lunes, 11 de enero de 2010

COMO SI TODO FUERA AYER


Con un abrazo para el Doctor Ramiro de La Fuente Castro y hermanos,
por la ausencia física de su mamacita.

El letrero dice: “Se escriben cartas de amor”. Está colocado en la parte de arriba de un local del interior del mercado. Cualquiera pensaría que en este siglo de Internet y mensajes instantáneos nadie solicitaría los servicios de este “escribano” especializado en cosas de amor, pero una mujer está sentada frente al escritorio donde el hombre -de gafas y con un mandil de dril- escribe sobre el teclado de una computadora que parece antigua y, sin embargo, no debe tener más de cinco o seis años.
La mujer descansa las manos sobre su regazo que tiene seis o siete meses de embarazo. No habla, pareciera que ha dejado a la experiencia del escribano la manifestación de sus sentimientos.
Sólo cuando la veo advierto lo evidente: en este pueblo, como en todos los demás pueblos de Chiapas, hay cientos y cientos de personas que no saben leer ni escribir.
El escribano es un hombre rescatado del ayer. El termo, la taza y el quinqué de petróleo corresponden a una escenografía del siglo pasado y sin embargo están sobre este escritorio que soporta el paso del siglo XXI. A veces, cuando vemos detrás de la fachada, vemos que miles de chiapanecos viven otro tiempo.
¿Qué le estará diciendo este escribano al amado de la mujer? Tal vez Juan (pongámosle un nombre) vive en los Estados Unidos y tiene años de no venir a la tierra donde nació (pero, ¿entonces de quién es el hijo que la mujer espera?). Descartemos la opción e imaginemos que Juan apenas cruzó la frontera y se fue de “mojado” porque acá no halló un trabajo y ahora -con la criatura- las responsabilidades han aumentado. Pero esto sería una historia común y por lo tanto poco creíble.
Tal vez la posibilidad del amado que hace años se fue sea más cercana a la verdad. La mujer (bueno, no ella, sino el escribiente) le notifica que espera un hijo de otro. Se lo dice de sopetón. Ya que la noticia es como un cuchillo mejor decirlo como si el viento abriera la puerta de un solo golpe.
Imagino que el escribiente envía todos los correos desde su dirección personal. Me gustaría tener acceso a su bandeja de entrada. Las respuestas deben estar llenas de historias increíbles. Con ellas se podría escribir miles de cuentos, cientos de novelas.
La mujer se para y saca un billete de su bolso (no distingo desde acá de cuánto es, pero el escribiente avienta el billete en una gaveta que abre. No da cambio).
Oigo que el hombre la cita para la próxima semana (tiempo suficiente para que Juan responda; si dentro de una semana no hay respuesta significará que ignoró a la amada). La mujer se apoya en los brazos de la silla de plástico y se para con cierta dificultad. Sale.
¿Le contestará el hombre? ¿Qué le dirá? ¿El escribiente le leerá el texto o modificará su contenido? Una vez, un escribiente me contó que, en ocasiones, alteraba el texto e inventaba la respuesta. La hacía más tierna, más cercana al corazón de la mujer que esperaba una respuesta luminosa. En la vida hay muchísimas historias semejantes. A veces nos callamos lo que queremos decir y cambiamos nuestros “textos”, sólo para no herir al otro.