando los ojos se cierran como cortinas de negocio de pan, dejo el libro sobre el buró, apagó la lámpara y duermo. Despierto a las cuatro de la madrugada, hago el mismo ritual: oro y luego leo. A las cinco y cuarto me activo, prendo el televisor de la sala y hago mi taichí de viejo, ‘ora una pierna arriba, ‘ora la otra, así, sin fatiga, de anciano, pero lleno de vida. Sentadillas, una, dos, así, con calma. El maestro Temo dice que hay que hacerlo bien concentrado en el movimiento de los músculos, sin forzar. Luego… bueno, ya me desvié del tema. El tema era la cama. Mi papá (lo cuento para que lo sepan sus nietos y bisnietos), cuando veía que ya era tarde y seguía en la cama entraba a mi recámara, se sentaba en la orilla de mi cama y decía que ¡ya!, que era momento de activarse, y me decía (¡siempre lo decía!) que si sabía que debajo de mi cama había un par de diablitos que atizaban el fuego para que mi cama siguiera calentita. Ah, decía yo, qué diablitos tan geniales, tan amistosos. Cuando mi papá veía que había tomado el anzuelo, él, con su mano izquierda, hacía un movimiento y me descobijaba. ¡Sí!, decía, esos diablitos quieren que vos pensés eso, que son tus amigos que te consienten. ¡Mentira! Esos diablos son perversos, quieren que vos no te levantés a trabajar, quieren que seás un mediocre, un flojo, un desgraciado. Y como ya estaba descobijado, el calorcito de mis amigos diablitos desaparecía y ya no era agradable seguir en la cama. Me sentaba al lado de mi papá, levantaba los brazos y me desperezaba, me agachaba y miraba que debajo de la cama nada había, y le decía a mi papá que era un mentirosillo. Y mi papá ganaba la partida (siempre lo hizo), decía que gracias a Dios, él había logrado espantarlos a la hora que me convenció de levantarme. Y así comenzábamos el día, temprano, llenos de vida, de alegría.
Posdata: Por eso, ahora, cuando mis amigos me dicen que no tengo vida, que cómo es posible que me duerma tan temprano y me levante tan temprano, que eso no es normal, respondo que soy un chico que aprendió a no hacer caso a los diablitos que mantienen calentita la cama para que no me active y me ponga a trabajar; soy un chico que aprendió la lección de su papá.
Para mantener la cama calentita, vos lo sabés, basta con hacer jueguitos, jueguitos de cama, a cualquier hora, en cualquier día.