viernes, 23 de junio de 2023
CARTA A MARIANA, CON UNA CALLE
Querida Mariana: en 1978 tenía 21 años de edad y radicaba en la Ciudad de México. Estudiaba ingeniería en la UNAM (en realidad me pasaba todo el día en la Biblioteca Central Universitaria y en los distintos auditorios de Ciudad Universitaria, echándome todos los ciclos de cine de arte que exhibían). No estaba en el pueblo la mañana en que fue tomada esta fotografía (que no sé quién la compartió en redes sociales, pero que es un documento histórico importantísimo para la historia del pueblo y fue tomada de alguna revista). No estuve, porque ya lo dije andaba en CU leyendo alguna novela de José Agustín o de Jorge Ibargüengoitia o de Mario Vargas Llosa.
Agradezco al fotógrafo, al editor y a la persona que compartió la foto en redes sociales, porque rescataron un instante prodigioso para quienes somos parte de este pueblo. Esa mañana no estuve, pero, gracias a esta foto, a mis sesenta y seis años camino tantito Comitán a la edad de veintiuno. Las fotos nos regresan en infinitum al tiempo pasado, nos permiten recuperar esencias vitales, porque la niña que me gustaba sí estaba esa mañana en Comitán. Ya te conté que en ese tiempo (mirá lo que es la obsesión por un pueblo y por sus atributos) tenía una cámara (como las que ahora existen en la ciudad y en los domicilios). Esa cámara me seguía a todas partes y permitía a mis papás y a esta niña saber qué hacía yo en la Ciudad de México. Pucha, no sé cómo imaginaba esto. Al principio fue muy motivador, porque estudiaba con denuedo, para que mis papás se sintieran orgullosos, lo mismo que la chica de mis sueños, pero luego eso se convirtió en un tormento, no hay peor cosa que vivir para una cámara, ya no vivía mi vida, porque todo el día andaba jugándole al actor bien portado. Esa cámara era como un suplente de mi conciencia. ¿Quién puede vivir sabiendo que otros ven lo que tu conciencia piensa?
Por eso, ahora que vi esta fotografía, tomada en 1978, pensé que esta cámara sí podía darme un referente exacto y preciso de lo que ocurrió esa mañana en este pequeño segmento de la ciudad. Quien sí estaba en Comitán fue mi mamá, ella estuvo en el primer edificio que se ve en el lateral izquierdo. En la planta baja estaba su tienda de estambres El Gato; arriba estaba el Café Intermezzo, y en la planta de mero arriba la gente jugaba billar y tomaba una cerveza en el local de don Lampo Flores, personajazo de Comitán.
Yo estaba muy pendiente de Comitán. Esta toma fue realizada poco antes de que derruyeran la manzana donde estaba el edificio de la tienda de mi mamá, para iniciar la ampliación del parque central. Comitán no estaba pendiente de mí. Salvo mis padres, nadie más pensaba en mí, ni siquiera la niña que me gustaba, la que “según yo” tenía una pantalla en su casa y observaba cada uno de mis movimientos. Ella vivía su vida y yo vivía una vida dedicada a ella. Qué bobo. No sé cómo resistí tantos años siendo un actor ignorado.
Estaba muy pendiente del pueblo, mi pueblo. Siempre he tenido esa obsesión, siempre estoy pendiente de lo que los comitecos hacen por el pueblo, bien o mal. He visto cómo muchas costumbres continúan y también he sido testigo del deterioro, nuestra sociedad está como sus calles: llena de baches.
He dedicado varios minutos en observar la fotografía. Con la facilidad que tengo para “entrar” a espacios virtuales, me he instalado al lado del chavo que camina frente a la entrada del Banco de Comercio de Chiapas y, con la misma vestimenta, pantalón acampanado y cabello largo, he disfrutado el sol afectuoso de esa mañana (no los inclementes calorones de estos tiempos). Comitán fue una ciudad con clima cariñoso, ya no lo es. Ya no lo será de acá en adelante. El otro día leí un meme simpático, pero terrorífico, a propósito de esta incontenible ola de calor: el verano de 2023 es el verano más frío del resto de tu vida. ¡Dios mío! Cada verano por venir será más caluroso. Por esto, gracias de nuevo, disfruté mucho caminar al lado del chavo setentero esa mañana de 1978. Ahora, cada vez más disfruto ver fotografías del Comitán del pasado, con ello refresco mi memoria y apapacho mi corazón.
Posdata: no estuve en mi pueblo la mañana que tomaron esta fotografía, pero ahora camino una y otra vez por esta calle, subo al parque por esa breve escalinata que se ve en el lado izquierdo, me siento en una banca de granito, al amparo de la sombra de los árboles y miro, a la distancia, a la niña bonita que me gusta, ella está acodada en un ventanal del Café Intermezzo, en la planta de abajo está mi mamá, atiende a una mujer que revisa estambres; y en la parte de arriba oigo las carcajadas de los jugadores de billar y escucho el sonido impecable del taco que golpea la bola blanca.
¡Tzatz Comitán!