jueves, 31 de diciembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN PÁJARO EN LO ALTO DEL ÁRBOL

Querida Mariana: ¿ya miraste el pájaro en la punta del árbol? El sol asoma detrás de la montaña, pronto la niebla desaparecerá. El pájaro mira todo desde arriba, puede ver los cuatro puntos cardinales. Lo único que le impide llegar más allá es la montaña, el bosque y la niebla concentrada. Por el momento, sus alas le permitieron llegar hasta donde está: la punta, es como la estrella del árbol de navidad, como la flor espléndida del árbol del deseo. Si alguien me preguntara qué hice todo este año, respondería sin dudar: ¡viajé, viajé mucho! Lo hice, por supuesto, sin salir de casa. Viajé a través de muchos libros que leí, de muchas películas que vi y, sobre todo, viajé a través de un espléndido chunche que se llama google maps. ¡Ah, qué instrumento tan genial! ¿A quién se le ocurrió que podíamos viajar de esta manera? ¡A google, por supuesto! Como viejo que no sabe a qué oficina dirigirse, ahora digo: Gracias, míster Google, gracias por darme una herramienta prodigiosa. Es tan sencillo, casi simple, viajar como nunca se había hecho. Entro a mi cuenta de Gmail y busco, en google maps, el lugar al que deseo viajar y, en cosa de segundos (pobres los aviones supersónicos, tan lentos) ya estoy por encima de la ciudad elegida. En la parte baja de la pantalla aparece un muñequito (que soy yo, mi niña, yo, viajero inagotable) y con el cursor me “pongo” en la esquina que deseo y la pantalla, prodigio digno de los mejores trucos de Aladino y la lámpara maravillosa, se transforma y me muestra el lugar donde estoy y a partir de ahí puedo caminar hacia donde yo quiera. Como soy un travieso no camino por la banqueta sino a mitad de la calle (este chunche virtual me permite ese gozo: caminar a media calle. Siempre que, antes de la pandemia, había un cierre temporal de una calle en Comitán, aprovechaba a caminar por en medio de la calle.) En el google maps camino donde los autos pasan y veo los edificios de ambos lados. El otro día “bajé” en el Ángel de la Independencia, en Reforma, de la Ciudad de México y caminé por donde los carros transitaban, con rumbo a Chapultepec. ¡Ah, qué disfrute! Llegué hasta el parque Tamayo y luego a la entrada del Museo de Antropología, estuve frente al gran monolito del Dios Tláloc y pedí que no lloviera y no llovió. Luego, “salí” de ahí y fui a Coyoacán y ahí caminé por la avenida Francisco Sosa y llegué a la Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles. ¡Ah, qué paz tan armoniosa la de esa avenida! Recordé que cuando estudiaba arquitectura en la UVM, en los años setenta, acudí a dibujar una serie de bocetos de esa avenida que conserva la belleza provinciana del barrio. Pero no solo he viajado por la Ciudad de México; no, un día se me ocurrió viajar a una ciudad de Sudáfrica; y, por supuesto, he paseado en varias ocasiones por París. El otro día anduve caminando en la calle donde está la Galería Vivienne, la del cuento “El otro cielo”, de mi amado Julio Cortázar. En homenaje a Juan Carlos Gómez Aranda viajé a Murano. Juan Carlos recuerda que cuando estuvo en Venecia viajó a Murano, porque recordaba a don Enrique Constantino, que en su puesto de lotería de la feria de agosto decía que el florero, premio mayor del juego, era de cristal de Murano; es decir, proveniente de aquella isla italiana. Sí, viajé a Murano y caminé por los maleconcitos y por las calles y me sorprendí al ver que en todas las casas, todas, las ventanas tienen postigos (bien de madera o de herrería). Muchas ventanas (el día que fui) estaban cerradas. ¿Para qué los postigos? Pensé que es la forma como protegen los cristales cuando asoma un clima torrencial. Y me maravillé por los chunches que ponen, al lado de balcones llenos de flores, en algunas fachadas para secar la ropa: un sistema de cuerdas que permite a los habitantes colgar las toallas y los vestidos, desde una ventana. Digo toallas, pero también vi playeras, camisas, pantalones, vestidos y (¡ah, maravilla!) calzones rojos de muchacha bonita. Caminé las callecillas de Murano, isla armoniosa, tranquila, pétalo de clavel. Sí, ¡todo el año viajé! Mientras Dios lo permita, seguiré haciéndolo. Gracias míster Google por esta genial herramienta virtual. Caminé por el centro de Puebla, por calles conocidísimas de San Cristóbal de Las Casas, estuve en Lisboa y en calles del Estambul de Pamuk. Posdata: he preferido caminar por barrios simpáticos, para conocer la esencia de los pueblos. Sólo el día que viajé del Ángel de la Independencia al Museo de Antropología lo hice como si fuera en un camión turístico, apenas deteniéndome en algún detalle. De ahí en fuera, he caminado a gusto, me he detenido en una esquina y si algo llama mi atención a la derecha voy hacia ahí. ¡Ah, burro, cómo he disfrutado el viaje desde casa! Sí, si me preguntás qué hice este año, mi respuesta es: ¡he viajado! Yo, que soy tan escaso para salir de casa, he estado en Guatemala, en la Antigua; he estado en Buenos Aires y también en Comitán. Sí, en ocasiones he puesto el muñequito en el parque central de mi pueblo y he caminado (sin riesgo) la calle que baja a La Pila. ¡He viajado, mucho! Mientras Dios lo permita seguiré haciéndolo. Cada vez que pongo el muñequito en una calle me siento un ángel que baja para gozar de la vida terrenal. Las imágenes de París están más o menos actualizadas, caminé hasta llegar a la explanada del Louvre y todo París estaba vacío, era sólo para mí, me sentí privilegiado, en medio de un sentimiento de desolación. Ahora quiero que las plazas de todo el mundo estén llenas de gente que platique, que se abrace, que se siente sin temor en los cafés al aire libre y se beba la vida, en total libertad. Mi niña querida, deseo que tengás un buen año veinte veintiuno. Que Dios siembre en tu jardín la flor de la salud; que siempre tengás las alas del pájaro que alcanza la parte más alta del árbol, para ver el porvenir, no para ensoberbecerse. Abrazo, siempre, ¡siempre!