sábado, 15 de agosto de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA LÍNEA DE OTROS TIEMPOS




Querida Mariana: Te paso copia de una fotografía de hace cincuenta y cinco años. Fue tomada en 1965, año del nacimiento de tu mamá. Ah, qué prodigio. La foto me la envió mi amigo Humberto Pedrero Yáñez, hijo de don Romeo Pedrero y de doña Martitha Yáñez, una de las reinas comitecas más bellas. Humberto siempre es muy amable conmigo, andaba hurgando en carpetas antiguas y halló esta foto y de inmediato me la envió. ¿Sabés qué me dijo? No lo vas a creer. Me dijo: “Si querés, compartila con Mariana.” Y bueno, como quiero, la comparto con vos.
¿Qué instante fija esta fotografía? Es la foto de recuerdo del “Cursillo No. 6 para Hombres”, que se efectuó en Comitán, del 16 al 19 de septiembre de 1965. El espacio es el patio trasero del Colegio Mariano N. Ruiz, la escuela del padre Carlos J. Mandujano. Estos cursillos eran organizados por el Secretariado Diocesano de Cursillos de Cristiandad de San Cristóbal de Las Casas. Y, como se ve, había cursillos para hombres y cursillos para mujeres, y, en ocasiones, para parejas.
En este cursillo número seis, efectuado en nuestra ciudad, hubo participación de cursillistas de San Cristóbal, ¡por supuesto!, y de otras ciudades de Chiapas: Villa de Las Rosas, Yajalón, Villaflores, Tuxtla Gutiérrez, Cintalapa y Comitán.
Un detalle llamó mi atención, te cuento. ¿Sabés quién fue el director espiritual? El reverendo padre Ernesto Bañuelos. Tal vez el nombre completo nada te diga, pero si te pido que pensés en el apellido, tal vez te dé un indicio de por dónde anda la hebra. Sí, el padre Ernesto Bañuelos, era hermano del gran poeta chiapaneco Juan Bañuelos, poeta que formó parte del grupo “La Espiga Amotinada”, integrado por Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida. El padre Ernesto fue maestro en el Seminario de San Cristóbal de Las Casas y fue un hombre entregado a la evangelización, incluso después que abandonó la iglesia, porque un día, el padre Bañuelos, dejó la sotana y se casó, se casó, ¡qué prodigio!, con una nieta de mi tía Carmelita Molinari Ruiz.
Mis papás conocieron al padre Ernesto, cuando todavía era sacerdote, en dos o tres ocasiones platicaron con él.
En 2004, le pedí a mi mamá que me acompañara a la librería Gandhi, que estaba (no sé si siga ahí) en el interior de la Universidad Iberoamericana, en Puebla. Fuimos a comprar un libro que yo necesitaba, porque preparaba mi tesis para titularme de licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericana, por la Universidad Autónoma de Chiapas. En ese tiempo radicábamos en Puebla. Al entrar vi que en una mesa de novedades estaba el poeta Juan Bañuelos, revisaba algunos libros. Nos acercamos a saludarlo. Por supuesto que él no me conocía. Sólo fue el gusto de toparme con un gran poeta y paisano. Cuando presenté al poeta a mi mamá, ella escuchó el apellido y dijo, bien argüenderita: “Yo conocí al padre Bañuelos, ¿es algo de usted?”, el poeta sonrió y dijo que el padre era su hermano.
Y ahora, años después, Humberto me regaló este recuerdo, donde, en 1965, el padre Bañuelos fungió como director espiritual del cursillo.
Humberto tiene esta fotografía en su archivo familiar, porque su papá fue cursillista. ¿Existe todavía esta agrupación? No creo. En esos años, hubo un grupo muy nutrido de la sociedad comiteca católica que fue cursillista. Mis papás fueron cursillistas y viajaban a San Cristóbal para participar en esos encuentros.
Yo, a lo lejos, recuerdo una canción que era como himno de los cursillistas, que iba más o menos así: “De colores, de colores se visten los campos en la primavera; de colores, de colores son los pajarillos que vienen de fuera…”. Una canción que, ¡increíble!, interpretaba Joan Báez, en español.
¿Que quién es Joan Báez? ¡Uf! La Báez fue una cantante norteamericana que, en los años sesenta, se convirtió en la principal cantante de música de protesta, fue una chava que llevó su música a todo el mundo, con mensajes a favor de los derechos humanos y del medio ambiente. Una chica adelantada. Y ella cantó en español la canción que los cursillistas cantaban en sus encuentros.
El diccionario dice que cursillista es una persona que asiste a un cursillo, y cursillo es: “Curso de poca duración sobre una materia específica en el que se amplía o completa la preparación o formación en una materia o actividad determinada.”; es decir, cualquier asistente a cursillo será cursillista, pero acá en Comitán, y sin duda también en San Cristóbal, cuando alguien decía que fulano de tal era cursillista se aplicaba a alguien que pertenecía al grupo de católicos que cantaban la misma canción que cantó la cantante de protesta: Joan Báez. ¡Qué alegre!
En la relación de participantes que asistió al cursillo número 6, para hombres, en 1965, aparecen los siguientes comitecos: Alfonso Domínguez, que vivía en la 16 calle, número 51; Ricardo Ruiz Cruz, que vivía en la calle 14, número 86; Roberto Nájera Gordillo, que vivía en la 11 avenida, número 53; Javier Román García, que vivía en la 32 calle, número 48; José Manuel García Pérez, que vivía en la 10 calle, número 37; Rodolfo Conde Gordillo, que vivía en la avenida 13, número 117; Javier Flores Torres, que vivía en la 24 calle, número 39; Alfonso Morante Tello, que vivía en la 22 calle, número 79; Héctor Guillén Guillén, que vivía en la 15 avenida, número 53-A; Carlos Avendaño S., que vivía en 9 avenida, número 33; Juan Romeo Pedrero C., quien vivía en 15 avenida, número 37; Armando Gómez Rojas, quien vivía en 15 avenida, número 33-A; y Augusto Caballero García, quien vivía en 13 avenida, número 98. ¡Uf! ¿Por qué tanto chorizo de nombres y de direcciones? Los nombres, porque formaron parte de la historia de este acontecimiento, y las direcciones para que mirés cómo era la nomenclatura de Comitán en los años sesenta.
De los mencionados conozco a algunos y los identifico. Te diré que en la última fila está, muy elegante, de traje, don Tito Caballero, y a su lado está don Alfonso Morante, papá de mis amigos Manolo, Alfonso, Lula, Eva y Esperanza; también, en la última fila, el tercero de izquierda a derecha, es don Armando Gómez, distribuidor de la Singer. Delante de don Armando, con saco y camisa blanca, está el papá de mi amigo Humberto, don Romeo. Sigo, de atrás hacia adelante, y en la tercera fila distingo a don Popo Conde, el tercero de izquierda a derecha. ¿Quién más? Pues ya. En la segunda fila, de adelante para atrás, de cuclillas, distingo a mi maestro Javier Flores Torres (viste una camisa blanca, lleva bigotes y lentes y está bien peinadito). El maestro me dio clases en el cuarto grado, en la Matías de Córdova, falleció recientemente, llegó a cumplir cien años de edad.
Se ven contentos, algunos más serios que otros. En una fotografía grupal, nunca falta el que no se distingue, porque quedó atrás de otro, o el que, a la hora del flashazo, en lugar de ver al frente, ve a los lados o busca algo en el suelo.
De los que reconocí y mencioné, hay varios muertos, pero hay otros que, gracias a Dios, aún viven. Dije que recientemente murió el maestro Javier, don Popo Conde hace años que falleció, el papá de mi amigo Humberto también ya está a la diestra del Señor, don Tito Caballero (quien laboró en Telégrafos de México) también ya pasó a mejor vida; viven don Alfonso Morante y don Armando Gómez. De los comitecos participantes en este cursillo debe haber, sin duda, otros sobrevivientes, pero a ellos no los identifico.
Los cursillistas comitecos se reunían para participar en cursillos, organizaban comidas en el campo, asistían a misa comunitaria, daban doctrina en comunidades rurales, y (ya lo dije) cantaban “de colores”. Lo hacían en grupo, formaban una gran congregación religiosa.
En la casa hay un librito, ya deteriorado, que se llama “Guía del peregrino”, una edición especial para los Cursillos de Cristiandad, que mi mamá guardó y conserva. Al final del librito, venían unas hojas en blanco con el título: “Recuerdos de mi peregrinar”. El libro de mi mamá tiene una serie de mensajes de compañeras cursillistas, que, sin duda, le firmaron al término de un cursillo en San Cristóbal de Las Casas, que se efectuó en el mes de julio del mismo año del que estamos hablando: 1965. Leticia Vázquez le escribió: “¡Adelante! Siempre adelante.”; María Teresa Caballero hizo una atenta petición a su favor: “Cuando platiques con Cristo, háblale de mí.”; por ahí también aparece un mensaje de mi maestra Vicky Albores, abuela de quien fue mi jefe, el ex presidente de Comitán, licenciado Luis Ignacio Avendaño Bermúdez. Ella fue mi maestra de dibujo de imitación en el primer grado de secundaria, en el Colegio Mariano N. Ruiz, con su letra educada, fina, le escribió a mi mamá lo siguiente: “Hilda: Somos amigas desde hace años, ahora que vivimos el cursillo juntas, nuestra amistad será más grande. Virginia.”
Posdata: Y así fue, la maestra Vicky siempre fue amiga de mi mamá. La maestra falleció hace poco, ya en tiempo de pandemia, por una dolencia que tenía. Desde casa lamentamos su fallecimiento. Nos hizo falta cantar: “De colores, de colores se visten los campos en la primavera…”
No sé vos, pero yo agradezco la gentileza de mi amigo, el licenciado Humberto Pedrero Yáñez, por pasarme copia de una imagen de hace cincuenta y cinco años. Uf. Esta fotografía es una más que completa el rompecabezas de nuestra identidad.