martes, 8 de diciembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA GARZA

Querida Mariana: los expertos deben tener el dato preciso, pero yo pienso que, en el mundo, hay más garzas blancas que azules. Por eso, cuando voy a Cajcam y me topo con Azulado me produce mucho regocijo, porque pienso que estoy frente a un ejemplar único. Siempre la encuentro como acá se ve, ella es juguetona, juega con los troncos, cuenta ¡uno, dos, tres!, y los troncos asumen la misma forma que ella. A veces sube el pico hacia el cielo y los troncos adoptan la posición erecta, a veces abre sus alas y los troncos se abren como árbol; en esta ocasión, cuando pasé con mi auto por el sendero que lleva a las lagunas, ella había terminado de decir ¡tres!, y los troncos adoptaron la misma forma que ella tenía, con el pico avanzado, viendo hacia el oriente, y con las alas en posición militar de firmes. Los troncos también agacharon la cerviz y vieron hacia donde Azulado indicaba. Acá no se aprecia bien, pero también algunos arbustos llenos de hojas verdes juegan el juego de la garza (ella no se cree la divina garza, ella ¡es la divina garza!), y no sólo los árboles, sino también la hierba y las flores. ¿Alcanzás a mirar cómo las flores se inclinan hacia el oriente, igual que esas espigas de un rosa pálido? Todo se inclina o se para como lo hace la garza. Es tan bonito ver cómo las margaritas miran hacia el cielo cuando Azulado tiene el pico como si esperara que cayera el Maná. Me criticaron el nombre de la garza azul. Romualdo dijo que en todo caso debería llamarse Azulada, porque era ¡la garza!, femenino, niña, ¡no es un garzo, bobo!, terminó diciéndome. Sí, entiendo el reclamo de Romualdo, cuando dice que lo que hice fue una incorrección de concordancia de género. Si es femenino, el nombre debe concordar. Sí, la razón eso dicta, pero el día que bautizamos con ese nombre a la garza fue la primera vez que la vimos (iba con Pau, en el auto). Yo conducía, pero, en lugar de ver hacia la izquierda donde estaba la ventanilla más cercana o hacia el frente para no perder el sendero, veía hacia la derecha, lugar donde iba Pau. ¡Mirá, mirá, una garza azul!, dijo Pau y señaló con su brazo hacia la izquierda (mi lado), detuve el auto y vi hacia donde Pau indicaba. Nada vi. Pregunté cuál garza y Pau, emocionada, ya hincada en el asiento, ya casi encima de mí, seguía señalando y yo seguía buscando y nada hallaba. ¡No!, le dije, eso no es una garza, eso es un tronco. ¡No, tontito!, dijo ella amorosamente, pero con voz de campana mayor: A su lado. ¡Y enfoqué mi vista al lado del tronco y vi a la garza azul! Y, como si rezara, dije en voz baja: a su lado, a su lado, se llamará Azulado, dije, ya en voz alta, y Pau me abrazó y dijo ¡sí, sí! Azulado. La vez que tomé la foto no iba Pau conmigo. En esa ocasión, íbamos mi Paty, mi mamá y yo en el auto y fui yo quien señaló y fueron mi Paty y mi mamá quienes buscaron a la garza azul. En las tardes (antes de la pandemia) iba al parque central y, en ocasiones, sentado en una banca, frente al templo de Santo Domingo veía un ejército de garzas blancas dirigiéndose a la zona de Cajcam. Tal vez salen muy temprano de allá y viajan hacia el poniente, no sé bien a bien el lugar de destino ni el propósito del viaje. En la tarde, parece, regresan a casa. Nunca he visto una garza azul en medio de ese ejército. A veces (antes de la pandemia) conducía por el camino de terracería, lateral al Río Grande. Lo hacía porque desde ahí se tiene una vista espectacular de Comitán, del caserío trepado sobre el cerro. Y, en el trayecto, asomaban dos o tres garzas paradas en las alfombras de lirios. La garza azul sólo la he visto en Cajcam, en ningún otro lugar, ni siquiera donde ahora está el orquidiario. He preguntado con amigos de mi generación, los que iban todos los sábados a la Ciénega a matar patos o a pepenar víboras, si en alguna ocasión vieron una garza azul y la mayoría me ha dicho que soy un pendejo, y han aclarado que las garzas son blancas. Por eso, cuando la duda de mi realidad asoma, subo a mi auto, conduzco rumbo a Cajcam y en el sendero que va a las lagunas busco a Azulado y cuando lo veo algo como un paño de albahaca seca mi duda. Posdata: Un día, Azulado voló de un tronco a otro, supe que el juego de esa mañana era el vuelo y casi casi vi cómo los troncos se abrían para emprender el vuelo, cuando asomó un camión volteo, de esos que llevan piedras y arena, en sus espaldas, y su tos de viejo carcaman espantó a todos los jugadores. Los troncos se quedaron ídem y Azulado desapareció.