sábado, 19 de junio de 2021

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE YO SÍ CONOCÍ A LOLITA ALBORES (Parte 6)

Querida Mariana: en carta anterior comenté que doña Lolita Albores viajó a México en 1944 y vivió en casa de Rosario Castellanos (bueno, de sus papás) durante cuatro meses. En 1948, ya con el camino conocido, regresa a la capital de la república mexicana, lo hace para estudiar enfermería y declamación. Pero, ¡bendito Dios!, le toca vivir una experiencia que, sin duda, la conmueve hasta la raíz, porque ese año fallece la mamá de Rosario, doña Adriana Figueroa, y diecinueve días más tarde su papá, don César Castellanos. ¡Dios mío! Qué tremendo. Ambos murieron con pocos días de separación. En Comitán habrían dicho que doña Adriana se llevó a don César. Pues sí, ambos dejaron en la orfandad a Rosario Castellanos, quien estaba a punto de cumplir 23 años, porque doña Adriana falleció el 2 de enero, don César el 21 de enero, y el cumpleaños 23 de Rosario fue el 25 de mayo. Se puede especular acerca del impacto que para Rosario significó la muerte de sus padres, pero no es correcto. Para acercarse a la vida de Rosario hay que pepenar certezas. Acá, la única certeza es la causa del fallecimiento de la mamá, padecía cáncer; del fallecimiento del papá hay versiones encontradas. Yo, perdón, mi niña, siempre me inclino por los testimonios de las personas que están más cerca del suceso. Cuando fallece don César, Lolita Albores vive en casa de ellos, por lo que su testimonio es de espectador de primera fila. Claro, su versión está lejos del dramatismo que le agregan otras personas. A mí me gusta ver un documental donde la China Mendoza, escritora mexicana, amiga de Rosario, da su versión. La China dice que Rosario le contó lo siguiente: “…ella fue con su papá, al centro, iba manejando su papá el coche, y de pronto le dio un ataque al corazón y se murió; entonces, aquella niña, que era tan temeraria y tan valiente, no sé cómo, hizo a un lado a su papá y tomó el volante y de lo que ella había observado cómo manejaba el papá, regresó a su casa en el automóvil. Eso sólo lo hace un ser sobrenatural, como fue Rosario Castellanos…” Ah, genial. La versión de doña Lolita es más moderada, mirá cómo lo dijo: “…don César muere de un infarto caminando con Rosario, por las calles de República del Brasil”. Va, pues. Nos concretemos a los hechos. Ambas versiones coinciden en que el fallecimiento ocurre por infarto, en el centro de la ciudad capital. Doña Lolita aporta un dato importante, el deceso ocurre en la calle de República del Brasil. Para trama de telenovela, la versión de La China Mendoza es más atractiva, porque incluye un automóvil, don César maneja, de pronto suelta el volante, se lleva las manos al pecho, porque un dolor agudo lo agobia, el auto se para, los automovilistas que conducen detrás comienzan a tocar claxon, Rosario baja, varios peatones se detienen y ven que el chofer está de bruces sobre el volante. Alguien grita: ¡un médico, un médico! Los automovilistas de atrás se bajan y, por encima de la puerta, ven hacia el auto donde Rosario empuja a su papá al lugar del copiloto y se sienta frente al volante, prende el auto y “de lo que había observado cómo manejaba el papá”, conduce hasta su casa. La China dice que eso sólo pudo hacerlo un ser sobrenatural. Pues sí. Porque la versión de La China (que dijo era la versión que le contó Rosario) da a entender que nuestra paisana no sabía manejar y que en ese instante de urgencia condujo el auto de su papá. Por eso, digo, yo me quedo con la versión de doña Lolita, la que no incluye auto. Don César y su hija caminan en una banqueta de la calle República del Brasil cuando el corazón de su padre se detiene. Raúl, medio hermano de Rosario, le contó a Andrea Reyes que, cuando se enteró del fallecimiento de su papá y de doña Adriana, viajó desde Nuevo Laredo y comentó que su papá “cayó en las calles de México, por lo que él padecía…”; es decir, según don Raúl, don César tenía padecimientos del corazón. Los detalles siguientes no podemos saberlos. Lo que sabemos es lo que doña Lolita comenta: “Entonces me quedé acompañándola; ella vino luego a Comitán para ver lo de sus fincas y regresó a seguir sus estudios; para entonces su mejor amiga era Lolita Castro. La visitaban Fedro Guillén, Jaime Sabines, Javier Peñaloza con quien se casó Lolita Castro, y muchos otros escritores y poetas con quien se reunía”. Doña Lolita se quedó a acompañar a Rosario después del fallecimiento de sus padres. Aparte de quienes la acompañaban en los servicios, doña Lolita fue quien estuvo más cerca de Rosario, en casa. Cuando mueren sus papás, Rosario ya estudia en la universidad. Tiene necesidad de hacer las veces del papá, en lo que se refiere a la entrada de recursos económicos, por eso, doña Lolita comenta que viajó a Comitán para ver lo de sus fincas. Acá también hay cierto desfase en la información, el medio hermano de Rosario contó que su papá vendió El Rosario, desde la Ciudad de México, a un señor de apellido Solórzano, quien, al final no se quedó con la propiedad, porque los indígenas no le permitieron tomar posesión de la hacienda, por lo que el señor Solórzano la vendió al gobierno, “que en su momento lo donó a los campesinos, a los invasores, como parte de la Reforma Agraria”. Así pues, tal vez Rosario viajó para ver la situación de la otra finca, Chapatengo, que era, por supuesto, de menor extensión que El Rosario. Don Raúl se hizo cargo de la administración de Chapatengo y fue quien le entregaba cuentas a la escritora. Raúl y Rosario hicieron un trato de beneficio para ambos: se repartirían las ganancias mitad y mitad. A Rosario le convino porque, a pesar de ser la propietaria, permanecía en la Ciudad de México, donde, como lo dice doña Lolita, continúo con sus estudios, por fortuna para gloria y lustre de las letras nacionales; a Raúl le convino porque, sin ser propietario, tuvo un modo de vivir de manera digna. Raúl permaneció como administrador de Chapatengo, hasta que, por chismes (dice él), Rosario decidió vender la propiedad, acto que sucedió en 1956. Rosario y Raúl repartieron el producto de la venta en la misma proporción: mitad y mitad. 1956, entonces es fecha importante, porque es el año en que Rosario pone el punto final al patrimonio heredado. Como ya quedó dicho, don César no tuvo casa propia en Comitán, siempre alquiló, por lo que sus propiedades eran las dos fincas: El Rosario y Chapatengo. La primera finca la vendió don César y Rosario vendió la otra. El patrimonio familiar de los Castellanos Figueroa en Comitán quedó extinguido. Rosario ya no tuvo esa entrada económica que había sido parte de la herencia. Se quedó con la casa que sus papás habían comprado en la Ciudad de México y que ahora ya no existe más, porque como lo platicamos, Gabriel, hijo de Rosario y Ricardo, la vendió y los nuevos propietarios la derruyeron. El legado que subsiste es la obra literaria de Rosario Castellanos. De ahí podríamos bordar una conclusión: las obras materiales desaparecen, la obra intelectual es perenne. Pero, bueno, eso, diría Nana Goya, ya es otra historia. Doña Lolita comentó que la mejor amiga de Rosario era Dolores Castro y mencionó a amigos escritores y poetas con quienes se reunía en la Ciudad de México. De lo que doña Lolita menciona podemos ahora decir que algunos de los nombrados eran parte del famoso Grupo de Los Ocho, al que Rosario perteneció. ¿Quiénes eran los ocho? Bueno, estaba Dolores Castro, Javier Peñaloza (quien se casó con Dolores Castro), Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo, Efrén Hernández, Honorato Ignacio Magaloni, Octavio Novaro y, por supuesto, Rosario. El grupo tuvo tal nombre, porque en 1955 publicaron una antología que tuvo como título: Ocho poetas mexicanos. Mirá lo que es la vida. Ahora todo mundo escucha hablar del Grupo de Los Ocho (G8), pero es un grupo que refiere a las ocho grandes potencias mundiales: Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia, Alemania, Japón, Canadá y Rusia. Ah, Rosario se habría botado de la risa al saber que el mundo no hablaría del G8 del que ella formó parte, sino del G8 geopolítico. Ella formó parte de un grupo de poetas, poetas hoy reconocidos. Hay que decirlo, de los ocho integrantes del grupo de poetas, quien alcanzó el peldaño más alto, en la escala de la gloria, fue nuestra paisana, la amiga de Dolores Castro y de Dolores Albores, nuestra querida doña Lolita, gran cronista de Comitán. Posdata: Pero, así como decimos que Rosario Castellanos es la más reconocida del grupo de Los ocho, hay que comentar que la única sobreviviente del grupo es Dolores Castro, otra Lolita muy querida en Comitán, en Chiapas, en los círculos literarios. No me estás preguntando, pero una vez estuve sentado al lado de Dolores Castro, en un salón de un hotel en la Ciudad de México, y platiqué un rato con ella. Ah, mujer accesible, buena gente, simpática, sencilla, inteligente. Ella fue comentarista en la presentación del primer libro de poesía del comiteco Adolfo Gómez Vives. ¡Ah, la vida, cuántas vueltas, hermosas, divinas, como de rueda de la fortuna de feria de San Caralampio!