sábado, 26 de diciembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON EPIFANÍA

Querida Mariana: Martín me envió un mensaje y al despedirse dijo: “Y todavía falta Día de Reyes, la Epifanía.” He escuchado la palabra epifanía en varias ocasiones, pero, en realidad, no sé bien lo que significa. El sonido es bellísimo: Epifanía. Ah, qué sonido tan lleno de aire. Busqué en este chunche. Hallé: “Epifanía: aparición o revelación. Festividad que celebra la iglesia católica el 6 de enero.” Martín tiene razón, falta la Epifanía, instante glorioso para el mundo católico. Vos sabés que en la Ciudad de México celebran el Día de Reyes con gran alegría. Los niños reciben muchos regalos, tantos como recibieron en Noche Buena. El 6 de enero, entiendo, los Reyes Magos celebraron la revelación del Niño Dios. Y digo que he escuchado la palabra en varias ocasiones, en boca de mis amigos, que dicen, por ejemplo: “Tuve una epifanía”. Moisés decía eso cuando conoció a Martha, su actual esposa: “Es una epifanía”. Ah, el buen Moisés, siempre tan enamorado de su Martha. ¡Cómo no! Desde el primer momento la vio como si ella fuera la Virgen María. Pero no sólo hay Epifanías en el mundo, también hay Epifanias, así, sin tilde. Yo conocí en la Ciudad de México a una compañera en la UNAM, que tenía el nombre de Epifania. Le faltó una tilde para ser una aparición o revelación. Epifania era de Veracruz y contaba que sus amigos le decían Epi. A Epi no le disgustaba la apócope de su nombre, a mí, también, me agrada el nombre recortado. En varios textos que he escrito aparecen personajes con ese nombre: doña Epi. Suena simpático, ¿no? No sé si vos has conocido a alguien que se llame Epifanio, que es como la versión masculina del nombre. En este caso, caso simpático, la apócope suena igual para ambos géneros. Acá sí hay paridad. Epi se llama el hombre y Epi se llama la mujer. No en todos los casos es así. Por ejemplo, en Comitán tenemos Caralampios y Caralampias, los nombres afectivos conservan su género: hay Lampas y Lampos, Lampitos y Lampitas. Pero en el caso de los hombres y mujeres que se llaman Guadalupe sucede lo mismo que con los Epi: Lupe es el hombre y Lupe es la mujer. Recuerdo que en mi casa de infancia trabajó con nosotros un muchacho, de pecho y brazos de fisicoculturista, que, en forma afectuosa, todos le decíamos Chayo. Sus amigos bromeaban con él, decían que debía demandar a sus papás porque le habían puesto nombre de mujer: Rosario. Pero él era feliz con el nombre de Chayo, término que hoy está empolvado, porque se utiliza para designar las dádivas que de los gobiernos reciben algunos periodistas enlodados. En casa tuvimos un Chayo muy eficiente, alegre y buen hombre. Como todo se modifica, el tío Hermilo decía, con sonrisa de rama torcida, si ya las viejas iban a rezar el Chayo, cuando veía a las tías reunirse en el oratorio de su casa, un oratorio que tenía en el nicho principal una imagen de la Virgen del Rosario, y en un nicho lateral una litografía que no es muy frecuente en el registro de todos los días: un nacimiento, con la cuna de Jesús, los papás del pichito: María y José, y los tres Reyes Magos. Moisés (¡nombre bíblico!) tuvo su instante de revelación suprema cuando conoció a su Martha. ¿Vos has tenido momentos de revelación? No me refiero a los grandes instantes, que a pocos les es concedido. ¡No! Me refiero al instante donde la vida se desnuda y nosotros, simples mortales, tenemos la capacidad de admirar el mínimo prodigio, el milagro. El instante donde la hija dice papá, por primera vez. Ese instante contiene su alta dosis de epifanía. Es la revelación de la cuerda divina iluminada por la bendición del lenguaje. El otro día, mi mamá, mi Paty y yo nos trepamos al auto y dimos una vueltita por Cajcam. De pronto, como si fuese una ventana prodigiosa, se nos reveló un campo sembrado con florecitas amarillas, flores del campo, modestas. Ante nuestros ojos y ante nuestros espíritus se desnudó la vida y nos mostró una alfombra divina, plena. Ese campo es cosa de todos los días, pero esa mañana, a nosotros, se nos reveló como una escena impresionante en un año tan de alambre de púas. Sí, fue como una epifanía, milagro de todos los días. Posdata: Y como dice Martín: Todavía falta el 6 de enero. Lo dijo como colofón de que en este diciembre agobia tanto festejo, porque no es recomendable la reunión con los amigos. ¡Y todavía falta el 6 de enero! Sí, en México tenemos la feliz costumbre de partir la rosca con amigos y celebrar la Epifanía. Este año, la prudencia recomienda dejar la partida de rosca, para mejores tiempos, para que no sea fatal augurio de una partida eterna. ¡Uf! Y cualquier otro amigo diría: “¡Y todavía falta el día de La Candelaria!”, día de febrero donde nos reunimos con los amigos y familiares a comer tamalitos, galantería de quienes, al momento de partir la rosca, sacaron ¡muñequito! ¡Uf!