miércoles, 16 de diciembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RASGO DE IDENTIDAD

Querida Mariana: ¡Ah, la anécdota! Los comitecos gozamos la anécdota. Cuando las autoridades presentaron las virtudes de Comitán para recibir la distinción de Pueblo Mágico, la anécdota fue uno de los elementos a considerar. En este pueblo, como en los demás pueblos del mundo, hay grandes contadores de anécdotas. La singularidad de la anécdota comiteca es que está aderezada con ese otro ingrediente maravilloso que es el voseo con sus modismos y con su cantadito especial. Sí, la anécdota comiteca es única en todo el universo. En una ocasión, hace años, una delegación de la Rial Academia de la Lengua Frailescana vino a Comitán para realizar un encuentro con representantes de Comitán. El acto fue en el Teatro Junchavín, que se llenó al tope. El acto fue prodigioso, porque en el escenario estuvieron presentes varios de los mejores contadores de anécdotas del estado de Chiapas. Los compas de la Rial son grandes promotores de su identidad cultural y poseen una inteligencia y picardía geniales. Igual que los nuestros. Los compas de Villaflores le quitan la ese última a la palabra, nosotros le agregamos canto a la palabra. Para el juego de ARENILLA-Video invitamos al doctor José Antonio Alfonzo Pinto, destacado odontólogo de la ciudad y uno de los mejores contadores de anécdotas de Chiapas. Por supuesto que le preguntamos algo relacionado con ese maravilloso hilo de nuestro bordado cultural. Le preguntamos: Imaginá que te llamás anécdota comiteca, ¿cuál es la que más te gusta contar? José Antonio respondió así: “Si me llamara anécdota comiteca quisiera estar en labios de muchas, pero de muchas personas, para que a través de mí conocieran a todos los personajes que intervienen en mí, porque ¡soy anécdota!, y las historias que de mí emanan. Les voy a contar una anécdota comiteca cien por ciento: aquí por el Tanque de los Caballos vivían tres viejitas, ya estaban grandes las viejitas, pero con ellas vivía la mamá de las viejitas, y a cada rato tenía dolores, y se paraba una, se paraba la otra, se paraba la otra, entonces, una tuvo una magnífica idea: “Miralo, vos, Teresita, cómo lo ves que a mamita le compráramos una su campanita y en lugar que nos levantemos todas, que nos estamos desvelando todas, toca la campanita mamita, y una noche le va a tocar a cada una.” “Ah, qué buena idea tuviste, así no nos vamos a desvelar.” Bueno, confiadas las viejitas se duermen y se duermen pero a morir. La viejita tenía dolor de estómago y empieza a tocar su campana, como le habían indicado las hijas, y estaba tilín tilín tilín, tilín tilín tilín, tilín tilín tilín, y se despierta una y dice: “Oí, vos, Chabelita, ¿por qué ‘tará pasando tan temprano la basura?” Ya se habían olvidado que era la señal.” Por supuesto que la gracia de la anécdota es, aparte de la voz, la imagen. La anécdota se disfruta cuando todo es en vivo, en la relación directa en la charla de café, en la sobremesa, en la cantina, en la sala de la casa, en el patio. Pero, en estos tiempos de pandemia todo debe ser en forma virtual y ahora yo te paso copia en forma escrita. Pierde encanto, pero preserva el instante glorioso. La siguiente pregunta fue: Imaginá que te llamás anécdota comiteca, ¿cuáles son los elementos que forman tu espíritu? Y la respuesta del doctor fue: “El espíritu de la anécdota lo conforma principalmente personajes comitecos, que deriva de un hecho raro, pero eso sí ¡auténtico!, poniéndole la gracia a cada acontecimiento, a cada anécdota, poniéndole la gracia, pero eso ya depende de cada quien que cuente la anécdota. Algunos le ponen mucha sal y pimienta, otros nada más le ponen la pimienta, otros más la sal, pero, de todas maneras son hechos verídicos. Eso sí quiero que sepa la gente que nos está viendo, que es cierto, que son anécdotas verídicas, que no son invento. Les voy a contar otra anécdota de las mismas viejitas. Me agarré el tema de las viejitas. Como ya dijimos, vivían las tres, pero una de ellas dice: “¿Sabés qué?, me voy a ir al mercado. Ahí voy a venir.” Se va, pero quedan dos de las viejitas, pero cuando al rato le dicen: “¿Qué cree’sté? El muchacho de enfrente se murió, mire’sté” “¿Y qué le pasó?” “Pues dicen que se ahorcó.” “¿Cómo que se ahorcó? Qué pena.” Bueno, en ese momento va entrando la que se había ido al mercado, a comprar. Al entrar, ella no sabía nada, y le dicen: “Florecita, ¿qué creés? Ve. El muchacho de enfrente, ve…” (y el doctor, imitando a la viejita, inclina su cabeza, cierra los ojos y saca la lengua). “¡Cómo!, ¿qué cosa?” “El muchacho de enfrente, ve…” (y el doctor vuelve a imitar el gesto que hizo la viejita). “Pero, ¿qué le pasó?” “Se ahorcó.” “¿Cómo? Oíte, y ya no desayunaría, ay, pobrecito.” Posdata: La anécdota rescata el instante luminoso, el que tiene un cierre inusual, chispeante, lleno de gracia.