sábado, 17 de junio de 2023

CARTA A MARIANA, DONDE SE HONRA UN OFICIO QUE NOS HONRA

Querida Mariana: ¿de vainilla o de coco? Hay algunas personas que la piden mezclada, y así mirás que en el cono asoma un copete bicolor: amarillo y blanco. Hablo de la nieve y del nevero tradicional (“nievero”, le dicen algunas personas en el pueblo). Hasta el momento no he visto más que varones ejerciendo este oficio maravilloso, que es un personaje esencial en la imagen de Comitán. En el parque central hay cuatro o cinco neveros que, todos los días, llegan a vender sus riquísimas nieves. Cada uno de ellos honra un oficio que honra a este pueblo. En muchos pueblos del mundo existen neveros tradicionales. En México hay pueblos que son famosos por las nieves que ahí elaboran, no existe visitante que no entre a las neverías a solicitar las ricas nieves de muchísimos sabores. Una vez anduve con la familia en Tepoztlán, a las faldas del Tepozteco (no trepamos, nos quedamos en el pueblo, porque sólo fuimos un día). Aprovechamos a visitar el maravilloso convento, el Museo de Carlos Pellicer (ah, poeta enorme: “hermano sol, cuando te plazca vamos a colocar la tarde donde quieras”) y luego, mi mamá dijo que todo mundo iba en la calle comiendo nieve. Le preguntó a un chico dónde había comprado la nieve, el chico sonrió y le señaló con el brazo la cantidad enorme de neverías que había en la calle. Entramos a una y supimos que ahí, en el pueblo, vendían las nieves más ricas del mundo, con muchos sabores. Sí, nosotros no teníamos el referente que sí tenía medio mundo, las nieves de Tepoztlán son famosas, Tepoztlán es famoso por sus nieves. Pedimos nuestras nieves y descubrimos por qué la fama, sí, riquísimos helados artesanales. El otro día iba a la Casa de la Cultura, en Comitán, cuando me topé con el nevero que se coloca casi enfrente del portal, debajo de una agradable sombra, muy cerca del busto de don Mariano N. Ruiz. Me detuve tantito y vi que una pareja don dos hijitos pidió nieves, a la niña pequeña, don Armando le sirvió un poquito de nieve de vainilla en un cono (“no le dé mucho, porque anda con moquito”) y para el niño mayor sí un vaso grande con nieve de vainilla. Ese día, don Armando ofrecía nieve de vainilla y nieve de coco. En cuanto se fue la pareja con sus hijos aparecieron dos señores (luego me enteré que uno de ellos también se dedicó al oficio de nevero, durante algún tiempo, pero ya se dedica a otra cosa). Los dos señores saludaron con afecto a don Armando y uno de ellos pidió que le diera un combinado en un barquillo dorado (también luego me enteré que esos barquillos son los más caros, pero son los más ricos). Don Armando tomó el barquillo dorado con una servilleta, abrió uno de los tambitos y, con pericia, ayudado por un cucharón especial, sirvió nieve de vainilla, y luego, del otro tambito, sacó la nieve de coco y la magia se hizo, porque la combinación alegró el copete del barquillo. Los señores pagaron, se despidieron y, felices, fueron dando lamidas a la nieve. Sí, leíste bien, lamidas. El buen comedor de nieve saca la lengua y lame. La Arminda era tremenda (ahora ya se casó y es un modelo de señora), pedía una nieve cuando teníamos dieciséis o diecisiete años de edad y frente a nosotros sacaba la lengüita y lamía lentamente, casi diría que en forma deliciosa. “Hmmm”, decía, “qué rico”. Nos provocaba. Cuando don Armando quedó un rato sin compradores me acerqué a él y le pregunté si sólo Armando era su nombre. No, dijo, me llamo José Armando, y me contó que él ya no anda gritando por las calles anunciando su presencia como sí lo hacen muchos compañeros o como era costumbre en años anteriores: “¡nieve, nieve, nieve!”. Don José Armando lleva una campanita en su carrito, desde que sale de su casa, por el rumbo del Mirador, va por las calles tocando la campanita. Los niños y adultos que disfrutan sus nieves ya saben a qué hora pasa el nevero y salen corriendo cuando escuchan el sonido de la campanita. He visto a otros neveros que, en lugar de campanita, llevan un chunche que tiene una perilla de plástico, la aprietan y sale un sonido bien simpático: ¡nieve, nieve! Hay un compa nevero que no tiene un carrito tradicional de madera, él tiene un triciclo grande y ahí lleva los botes con nieve y, moderno, pone la clásica musiquita que acostumbran los camiones que venden helados. Tenemos de todo en Comitán. Lo que a mí me encanta es que algunas personas sigan ejerciendo el oficio, haciendo nieves tradicionales. Tal vez falta dar el gran paso, el que sí dieron en Tepoztlán. Un día, Luis me contó que en Caoh!, un local que está en la avenida que va al templo de San José, hacen helados de sabores que no son frecuentes, por ejemplo, me contó que había probado un helado de albahaca, que le encantó, pero no sólo eso, también me dijo que venden salvadillos con helado de temperante. ¡Pucha! En lugar de líquido preparan nieve de temperante. Se me antoja, debe ser una combinación genial. No sé si estoy inventando, pero parece que hay helado de limón y albahaca y le riegan polvojuan y tzisim. Dios mío, me hace falta ver más “bax”. Esta propuesta es genial. ¡Ni en Tepoztlán! Polvojuan y tzisim ¡sólo acá! Esto hay que promocionarlo más, bulbuluquearlo, que la gente que nos visita sepa que acá está una oferta sensacional. Don José Armando no se queja, gracias a Dios está bien de salud y vende muy bien sus nieves, porque son riquísimas. En estos tiempos de calores sofocantes cae muy bien una nieve de vainilla copeteada con nieve de coco. Pero no sólo de estos sabores hace sus nieves, cuando está de buenas (es un decir, siempre está de buenas) prepara nieve de melón o de cacahuate (pucha, debe ser riquísima, porque el cacahuate comiteco (la manía) es de un sabor especial, único); a veces prepara de mamey o de nanche (nantz). ¡Quiero, quiero! Sí, de estos sabores sí se me antoja, porque la nieve que probé en Tepoztlán era de frutas naturales. ¡Qué delicia para el paladar! ¡Qué bendición para la vida! Recuerdo que mientras comíamos el helado en las calles de Tepoztlán hurgábamos en los stands que ofrecían productos artesanales, era un gentío, porque viajamos en domingo. Imaginá la derrama económica que eso significó. Don Armandito ha dedicado más de treinta y ocho años de su vida a hacer nieve. No lo leás tan apresurado. Dije treinta y ocho años, ¡toda una vida! Toda una vida dándole sabor al pueblo. Ah, se me vuelve a antojar la nieve de mamey. Un día lo iré a buscar a su casa, le daré mi número de celular y le pediré, por favor, que me avise el día que prepare de mamey. Es una fruta que me encanta. Sé que su nieve lleva un poco de leche (yo no consumo lácteos), pero ese día, como la niñita que tenía moco, sólo lameré tantito la nieve, sólo para disfrutar el sabor exquisito de esa nieve preparada por don Armando. Su oficio no es sencillo, él se levanta a las seis de la mañana, cuenta: “comienzo, como dice la canción: a mover el bote”. Prepara el azúcar, el crémor (no sé qué será eso) y le añade la leche y comienza a mover el bote, con ambas manos. Luego le agrega el hielo (no compra, en su casa ya tiene un congelador que le provee el agua congelada). Mucha gente sabe que si al hielo se le agrega sal ésta preserva más tiempo el hielo. Don Armando le echa sal, para que el hielo le dure toda la mañana. Vi su carrito y entendí, más o menos, el proceso: los dos tambitos con nieve están dentro de un tambo mayor que permite abrazar con hielo los tambitos neveros. Don Armando le da vuelta y vuelta, luego se ayuda con una pala de madera hasta que el producto tiene la consistencia precisa, exacta. Desayuna, se despide y comienza la venta por las calles. Baja desde El Mirador al centro de Comitán, ahí ya los clientes lo reconocen y de inmediato le piden una, en vaso o en barquillo dorado. Don Armando tiene sesenta y un años de edad, gracias a Dios, se mantiene bien física y mentalmente. Su carrito de madera, pintado de verde, tiene un letrero que dice: “Ricas nieves”. Sí, todos los que prueban sus nieves atestiguan el lema, las nieves de don Armando son riquísimas. Él es un comiteco que contribuye a preservar lo más rico de nuestra identidad cultural. Posdata: Don Armando dice que como a las dos de la tarde ya terminó su venta, pasa a comprar azúcar o leche y se encamina a casa. La bajada fue más sencilla, pero lo bueno de la subida es que el carrito ya pesa menos. Don Armando es casado y tiene tres hijos. El oficio ha servido para llevar la vida con dignidad. ¡Tzatz Comitán!