miércoles, 7 de junio de 2023

CARTA A MARIANA, CON CONCESIONES

Querida Mariana: mirá este membrete. Mi papá usaba estos sobres para la correspondencia oficial y personal. En realidad, este sobre lo tomé de una carta que envió a mi mamá, quien estaba en la Ciudad de México. ¿Por qué te mando copia de este detalle? Porque es parte de la historia del pueblo. En los años cincuenta, mi papá fue concesionario de la Cervecería Cuauhtémoc, S. A. Hablo de los años cincuenta del siglo pasado, apenas a la vuelta de la esquina. Sin embargo, ya se ve un tiempo muy lejano, lejanísimo. ¿Esta empresa tiene concesionarios en la república actualmente? No sé. Mi papá también fue concesionario de la Coca Cola. Hoy, veo que esta empresa multinacional ya no otorga concesiones. La bodega que está frente a San Luis tiene un gerente, entiendo. En los años cincuenta las grandes empresas otorgaban concesiones y particulares se encargaban de la distribución de los productos. Mi tío Fidel Díaz era esposo de mi tía Lolita Molinari, él fue, durante un tiempo, concesionario de la Carta Blanca en la ciudad de Villaflores. Por cuestiones de mercadotecnia, la Carta Blanca no era la cerveza preferida por los consumidores de estas regiones del país. Mi papá me contaba que la Corona era la más solicitada. Pues mirá, hasta la fecha, la Corona es una cerveza mexicana que está muy bien posicionada en el mundo entero. Ya mirás que la dueña de la famosa empresa Modelo es una de las mujeres mexicanas más ricas. Cuando mi papá (concesionario de la Carta Blanca) llegaba a una cantina comiteca y se sentaba con los amigos se molestaba porque el mesero no ofrecía las diferentes cervezas que había en el establecimiento, ya casi en forma automática servía la de su competencia. Ah, le costó mucho introducir la cerveza. Como era propietario del edificio de la esquina de la manzana frente al parque, conocido como Yaninni, porque don Vicente (habitante de San Cristóbal de Las Casas) ahí puso su tienda de electrodomésticos, en la parte superior mandó a colocar un inmenso espectacular promocionando la Carta Blanca. Ya te conté que cuando iba al Cine Montebello o al Cine Comitán bebía Pepsi, porque esta empresa había hecho trato con don Rafa Pascacio para tener la exclusividad. Mirá cuántos hilos tiene el entramado de la comercialización. Salvo en esas ocasiones, yo consumía Coca Cola, porque era el producto que mi papá vendía. Cuando ya comencé a beber cerveza llegaba a las cantinas y pedía una Carta Blanca; pero, ¡ay, Señor!, no lograba convencer a los amigos, al final terminaba bebiendo lo mismo que ellos: Coronitas. El otro día, Marcos, que es experto en bebidas con lúpulo, me contó que en la actualidad la cerveza Carta Blanca pertenece al grupo Heineken, que es una empresa que tuvo sus orígenes en los Países Bajos. Pucha, todo es un maravilloso revoltijo. Un día te dije que en casa no había muchos libros, pero sí había muchas rejas de botellas, tanto de cerveza Carta Blanca como de Coca Cola. Crecí jugando en los corredores llenos de cajas de madera conteniendo botellas con refrescos o con cervezas. Mi casa de infancia fue la casa que ahora está en venta, propiedad de los herederos de don Juanito Torres. Esa casa, según reza el membrete del sobre era el número diez de la octava calle, está a media cuadra del parque central del pueblo, esa calle ahora es la Calle Central Poniente y la casa está marcada con el número nueve. Posdata: como mi papá tenía la concesión se dedicó a vender el producto en la ciudad y en otras ciudades; viajaba frecuentemente con un camioncito, llegaba hasta Chicomuselo, un día se quedó el camioncito en el vado y debió ayudarse con otros camiones para que, con gruesas cuerdas, lo jalaran y cruzara el río. Hoy, entiendo, ya no otorgan concesiones. Las grandes empresas construyen sus bodegas y ellas mismas se encargan de ofrecer sus productos en todas partes. Debo decir que a mí me gustaba subirme al camión repartidor e ir de tienda en tienda ofreciendo el producto. Ya te conté que, en una ocasión, Jorge, el chofer del camión de la Coca Cola, me dijo que ahí no podía entrar, porque era una casa mala. Luego me enteré que era el famoso putero de tía Lola. Hoy sé que no hay casas malas, ni mujeres malas. Hay casas y mujeres. Punto. ¡Tzatz Comitán!