miércoles, 30 de junio de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO SUBLIME

Querida Mariana: en estos tiempos de pandemia recordamos los tiempos anteriores. Se ha vuelto un lugar común decir: ¡éramos felices y no lo sabíamos! Bueno, sí sabíamos que éramos felices, porque cada día es un don para gozar. Pero, lo que ahora hacemos, con frecuencia, es volver la mirada y, con nostalgia, advertir que los tiempos anteriores a esta pandemia, nos permitían la interacción libre, sin restricción. Ahora todos los encuentros deben ser con medidas restrictivas. Nada de andarse dando besitos ni abrazos. Hay intentos por regresar a los tiempos anteriores, en la medida de lo posible. Las autoridades han llamado a este regreso: una nueva normalidad; pero, como no se sabe bien a bien el comportamiento de este virus, el intento de volver a caminar en forma libre se topa con un muro. Has visto cómo en escuelas donde regresaron a clases presenciales volvieron a cerrar sus puertas debido a contagios. ¡La realidad es tremenda! Los niños, como si jugaran el estúpido juego de la Ruleta Rusa, salen y no saben si a ellos les tocará el contagio. Ahora, el mundo advierte el posible advenimiento de una tercera ola y hablan de una nueva variante, de nombre Delta. Uf, el nombre es para impresionar a cualquiera. Los tiempos actuales son tiempos difíciles. Pero, dentro de esta aflicción, buscamos el modo de ser felices, porque la vida es el instante que apreciamos, el don que nos es concedido. Por eso, muchas personas, como si abrieran álbumes, revisan sus archivos digitales y comparten en redes sociales los viajes que realizaron antes de la pandemia. Veo a mis amigos posando al lado de dromedarios y al fondo las pirámides de Egipto, o en el interior del Museo del Louvre, o fingiendo que detienen la caída de la Torre de Pisa, o navegando por el impresionante Cañón del Sumidero o comiendo una paleta de chimbo en el parque de San Sebastián, del pueblo. Lo hacían sin restricción alguna. Los movimientos eran despreocupados, claro, con los cuidados de no resbalar al bajar por la soberbia escalinata de la Pirámide de La Luna, en Teotihuacán, o en las piedras resbalosas de Uninajab o con una cáscara de plátano en las banquetas de Comitán. Ayer me topé en mi archivo digital con esta fotografía y sentí un aletazo de aire fresco en mi corazón. Sí, fue antes de la pandemia. Estoy con cinco niños de la Escuela Benito Juárez, de Comitán. Un día recibí una llamada telefónica, era un amigo que me dijo que su hijo, con más compañeritas tenían la encomienda de reunirse con una persona mayor que les contara algo de las tradiciones antiguas del pueblo. Y yo, que soy un viejo que le encanta compartir sus vivencias infantiles, acepté de inmediato y acudí a la Biblioteca Pública Regional Rosario Castellanos, lugar de la cita. ¡Claro! ¿Dónde más podíamos reunirnos para hablar de la cultura de este pueblo? Aunque, vos sabés que el conocimiento está en todas partes, en la biblioteca, en el aula, en el mercado, en el estadio, en la fonda, en el parque, en el campo, en el callejón, en todos lados. Hoy, por fortuna, las restricciones de silencio total ya no existen en las bibliotecas públicas. Con moderación, uno puede dialogar en voz baja. Además, como mirás, la reunión fue a una hora en que la biblioteca estaba casi vacía. Vi la fotografía y mi corazón caminó contento y silbó una canción alegre. ¡Ah, qué momento tan sublime! Me he convertido en un viejo sensiblero. Al ver la fotografía supe que ese momento fue un momento feliz, pero, qué bendición, al rememorarlo volví a ser feliz. Sí, gracias a Dios, he sido un hombre feliz desde siempre. Lo fui en mi infancia, a la edad de estos chiquitíos y soy feliz en mi vejez. Fui feliz en los tiempos antes de la pandemia y ahora soy feliz en medio de esta burbuja llena de púas. Sé que la felicidad no es continua, se da por ratitos sublimes. El ser humano que es feliz procura acumular esos instantes luminosos y reunirlos, como canicas, adentro de una bolsita tejida con hilos de colores. Posdata: Sí, la fotografía tiene más de tres años, no sé bien a bien cuándo fue, pero sé que ahora estos niños ya cursan la educación secundaria. Ese día fui feliz. Ellos también estuvieron contentos. Les conté de los juegos de mi infancia y ellos me compartieron los juegos que ahora juegan. En la fotografía juego con los lentes en mis manos y ellos juegan el maravilloso juego de la palabra, de la convivencia, de estar sentados frente a un viejo que cuenta. Ahora, estos niños, igual que todo el mundo, viven la experiencia del confinamiento, de las clases virtuales, de la imposibilidad de reunirse con total libertad, como lo hicimos ese día. Estos niños aún son jóvenes, pero dentro de treinta o cuarenta o cincuenta años abrirán el archivo digital y al mirar esta fotografía algo como una cinta de luz iluminará su corazón, como ahora ilumina el mío.