lunes, 7 de diciembre de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE A TODA CAPILLITA LE TOCA SU FIESTECITA

Querida Mariana: si vos no vas a la montaña de libros, ¿qué esperás?, convocá a la montaña para que venga a vos. Así fue este año de pandemia. La FIL 2020 vino a mí, se metió, ¡qué alegría!, hasta la cocina. Durante todos los años de la FIL varios amigos me han motivado a ir. A veces estuve a punto de ir, pero nunca fui. Coco, generosa, una vez me ofreció su casa; Eva, siempre, generosa, me echó porras; igual Rocío. Andá, vení, me decían esas voces y yo “leía” la FIL desde casa, revisaba los diarios y me enteraba del jolgorio que se realizaba en Guadalajara. El año pasado hubo una asistencia de más de ochocientos mil lectores. ¡Ah, qué disfrute, qué pachanga, qué guateque tan sensacional! Amigos asistentes me contaban que cuando estaban en un stand comprando libros vieron a escritores famosos y corrieron para tomarse la foto del recuerdo y detrás de ellos a empleados exigiendo que pagaran los libros que llevaban entre manos. ¡Genial! Pero nunca fui a la montaña. Ah, qué hueva, Guadalajara tan lejos. Camiones con gente roncando a tu lado; aviones que de pronto, como juego de feria, se caen tantito porque entraron a una bolsa de aire; filas interminables para comprar un subway vegetariano con pan integral para mitigar el hambre; filas interminables en el baño público que huele a lo que apestan los baños públicos; cuartos en hoteles de una o dos estrellas (porque el presupuesto no da para más), con ruidos de juegos de cama al lado. Uf. Todo esto para vivir la experiencia prodigiosa de la mayor fiesta del libro en Latinoamérica. Me la perdí todos los años anteriores, pero en este año de confinamiento la feria vino a mí y vi en muchas ventanitas a los grandes protagonistas. Claro, como en toda reunión, hubo de todo en la Viña del Señor, algunos pedantes, otros tartajos a la hora de leer y otros insustanciales. Lamenté que cuando estaba preparado para escuchar al Xaviercito Velasco, escritor irreverente y divertido, la tecnología hizo travesuras y no se escuchó lo que decía, el sonido era como una reunión de grillos embrujados. Pero sí gocé la presencia de la gran narradora española Rosa Montero, quien demostró que no solo es una gran narradora, sino, también, una gran conversadora. ¡Ah, con qué desparpajo y sencillez fue bordando sus discursos! Lamenté que la paisana Mastretta no se bajara de un pedestal falso y su conversación no fluyera con sencillez; lamenté que la narradora argentina Mariana Enríquez, en el Encuentro Internacional de Cuentistas, no leyera en forma respetuosa. ¡Ah!, querida mía, vos sabés cómo me enerva estar frente a un lector que se clava en el texto y jamás levanta la vista para demostrar que lee para una audiencia y no para él. ¡Boté a tu tocaya! Ya, en su momento, la leeré, porque es buena narradora, pero, de igual manera, es buena pésima lectora (si se vale el término). Disfruté la presentación de Federico Reyes Heroles en compañía del nica Sergio Ramírez; y, por supuesto, me quedé con un grato sabor de espíritu al presenciar el diálogo inteligente, divertido y sencillo que tuvieron el cubano Leonardo Padura y el mexicano Gonzalo Celorio. ¡Fue de una gran riqueza! Sí, ahora, los grandes protagonistas de la FIL los tuve al alcance de mi mano. Estoy seguro que nunca algún asistente a la FIL los tuvo tan cerca. Quienes tuvieron la dicha de estar en forma presencial en ferias de años pasados jamás estuvieron tan cerca de Rosa Montero como lo estuve yo. Estaba frente a mí, en su más íntimo espacio. Mientras platicaba, un gran chucho dormía en un pasillo, ignorando el prodigio del verbo de su ama y compañera. ¡No! Nunca los grandes escritores estuvieron tan cerca. Los asistentes de ferias anteriores, los privilegiados de la primera fila VIP estuvieron a metros de distancia y los compañeros (pesos pesados) que estaban en la misma mesa de honor los tenían a la derecha o a la izquierda, no de frente ni tan cerca como los tuve yo este año (bueno, yo, y los miles de benditos que siguieron las transmisiones por los chunches electrónicos). ¡Fue una feria prodigiosa! No querían hacerla, pero al final, decidieron hacer una feria virtual y eso fue una decisión genial. Ayer pensé que la magia se debió a que mi fe es superior. Como nunca fui a la montaña hice que la montaña viniera a mí. ¡Y esta montaña prodigiosa, montaña mágica (que no la de Thomas Mann), llegó con su alud de sabiduría y de inteligencia, de humor sublime y, ni modos, también con algún riachuelo pestilente, orines y caca de los muy crecidos, de los pedantes! Que el Dios de los creadores literarios bendiga a ambos, a los primeros para que sigan sembrando luz, y a los segundos para ver si les llega un chisguete. Posdata: ¡Claro! Todo mundo pide que el Dios de la Creación Universal haga el prodigio de que si el mundo no puede ir a la montaña de la salud ésta venga a nosotros y que el próximo año el mundo pueda ir, en forma presencial, a esta reunión fantástica del fantástico mundo literario.