miércoles, 2 de junio de 2021

NUNCA SERÁ SIEMPRE

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que escriben en pizarrones de escuela, y mujeres que escriben en el aire. La mujer que escribe en el aire no necesita lápices, ni plumones, ni gises; la tiza la avienta a la taza. Para escribir sus frases usa su dedo o su lengua o su mirada o sus labios. Cada vez que besa el aire redacta un poema. Ella es una poeta, con un dije en su pecho. Domina todos los idiomas del mundo, porque el código del idioma universal no es el amor ni la música, el idioma universal es ¡el aire! ¿Sueña? Claro que sueña a la hora que duerme. Sueña en tercera dimensión. Sus sueños también quedan impresos, como grafitis, en el muro del aire. Sueña con callejones donde hay perros doberman detrás de las bardas; sueña con lunas que tienen un color verde fluorescente: espacio donde vuelan muchos pájaros con plumajes rojos. Sueña con panteones plagados de árboles secos y una bruma que esconde la mayor parte de las tumbas. Sueña con ojos que se abren pero que no ven, con bocas que se abren pero que no comen, con manos que se extienden pero que no tocan. La mujer que escribe en el aire es una gran lectora; reconoce todos los códigos y descifra los textos de antiguos pergaminos y de los códices. Por eso reconoce el símbolo del infinito y tiene el conocimiento del movimiento de los astros en el cielo y visita, de vez en vez, la puerta que da acceso a otra dimensión, por eso, su amante es un hombre bendito por la luz de las estrellas y, en ocasiones, corre el riesgo de ser atrapado en la luz eterna de un agujero negro. Sueña cuando duerme, pero también sueña despierta. Sus sueños son modestos, vivir en la orilla del mar, en una pequeña cabaña, donde la hamaca sea el sostén de su deseo y de su pasión. Sueña con tener un corral con gallinas que pongan huevos de oro. Esos huevos no son redondos, más bien tienen la forma de lingotes. Sueña con venderlos en subastas y donar el dinero recibido para invertirlo en refugios de animales. Porque ella ama los animales, siempre tiene en la entrada de su habitación el clásico letrero que dice: “Mientras más conozco a los humanos, más amo a los animales”. Todas las mañanas desinfla su memoria, para que los recuerdos ingratos se diluyan. Así, ya no recuerda la mano asquerosa del tío asqueroso, quien, cuando ella tenía seis años, le acariciaba las piernas; ya no recuerda los castigos de la maestra, en el colegio de niñas; ya no recuerda la vez que tuvo su primera menstruación, ni la primera vez que hizo el amor en el asiento trasero de un auto; ya no recuerda la vez que su amante la golpeó en el rostro y le dejó moretones. Su memoria es una nube vacía, sin agua; su memoria no vomita lluvia ácida. Por eso, cuando escribe en el aire sus textos son limpios, claros, llenos de flores, con aroma a menta. Por eso, cuando escribe en el aire, las niñas saltan la cuerda, ríen, cantan, bailan. Cuando ella escribe en el aire, las recámaras se llenan de música, se escucha la armonía del teclado, con el bajo, con la guitarra eléctrica, con la batería. Sus palabras son piedritas escogidas, elegidas; son como dulces de colores, como pequeñas flores de azahar. La mujer que escribe en el aire llena sus pulmones con esencias naturales; camina como si levitara; vuela como si fuera un colibrí; mueve las alas y refresca el árbol que la alimenta. Juega rayuela en el cielo que la rodea, y dibuja bocetos sobre la piel de su amado. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que toman café frío, y mujeres que leen cómics a la hora de ir al baño.