miércoles, 9 de junio de 2021

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DEL DÍA QUE NO SUPIMOS VOLVER

Querida Mariana: no siempre volvemos. A veces nos quedamos en otro lugar, a pesar de haberlo abandonado. Vivimos en un determinado espacio sin vivirlo del todo. ¿Te has topado alguna vez con alguien que vive en otra ciudad, pero sueña con regresar a Comitán y se le va la vida en ese sueño, porque jamás vuelve? Los motivos se cuentan por cientos o miles, siempre hay algo que impide el retorno tan deseado. A veces no volvemos de la lluvia. No alcanzamos a secarnos. Seguimos en el camino con la ropa mojada, con el espíritu aguado. Tenemos miles de ejemplos de comitecos que abandonaron su pueblo madre y no volvieron, porque extraviaron el hilo que les aventó la Ariadna de la nostalgia. A veces no volvemos de la noche. Nos quedamos sumidos en los subterráneos y en las cuevas donde nos seducen los murciélagos que, ¡ellos sí!, salen durante la noche y regresan antes del amanecer. A veces, en algunos caminos de la vida olvidamos ese radar imperecedero que es característica de los murciélagos, quienes nunca pierden la ruta en el aire, la ruta del cielo. A veces, los hijos se van y no regresan, porque no supieron hallar el sendero del regreso; a veces los padres se van y no regresan. Hay madres que, en algún instante de su vida, escuchan la flauta novedosa de algún Hamelin seductor y dejan su condición de humanas y se vuelven ratas y abandonan su hogar; hay padres que, en algún instante de su vida, escuchan los gritos seductores de alguna sirena y, humanos al fin y por no atarse al palo mayor del barco, piensan que esos gritos son cantos, sublimes voces, y guardan ropa en su maleta y abandonan su hogar. No siempre regresamos, y esto es así porque, en algún momento, olvidamos que no fuimos hechos para el vuelo y volamos y terminamos tatarateando en medio de nubes que, en ocasiones, están llenas de rayos y de truenos. Nos pensamos aves y, al final, nos reconocemos animales terrestres sin capacidad de vuelo. ¿Cómo regresa el ser humano que fue enviado en catapulta a otras regiones, desiertos, bosques, playas o islas? ¿Cómo regresa el ser humano que salió sin brújula, sin sextante, sin mapa? No sé, querida mía, cuántas personas andan por el mundo, sin que el mundo ande en ellos. Veo a muchos que están, pero no están, que son, pero no son. Que un día bajaron a conocer los ríos subterráneos y nunca volvieron, a pesar de subir por las estalactitas del alma. Mi abuela Esperanza decía que todos volvían si se les llamaba y, al modo de Hansel y Gretel, se hace un camino con granitos de maíz. Todos, decía mi abuela, somos como pollitos desorientados. No sé si el conjuro divino de mi abuela es efectivo, pero he visto a muchas abuelas y madres diciendo en voz alta el nombre de los extraviados; las he visto hincadas, sobándose las manos, con los ojos anegados, invocando los nombres de los ausentes, llamándolos y ofreciendo maicitos con aroma de agua limpia. Sí, mi niña, no todos los que vuelven ¡regresan! Con frecuencia escucho la frase: “Se quedó en el viaje”. Al principio siempre lo relacioné con personas con adicciones, pero luego entendí que no sólo ellos pueden quedarse en el viaje, hay más. Un famoso escritor describió el proceso de creación literaria como un viaje hacia el territorio donde baila la imaginación, pero, advirtió, el escritor debe tener la suficiente sagacidad para volver de ese espacio y retornar a la realidad. Asimismo, dijo que el escritor que no viaja y siempre está instalado en la realidad nunca logrará realizar la gran obra. Hoy existe una tendencia, por parte de los grandes grupos editoriales, de premiar y publicar obras que reflejan la cruda realidad. Las ventas son exitosas, pero, como advirtió el famoso escritor, de cuyo nombre no puedo acordarme, nunca ingresarán al espacio donde habitan los grandes del mundo, jamás pasarán de la puerta donde la realidad nunca vuela. Posdata: a veces veo imágenes de migrantes; a veces me sorprende el número de migrantes en el mundo. Millones de personas abandonan sus países, por múltiples razones. Abandonan su tierra madre por necesidad y adoptan una tierra madrastra. ¿Volverán alguna vez a su país de origen, a su casa, al lugar donde están sus aromas de infancia y sus mejores recuerdos? ¿En dónde queda el aroma del pan en el desayuno, de la taza de café o de té o el jugo de alguna fruta? ¿En dónde el árbol del columpio, el arroyo, la tierra húmeda, el cielo que cobijó la mirada cuando se tiraban boca arriba?