miércoles, 16 de junio de 2021

CARTA A MARIANA, CON OFICIO GENIAL

Querida Mariana: mi compadre Miguel era un encuadernador sensacional. A mí siempre me sorprendió la habilidad que tenía para este oficio. Con él conocí algunas palabras que designaban a objetos necesarios en dicha labor. Todos los oficios tienen objetos especiales. A mí, lo sabés, más que el chunche me seduce el nombre que lo nombra. Gabriel, hijo de Miguel, hizo favor de enviarme esta fotografía, donde está la colección de fascículos de “Cantinflas Show” que Miguel encuadernó. Su trabajo era impecable y, de mojol, le colocaba en el lomo del libro y en la portada, el título del contenido. El primer chunche que conocí fue la prensa, una prensa preciosa donde colocaba el legajo de hojas y realizaba el corte del lomo y costuraba. ¡Ah, genial! Nunca había visto que alguien, aparte de mi abuela, costurara. Miguel no costuraba tela, costuraba legajos de papel. En cartas anteriores he contado que, en los años sesenta, compraba los libros de la Colección Básica Salvat, eran títulos sensacionales a un precio accesible. El precio era reducido porque eran libros pegados, no costurados. Por eso, después de una relectura, las hojas comenzaban a despegarse. Los libros que encuadernaba mi compadre siguen impecables. Mi mamá le daba fascículos de tejido o de cocina y esos libros siguen en casa. Mi mamá los abre a la mitad y las revistas siguen unidas mediante el cáñamo que Miguel usó. Tengo sólo un ejemplar de aquellos libros de la Biblioteca Básica Salvat. ¡Ay, señor de las catorce potencias! Cuando lo abro las hojas se caen y para releerlo se hace de hoja en hoja. La portada sólo sirve como folder. Inicialmente, el Cantinflas Show fue un programa de monitos, transmitidos en televisión. Después del éxito de la serie los productores lanzaron una revista. Mi compadre compró todos los fascículos y los encuadernó. Él era un gran amante del cine y gran lector. Esta colección, sin duda, hará la delicia de sus bisnietos, quienes, sin duda, apreciarán que su bisabuelo haya coleccionado estas revistas y las haya encuadernado con delicadeza. Mi compadre falleció hace poco y lo único que hacemos sus amigos es conservar los instantes vividos; los escribimos en el aire e invocamos su presencia. No podemos hacer más. Ah, si yo hubiese aprendido bien el secreto de la encuadernación, podría hacer un libro con las nubes que compartimos en tantas lluvias. Pero no lo aprendí. Lo que sí hice fue admirar su oficio, uno de los muchos que tuvo en la vida. Pienso que este oficio es uno de los que están en proceso de extinción. Las bibliotecas del futuro ya no serán como fueron antes. La tendencia actual es lo digital. Los grandes bibliófilos mandaban a encuadernar, con portadas en piel, todos los libros que adquirían, eso los salvaguardaba del deterioro del tiempo y los dotaba de una armonía visual. Esos libros son exquisitos al tacto, agradables a la vista. Deberías hacer un taller de encuadernación, para que las nuevas generaciones aprendan este oficio, le decía a Miguel, él sonreía y, con la cabeza, negaba. Sí, él, siempre sabio, sabía que hay oficios que ya nadie admira. ¿Para qué necesita aprender a encuadernar un joven que todo el día se comunica con el mundo a través del teléfono celular? Ya Bill Gates nos lo advirtió: en los próximos años todo se hará con el celular. O tal vez era su forma de decirme que conmigo había perdido su tiempo, porque en dos ocasiones intentó darme el conocimiento de la encuadernación y yo ¡nada más no! Yo lo veía hacer, me sentaba en una silla cerca del banco donde tenía los instrumentos para el oficio y escuchaba sus historias. ¿Cómo aprendiste?, le pregunté un día. Dijo que lo había hecho en forma autodidacta, una tarde deshizo un libro encuadernado y, como viejo minero, vio cuál era el secreto que siempre está oculto para los lectores que no son curiosos. Así aprendió, desarmando un libro costurado. Así aprendió muchas cosas. Desarmó radios y se convirtió en un experto “componedor” de radios. Tal vez el aprendizaje de la vida no es más que eso; tal vez el secreto está en desarmar la vida para luego armarla con precisión. Posdata: Miguel me regaló, cuando menos, dos palabras: percalina y keratol. Son dos palabras luminosas, traviesas. Alguna vez pensé que un encuadernador amante de los gatos bien pudo bautizar a sus mascotas con esos nombres: la gatita blanca se llamaría Percalina y el gato atigrado se llamaría Keratol. ¿Qué es la percalina y qué el keratol? Son los nombres de las telas con las que los encuadernadores forran el cartón usado para las guardas. Debe ser común que un encuadernador pregunte al cliente cómo quiere que forre su libro, ¿con percalina o con keratol? De qué color. A veces jugábamos y yo le decía que una tercera posibilidad de forro era la keratina. Él reía y comentaba: o percatol, y ya lo volvíamos un desmadrito cuando se nos ocurría decir percal lleno de atol.