lunes, 19 de junio de 2023

CARTA A MARIANA, CON CARREREADA

Querida Mariana: nunca había estado en una carrera pedestre. El domingo estuve. Claro, como espectador. No pensés que ya enloquecí. Fui porque tres amigos míos participaron. Como la mañana estaba espléndida, dije: Molinarito, a vivir la experiencia, a vivirla desde la tribuna. Bueno, sin tribuna. El mojol de lujo fue estar a temprana hora en el parque central de mi pueblo, ¡ah, mi privilegio! Salí de casa en mi tsurito y busqué estacionamiento. “Caso hay”. A esa hora todos los estacionamientos estaban cerrados. Eran las siete y media de la mañana. Debe haber, dije. Claro que sí. El estacionamiento Ulises ya estaba abierto. Por supuesto. Así honran a don Ulises, hombre que trabajó toda su vida, comiteco de excelencia. Caminé las dos cuadras que distan de un lugar a otro y vi deportistas que se encaminaban al mismo punto, todos pulcros, bien vestidos, dispuestos a vivir la experiencia de la carrera. Me encantó ver cuántas personas participaron, algunos deportistas iban acompañados con sus hijos (vi a una persona que iba en silla de ruedas, ya luego me enteré que había una categoría especial. Genial). La convivencia se dio en forma maravillosa. Llegué al parque y encontré a mis tres amigos. Les tomé una fotito, para el recuerdo. Todo mundo hacía lo mismo, las selfies estaban a tres por dos. Vi a alguien que llevaba su perro y, sorprendente, a una mamá que en el pecho llevaba una cangurera y ahí su bebita (Dios mío, pensé en el peso agregado para la mamá joven, y luego en la sensación que recibiría la pichita. En fin, la carrera fue pretexto para disfrutar la vida). Ya sabés que en la esquina del templo de Santo Domingo siempre está la mesa donde unas mujeres venden atolito, rosca, tamales. Me acerqué porque llamó mi atención que un deportista desayunaba algo. Dios mío, pensé, ¿es recomendable echarse un tamalito de bola antes de una carrera? Pero luego escuché que no, que no participaría, se había puesto en traje de carácter, porque le echaría porras a su esposa, ella sí correría. Vaya, pensé, si no le habría sucedido lo mismo que a aquel boxeador que cuenta mi amigo Ricardo Aguilar, cronista de excelencia, que antes de ir a boxear recibió un vaso de atol de granillo que le ofreció su mamita. Pucha, el resultado fue catastrófico, al recibir el primer mandarriazo en la panza regó todo el ring. Un compa con uniforme de Parque y Jardines llegó y pidió un tamal, mero comiteco bromeó con las vendedoras: “a qué hora se van a poner su ropa para correr”, le sirvieron el tamal, con salsa, y pidió un chocolate, al probarlo exclamó: “pasó directo” y lo vi satisfecho, luego agregó que no sabía hasta qué hora se quedarían, porque quién sabe a qué hora terminaría esa cosa y, bromista, dijo: acá nos vamos a quedar hasta que entre la noche. Mientras tanto, le metía con todo al tamalito, lo terminó y pidió otro. Tiene tres días que no como. Bromista, simpático. Caminé hacia donde estaba un arco de plástico que decía Meta. Ahí ya se estaban reuniendo todos los participantes, la mayoría con bloqueador en la cara, con el número de participación en el frente, buscando el lugar de acuerdo a la categoría a participar. Saludé a mi queridísimo maestro Temo, le ofrecí una revista Arenilla; también saludé a mi amigo Hugo Campos Flores, quien me comentó que Nava Sport trajo a competidores de Kenia (al final vi que ellos ganaron el medio maratón, nadie los alcanza. El maestro de ceremonias -un tipo hábil para la microfoneada- dijo que los kenianos corren más rápido que Sonic, no cabe duda que estoy viejo, porque yo habría dicho: Flash). En primera fila vi a mi compadrito Roberto Álvarez y al querido doctor Fernando Limón, quien, ¡nadita!, ha participado en la Maratón de Boston, la misma donde ha corrido el famoso escritor japonés Murakami. El maestro de ceremonias comenzó la cuenta regresiva y el contingente salió a dar la vuelta, la carrereada por gusto, por hacer deporte, por salud, para vivir la vida en plenitud. Primero los de la categoría máster y luego los demás. El parque recuperó la calma. Cuando regresen los corredores pasarán por el tapete que les tomará el tiempo de recorrido, luego irán al puesto de hidratación, donde les tienen preparados plátanos, naranjas partidas a la mitad y una botellita de agua y luego, ¡ah, momento sublime!, la entrega de la medalla que da constancia que llegaron a la Meta. Si algún corredor o corredora necesita atención especial, el Instituto Thompson, de Comitán, institución que ofrece los estudios de Quiropráctica, montó un pabellón para atender a quien lo solicitara. Posdata: Y después de cierto tiempo de espera comenzaron a llegar los corredores. Aplausos, felicitaciones por parte de amigos y familiares. Los corredores levantaban los brazos en señal de triunfo. Vi que alguien se santiguó tres veces. Algunos llegaban sonrientes, sudorosos, pero sonrientes, otros con caritas desencajadas y dos o tres agotadísimos. Una chica necesitó auxilio de paramédicos. Cómo no, el esfuerzo es intenso, sobre todo porque antes de llegar a la meta hay pues subiditas que hacen más intenso el recorrido. Pucha. Mi admiración y respeto se desparramó en el parque central de Comitán, qué prodigio lo que ellos hicieron. Sé que ahora hay cientos de fotografías en el Facebook que dan constancia de esa mañana singular. Mis tres amigos cruzaron la Meta, los felicité, les tomé la foto que da constancia del éxito, me despedí y fui a treparme a mi tsurito. Subí una pendiente y pensé, al verme sin sudor, que yo era un huevoncito feliz, pero cuchito, por no correr ni para alcanzar el camión de la basura. ¡Tzatz Comitán!