martes, 22 de diciembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA HISTORIA QUE SE CERRÓ EN LOS AÑOS SETENTA

Querida Mariana: Esta fotografía ha provocado muchos comentarios en las redes sociales. Es una fotografía del centro de Comitán. Quienes nacieron en los años ochenta ya no conocieron esta manzana. Es la llamada manzana de la discordia que fue derruida en los años setenta. Al fondo podés mirar un edificio con arcos, que ostenta el letrero Escuela Secundaria y Preparatoria. Sí, donde funcionó la prepa, ahora es el Centro Cultural Rosario Castellanos. Entonces, para ubicarte bien del lugar donde estuvo esta manzana, lo que tenés que hacer es quitar todos los edificios y poner el parque actual, ponele parte de la plataforma superior, bancas de hierro, gradas y la fuente, sí, también ponele los puestos donde venden taquitos dorados y chalupas, porque en todo ese espacio estaban estas casas y locales comerciales. En esta ocasión te contaré algo del edificio de dos plantas que está en la esquina, que fue conocido como Casa Yannini. En realidad, este edificio lo mandó a construir mi papá, en los años cincuenta. Él compró la casa que estaba en la esquina, una casa modesta y construyó este edificio. Cuando el edificio ya casi estaba terminado, don Vicente Yannini, que tenía el negocio a la vuelta de la manzana, digamos frente a donde ahora está el Restaurante 500 noches, platicó con mi papá para pedirle el edificio en renta. Mi papá dijo que sí, que en cuanto estuviera terminado se lo rentaba. Así fue. Don Vicente mandó a colocar las cortinas para el sol, el nombre de su negocio “Casa Yannini” y nombres de algunos artículos que vendía: radios, tocadiscos, discos, refrigeradores, estufas, refacciones y piezas para estos chunches. Don Vicente rentó las dos plantas. Como acá mirás, la planta baja fue para exhibición y venta, y la planta alta la usó como bodega. En un extremo del edificio estaba la escalera para subir a la planta alta. ¿Mirás un gran letrero de la Carta Blanca? Ah, es que mi papá era el distribuidor de esa cerveza acá en Comitán. Su hermano Manuel, quien tenía la distribución de dicha marca cervecera en Huixtla, consiguió que le concedieran la distribución de la Carta Blanca, en Comitán. Mi papá, con el espíritu empresarial que lo caracterizó aprovechó la azotea de su edificio, para que la marca de la cerveza que vendía estuviera en lo alto y lo viera todo el pueblo. Un año, en los años sesenta, don Vicente levantó su negocio, y se llevó sus letras y todos los chunches. Mi mamá, que tenía una tienda con venta de sombreros, donde ahora está el Súper del Centro, ayudó a don Vicente los últimos meses de la Casa Yannini, porque su secretaria ya había renunciado. Mi mamá, siempre comerciante, comenzó a vender estambres. Cuando don Vicente levantó su negocio en forma total, mi mamá mandó a construir estantes y mostradores y se dedicó a la venta de estambres, sobre todo, de la marca “El gato”, por lo que así fue conocido el negocio: Estambres El gato, o la tienda de doña Hildita. Uf, cientos de mujeres compraron sus estambres ahí, muchas llegaban en las tardes para que mi mamá les enseñara algún tejido en especial. Bueno, no sólo mujeres, yo conocí a Cristóbal, que era un indígena de por la zona de Yerbabuena, rumbo a San Cristóbal, que era un gran tejedor de suéteres y compraba estambres con mi mamá. Era un espectáculo verlo por las calles de Comitán, porque mientras caminaba iba tejiendo. Poseía una gran habilidad para el tejido con dos agujas. Jamás he visto a alguien más tejer a la hora de caminar. Veo a muchas mujeres tejer cuando van de copilotos en el auto o mientras esperan en los consultorios o cuando están en las salas de sus casas, pero jamás he visto a alguien más hacer lo que Cristóbal hacía. Quienes vivieron el Comitán de los años setenta recuerdan que en la planta alta estuvo el Café Intermezzo. Óscar A. Gordillo recordó que Rigo, Carlos y Mary (chica muy linda) de apellido Rivera rentaron la planta alta y pusieron su café, que había iniciado en un local que estaba a media cuadra de donde está el Teatro de la Ciudad, un poquito más allá de donde estuvo el Consultorio y que es residencia del doctor Rodríguez. Ah, ese café se volvió el lugar favorito de los jóvenes, porque Rigo, Carlos y Mary tenían un grupo de rock y tocaban en vivo. ¡Era un lugar sensacional! Jaime Tovar recordó que el grupo se llamó “The Rivers”, que en sentido estricto significa Los ríos, pero que sonaba como Los Rivera. En fin, muchos jóvenes de los años setenta recuerdan con emoción ese espacio. Paty Vera dijo que Rigo tenía el cabello largo y a Carlos, el más chico, le decían Charly. Emilio Cruz recordó que el grupo tocaba la canción: “Fue en un café”: “Fue en un café donde yo la dejé / fue en un café donde la abandoné…” Pucha. Pero así decía la canción que fue éxito nacional de un grupo que se llamó Los Apson. El Internet informa que la citada canción la lanzaron en 1966. En Comitán la escuchábamos en los setenta. Paola Morales recordó que The Rivers también tocaban la de Ángel de mi vida, una canción que cantaba el aún vigente Enrique Guzmán, papá de la Alejandra Guzmán: “Hay algo extraño en tu mirar / que adivino en tus ojos. / Tus labios quieren musitar / algo lleno de rencor.” Uf. Pura canción de desamor. ¡Y bueno! Un día, los Rivera abandonaron Comitán y don Caralampio Morales, quien tenía el billar “El casino Fronterizo” casi enfrente del edificio (más o menos donde ahora está la Farmacia del Ahorro, en el portal) le pidió a mi papá el local en renta, y don Lampo pasó sus mesas a ese local, pero a don Lampo se le hizo pequeño el espacio e improvisó una escalera hacia la azotea y, con madera, construyó una galera donde servía traguito y los clientes jugaban baraja. Un día, mi mamá estaba muy tranquila detrás del mostrador esperando a la clientela, cuando entró una abeja y confundió la mano de mi mamá con una planta y le picó. De inmediato el piquete comenzó a crecer como volcán, mi mamá, en lugar de subir las gradas bajó a la calle y desde ahí le gritó a don Caralampio: “¡Don Caralampio tráigame una copa y un cigarro!” Dice mi mamá que untándose el tabaco y el alcohol contrarrestaría el veneno de la abeja. Al mediodía se botaban de la risa, porque don Caralampio contó que al oír eso le dijo a uno de sus empleados: “La señora ya se enojó con don Augusto, corré, llevale rápido su copa para que no le vaya a hacer mal el encabronamiento.” Y a mediados de los años setenta corrió el rumor: derruirían la manzana para ampliar el parque, para que la vista no se topara con el irregular tachilgüil constructivo; para que la vista, como sucede en la actualidad, volara como paloma hasta llegar a los aleros del templo de Santo Domingo y del Centro Cultural Rosario Castellanos. Y una mañana, que lamentaron todos los propietarios y comerciantes y muchos comitecos de ese tiempo, una cuadrilla de albañiles comenzó a tirar las paredes y a bajar las ventanas y a arrancar las puertas. Y desapareció la manzana que fue un referente sentimental de muchas personas de este pueblo. Ahí terminó la historia de la manzana y de ese edificio en la esquina que albergó a la Casa Yaninni, a la tienda de estambres de mi mamá, al mítico Café Intermezzo y al alborotador billar de don Lampo. Posdata: Una vez conté esta historia y la amiga a quien se la dije comentó que mi papá debió hacer lo mismo que don Rafa Morales, que bautizó al Pasaje de su propiedad como Pasaje Morales, acto que también realizó don Fernando Tovar, quien bautizó como “Casa Tovar” a su negocio, que fue lo mismo que hizo don Hernán cuando bautizó a su negocio como “Casa León”, dijo que el edificio debió llamarlo Casa Molinari. Pero no fue así y la historia común lo sigue llamando con el nombre que ostentó durante los años cincuenta y parte de los sesenta: Casa Yaninni. Y esa es la historia. Ahora sólo queda el recuerdo y las fotografías que son testimonio de tiempos que se modificaron en la cuerda de la vida.