miércoles, 23 de junio de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN PAJARITO

Querida Mariana: comparto con vos la fotografía que me envió Ricardo. Ricardo, lo he dicho varias veces, es uno de los mejores fotógrafos de aves. Digo pues que te mando un pajarito. Los fotógrafos del siglo pasado llamaban la atención de sus retratados diciendo: “Miren el pajarito”. ¿Qué dicen los fotógrafos cuando retratan pajaritos? He visto algunos retratos de fotógrafos que tenían colocado un pajarito al lado de la cámara, de ahí, deduzco, quedó la costumbre de decir: ¡miren el pajarito! Claro, ya luego, algún ingenioso perverso, nunca falta, le halló el doble sentido, porque vos sabés que, en México, el pajarito también alude al órgano masculino. ¡Qué bobera! Pero el idioma es rico en expresiones y tiene múltiples senderos. Pero, no quiero comentar esto. Aunque luego regresaré con el tema. Por ahora, lo que quiero decir es que este pajarito que retrató el genial Ricardo Castro es un tzulío. ¿Mirás qué nombre más hermoso? Tzulío. El nombre es tan simpático que, al menos en nuestro pueblo, ha servido como apodo. Pienso que quien tiene este apodo debe sentirse orgulloso, porque alude a un ejemplar bellísimo. ¿Ya miraste la gallardía de este pájaro? Se ve que no es grande, que nada tiene que ver con el águila real, por ejemplo, pero en su apostura y en el color de su plumaje muestra una real impostura. Qué ave más bella. Los compas que acostumbran admirar la naturaleza deben haber sido privilegiados con el canto de estos pajaritos. Ricardo, como siempre, me envía el nombre científico de los pajaritos que retrata. El tzulío es un sporophila morelleti. Genial, todo genial. No sé en cuántas regiones del mundo el sporophila se llama tzulío. Pienso que en pocos lugares privilegiados y uno de ellos es Comitán. En otras partes del mundo deben tener otro nombre. No sé si tan bonito como el nombre que usamos nosotros. Busqué en Internet si había mención del tzulío y hallé, ¡qué bonito!, que un local donde venden micheladas lo bautizaron con el nombre de Tzulío. Ya te conté que en los años setenta, con mi palomilla iba a la cantina “La Jungla”, ahí, don Óscar, el dueño, tenía un loro, así que a la hora de decir ¡salud! no faltaba el argüende de ese pájaro; pero, como en La Jungla había árboles también teníamos la compañía de muchos pájaros que llegaban a piar por ahí. Tal vez en algún momento tuvimos un tzulío como acompañante, pero como ya estábamos bolos no escuchamos su canto prodigioso. ¡Elegante! Es el término que debe aplicarse a este pajarito que parece estar vestido de frac, con una altiva pechera negra. Ricardo lo captó trepado en lo alto de una ramita, como si fuera el vigilante de un torreón o tuviera el espíritu de Rodrigo de Triana y estuviera a punto de piar: ¡Tierra, tierra!, después de meses de navegación. Tzulío, qué bonita palabra, qué ave tan bonita, tan digna, tan soberbia. Posdata: dije, querida mía, que volvería con el tema juguetón que propicia la palabra pajarito. En dos ocasiones tuve la oportunidad de estar con el gran cronista de San Cristóbal de Las Casas, don Prudencio Moscoso Pastrana, intelectual de excepción. Una vez estuve en su biblioteca particular y la otra en el panteón municipal de San Cristóbal. En esta ocasión, mi papá y yo acudimos al entierro de un pariente y, después de la inhumación, mi papá se acercó a saludar a don Prudencio, eran amigos desde jóvenes. Mi papá me llamó para presentarme con él y su presentación fue: “Don Prudencio, el cronista de acá, que se dedica a revisar pajaritos”, y don Prudencio pasó un brazo por encima del hombro de mi papá y ambos rieron, ante esa afirmación que mi papá dijo con doble intención. Yo también reí, sin saber bien a qué se refería mi papá. Ya en el vochito, de regreso a Comitán, me contó, mientras se botaba de la risa. Entendí y me boté de la risa. Mi papá había bromeado con lo de pajarito. Y es que don Prudencio era experto en el suceso histórico de la sublevación indígena que fue comandada por Jacinto Pérez, a quien le decían “Pajarito”, por extensión, los miles de indígenas sublevados fueron llamados “pajaritos”. Nunca hubiera pensado que mi papá bromeara así con el gran intelectual chiapaneco, pero eran conocidos y se lo permitían.