sábado, 26 de junio de 2021

CARTA A MARIANA, CON VARIAS SOMBRAS

Querida Mariana: ¿mirás tu sombra de vez en cuando? Ayer encontré esta foto, donde la fotógrafa privilegió la sombra. Tal vez le llamó la atención ver cómo la sombra estaba tirada sobre un terreno polvoriento. Siempre que hay sol aparece la sombra; siempre que hay luz aparece la sombra. Las sombras son fijas, mientras el dueño de la sombra no se mueva o la sombra sea producto de una flama. Sí, las mejores sombras son las que se mueven aunque el dueño de la sombra esté estático. ¿Vos, de niña, jugaste alguna vez con sombras sobre la pared? ¿Tu papá aprovechó la luz de la lámpara del buró y, con sus manos, hizo la figura de un conejo o de un borreguito? Mi tío Armando era muy hábil con las manos, para hacer figuras con papel, para modelar plastilina o barro, para hacer figuras sobre la pared y para atrapar a las muchachas. Yo le pedía a mi tío Armando que hiciera figuras sobre la pared. Él le quitaba la pantalla a la lámpara de mi buró y, con sus manos proyectando sombras, hacía un conejo y lo hacía con tal destreza que comenzaba a contarme un cuento donde el conejo saltaba y yo veía que el conejo saltaba y comía un pedazo de zanahoria. ¡Era sensacional! Pero digo que esas sombras tenían movimiento por el movimiento de las manos del tío. Cuando el tío dejaba de mover las manos, el conejo quedaba detenido, en suspenso. ¿Se había terminado la zanahoria? ¿Estaba cansado de tanto saltar? Tal vez no sabía el cuento donde una tortuga le ganó la carrera. Mi mamá me contó la historia donde el conejo, sobrado, dijo que descansaría un rato, porque él era más veloz que la tortuga, quien, con paso lento, pero constante avanzaba en la carrera. Ya sabés en qué terminó el cuento. El conejo se durmió y cuando quiso alcanzar a la tortuga ya era demasiado tarde. Mi mamá cerraba el libro y daba la moraleja como corolario: nunca hay que ignorar la fuerza del contrario ni vanagloriarse de la nuestra. Bueno, era un cuentito infantil, pero que bien se aplica en comportamientos adultos a todas horas y en todos los entornos. Hemos visto muchos casos de deportistas que se han burlado de la capacidad de sus contrarios y han terminado mordiendo el césped o la duela de la cancha. Y ya no te digo de otros entornos, porque entraríamos en terrenos resbalosos. El otro día, mi sobrina Pau (como siempre) me sorprendió con una pregunta: ¿Las ciudades tienen sombra? Se me hizo una pregunta genial, pero, a medida que avanzamos en la plática comencé a tener un escozor en mi alma que me congeló. Sí, le dije, como todas las cosas en el mundo, las ciudades también tienen sombra. Como la plática era en video llamada busqué en mi archivo una foto del parque central de Comitán, como a las tres de la tarde y se la mostré. Sí, dijo ella, y la sombra de Comitán nunca es la misma. No, le dije, como todas las demás sombras de objetos, va cambiando conforme avanza el sol. Sí, dijo, Pau, pero en la noche sí es la misma durante varias horas. Dije que sí, que tenía razón, y pensé en el edificio del templo de Santo Domingo e imaginé a las diez de la mañana, impresa y caminando como la tortuga del cuento sobre la calle. Como el sol viene de la Ciénega, temprano pega en la espalda del templo; a las doce del día, la sombra desaparece en la base de su fachada y desaparece, se fracciona en los remetidos y en la parte posterior, hasta que el sol se oculta y las lámparas se prenden y una sombra diferente aparece. Como Pau dijo, la sombra provocada por el sol camina, se mueve, la de la luz artificial es estática. Se hace más intensa conforme la tarde desaparece y la plenitud de la noche se manifiesta y así se está hasta que, de nuevo, el sol aparece. Este ciclo hace que la sombra provocada por la luz artificial desaparezca y aparezca la de la luz natural. Cuando dije esto, Pau comentó que las sombras de las ciudades también caminan en la noche. ¡No! dije. Sí, insistió ella. Y me dijo que esperara tantito, que me compartiría un documental, y yo esperé. Mientras esperaba pensé en las sombras de las ciudades. La sombra discreta de la ciudad que tiene edificios de no más de dos o tres plantas y la sombra de una ciudad como Nueva York, donde los edificios son altísimos. Pensé en el Empire State. Edificio altísimo. Hay momentos en que la sombra del Empire es más “alta” que el propio edificio; hay una hora en que la sombra se alarga con gran generosidad. Claro, el alargamiento es inversamente proporcional a la rotundez de la sombra (pucha, me aventé algo como un principio físico, expresado en término mamilón). Digo que la sombra alargada es difusa y la sombra pequeña es condensada. En la noche, la sombra depende también de la intensidad de la fuente, una lámpara con luz penetrante forma sombras nítidas; al contrario, una lámpara con foco pishcul provoca sombras diluidas. Y mi espera terminó, Pau asomó de nuevo en la pantalla y me presentó un cachito de un documental donde se ve Roma envuelta en llamas. ¿Viste?, me preguntó. Y yo dije que sí, que había visto, pero, lo cierto, es que había cerrado mis ojos. Sí, Pau tiene razón, la sombra de la ciudad se modifica y adquiere movimiento terrible ante el abrazo del fuego. El fuego provoca sombras devoradoras, todo lo convierten en ceniza. La sombra es etérea, no es permanente. Aparece con la luz y se desvanecen en la oscuridad. Qué imagen tan extraña: se vuelve sombra en la panza de la sombra. Porque, la oscuridad no es más que la sombra de la luz, la sombra que traga todo resquicio luminoso. Los mayores dicen: no te fíes, ni de tu sombra. ¿Qué quiere decir esto? El agregado es: hasta ella te abandona en la oscuridad. Si lo llevamos al terreno práctico nos quieren decir que cuando no hay luz (en todos los sentidos) los supuestos amigos nos abandonan. Pero, ¡Dios mío!, ¿también la propia sombra? Ah, qué sentencia tan miserable. Si la sombra es nuestra, quiere decir que ni siquiera algo íntimo de nuestro ser nos es fiel. Entonces, ¿en quién confiar? ¡Ni en nuestra sombra! ¿Ni en nosotros mismos? ¿Nos traicionamos? ¿Ni siquiera nosotros nos somos fieles? Le di la razón a Pau, le dije que tenía razón. Ella, tal vez notó algo en mi voz y me dijo: A mí tampoco me gusta el fuego, tío. A mí también me dan miedo las sombras de las velas, en los templos. Y recordé que a mí me gustaban las sombras que aparecían en el oratorio de mi casa de infancia, cuando mi abuela Esperanza prendía las velas. El aire hacía que las flamas se movieran, como en una danza sublime, y las sombras de los santos, San Martín de Porres en un nicho, un crucifijo colgado al centro, y una virgen a la derecha, se movían discretamente, como si lo hicieran en silencio. Se movían poco, pero sí lo hacían, a veces, cuando el aire se intensificaba, las sombras se movían rápido y las imágenes parecían tomar vida, porque sus rostros también hacían muecas. Esas sombras llamaban mi atención. Debo decir que las sombras siempre han hecho que voltee a verlas. A veces, algún amigo (antes de la pandemia), pensaba que lo ignoraba porque no lo veía directamente a los ojos, cuando me hablaba. ¡No! Era que, un instante, había dejado de verlo porque su sombra había llamado mi atención. La sombra de las doce del día, casi es inexistente, es como si estuviera adentro de nuestro cuerpo, pero a medida que el sol “camina”, la sombra lo hace también, se va desprendiendo del cuerpo y se va estirando sobre el piso o sobre la pared. Es hermoso ver cómo la sombra se desdobla y tiene las piernas en el piso y el tronco sobre la pared. La sombra, a diferencia de los dueños de esas geniales formas oscuras, tiene la capacidad de torcerse, como si fuera uno de esos maravillosos contorsionistas de los circos. ¿Has visto la flexibilidad que tiene la cantante Thalía? Bueno, la pongo a ella como ejemplo, porque es muy conocida, pero, de igual manera, podría mencionar a varias amigas que han subido fotografías en el Facebook, donde estiran sus brazos hacia atrás y logran tocar el piso, forman un arco sublime, dejan la pelvis viendo hacia el cielo. No sé si las sombras de estas amigas contorsionistas, adoradoras de la meditación trascendental, se sienten cohibidas ante la maravilla de esos cuerpos flexibles. Posdata: hallé esta fotografía que me tomó una amiga. No tomó mi cuerpo, sino la sombra que proyectaba mi cuerpo. Mi sombra está completa. Se desprende de mis pies (ocultos por mis zapatos). La sombra siempre está con los pies en la tierra, a menos que el cuerpo que la proyecte esté sentado sobre un pretil o sobre una barda o sobre un árbol o esté volando. El avión también proyecta sombras, proyecta sombra cuando está en la pista y cuando se despega de la tierra y, también, cuando vuela por encima de las nubes. Hay instantes donde el avión proyecta su sombra sobre la nube que tiene debajo. Nosotros, los simples mortales, los que no gozamos del vuelo, proyectamos nuestras sombras sobre las nubes donde caminamos. Nuestras nubes están hechas de tierra y de polvo. Yo, a diferencia de muchos, sí confío en mi propia sombra. Es parte de mí. Vino con el paquete. Desde que el mundo es mundo todos los seres humanos han tenido sombra. Mi sombra ha sido mi fiel acompañante. Confío en mi propia sombra, ¡faltaba más!