jueves, 1 de junio de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN TELÓN DE FONDO

Querida Mariana: ¿te gusta el teatro? Por ahí dicen que la vida es el gran teatro; es decir, en el día a día actuamos en escenarios cotidianos. Hay algo de cierto en esto. Vos mirás que interpretamos roles. Hay compas, en Comitán y en todo el mundo, que no se comportan como son, actúan con el papel que se inventan para apantallar. Hay compas que se inventan papeles trascendentes, que se inventan personajes fifís. Es difícil andar todo el día actuando, pero ahí los ves. Los expertos de la vida recomiendan que uno sea lo que es, que no adopte personalidades falsas, pero vos y yo, y medio mundo, vemos que la gente adopta caracteres que saber de dónde pepenaron. En política esto se da mucho, los grandes actores de la política caminan de acuerdo al papel que les han asignado los encargados de cuidar su imagen. Y ahí los ves, haciendo el intento de superar las actuaciones de Gael o de Diego Luna. ¡No lo logran! Sin embargo, la gente los aplaude, los sigue, los idolatra. ¿Por qué? Como dice el famoso personaje en un conocido spot televisivo: nos hace falta ver más “bax”. Nos hace falta el conocimiento profundo de los modelos artísticos y éticos; nos hace falta acercarnos a la psicología de las personas. Pero pregunté si te gusta el teatro. A mí me encanta, me gusta mucho asistir a ver obras de teatro, porque en el escenario se representa la esencia de la vida, ahí están contemplados todos los géneros que conforman la personalidad de los seres humanos, de todos los tiempos, de todas las regiones. Me gustaba mucho jugar al teatro. Eso sí me encantaba. A final de cuentas los juegos infantiles (de los años sesenta) no eran otra cosa que interpretar papeles, los niños que gozaban de los sitios llenos de árboles enormes, interpretaban diversos papeles que habían pepenado en las matinés del Cine Comitán. Uno podía ser Chita, no había fijón; claro que lo más importante era interpretar el papel de Tarzán, el rey de los monos. Así como estaban vestidos, los niños se trepaban a los árboles donde había cuerdas y columpios, en lo más alto jugaban a ser Tarzán y se desplazaban de una rama a otra, los más atrevidos se columpiaban en las sogas y volaban por los aires. En casa de unas tías de Carlos Robles, en la bajada de la Jurisdicción Sanitaria, había un sitio con árboles enormísimos, ahí Carlos, sus hermanos y amigos jugaban a ser Tarzán. Los vi desde abajo, porque me conocés, nunca he sido intrépido, jamás me atreví a ser Tarzán, bueno, ni siquiera Chita. En realidad, ahora lo entiendo, nunca me ha gustado ser actor, a mí me encanta estar en el escenario, pero tras bambalinas, si me toca ser telonero lo hago con gusto y con atingencia. Pero mis amigos sí jugaban a ser Tarzán, se atrevían a imitar el famoso grito, se golpeaban el pecho, una y otra vez, como diciendo acá está “sus padres”. Nunca me tocó ver a una niña que se atreviera a subir al árbol e interpretar a Jane, el Comitán de los sesenta aún tenía bien definidos los roles, las niñas jugaban a saltar la cuerda, a la matatena y a hacer comidita. Los niños tenían su casa del árbol y sólo permitían la entrada a varones, era como el famoso Club de Toby. Las niñas que se atrevían a adoptar papeles exclusivos de varones eran consideradas machorras; y lo contrario, los niños que no tenían inconveniente en hacer papeles de mujer y jugaban muñecas eran considerados mampos. Hoy sabemos que en el teatro japonés los varones representan papeles de mujer sin ningún problema. En realidad, hoy sabemos que en el gran teatro del mundo todo es posible, porque el gran escenario se enriquece con la profusión de caracterizaciones. Posdata: a mí me gusta el teatro. En algún momento de mi vida me subí a un escenario a interpretar un personaje; pero siempre me ha gustado más estar como espectador, siempre he disfrutado hacer lecturas de la vida. ¡Tzatz Comitán!