lunes, 25 de enero de 2010

POR EL CIELO DE LAS PALOMILLAS





















Coquis Pulido, el Arenillero y Quique Robles, tomando vino en una plaza de Querétaro o de Valle de Bravo o de saber dónde.



Con un abrazo para la familia Bonifaz Cordero
por la ausencia física de Doña Elenita Cordero.



Esta Arenilla es como un homenaje a todas las palomillas del mundo, un reconocimiento a ese viento que derrama vida y se llama amistad.
Porque a veces nos creemos frágiles y pobres, sin darnos cuenta que poseemos canicas, trompos, nubes, pedacitos de madera, olor a juncia, hilos de viento y pétalos de sol.
Tío Lampo decía: “Cada paliacate trae sus propios dones bien envueltos”. Lo decía cuando miraba a un hombre con virtudes.
El Quique, como cualquier mortal, tiene virtudes y defectos, pero como es mi amigo, desde los tiempos del Big Bang, pongo los defectos en otra canasta, una donde viaja el Moisés de la memoria perdida.
Sólo aprecio sus virtudes y de éstas hoy resalto una: su innato don de liderazgo. Es, sin duda, el líder de nuestra palomilla, ¡siempre lo fue!
En la primaria “Matías de Córdova” yo fui cunca de Pepe Poo, pero al pasar a la secundaria “Mariano N. Ruiz” conocí a la palomilla: Miguel Román Marín, Pedro Avendaño Cancino, Javier Aguilar Carboney, Jorge Pérez Velasco y Quique Robles Solís. Fui admitido sin necesidad de algún ritual. Desde entonces Quique se volvió como mi lazarillo, y yo, hijo único, hallé a mis hermanos. Cuando yo quería jalar por mi lado, él, de manera afectuosa y enérgica, torcía el hilo y yo cabresteaba. Era como si él supiera por dónde debía yo caminar. Así casi casi dejé mi voluntad en sus manos y sin saber nadar crucé el río Grijalva; sin saber caminar anduve sobre los más altos montes de Uninajab; sin saber montar monté sobre “El filósofo”, un burro que para dar un paso lo “pensaba” dos o tres veces; y sin saber volar me volví papalote tataratero de todos los cielos de Comitán, de Tuxtla, de Cuernavaca, de Guanajuato y de la ciudad de México, siempre junto a él.
Fue el tiempo en que el Quique me daba un rifle veintidós o una escopeta cuacha y caminábamos por su rancho “Santa Lucía”; el tiempo en que me señalaba una piedra donde sentarme porque él aseguraba que por ahí el venado pasaría. Fue el tiempo en que yo prendía un cigarro y el Quique, a cien metros, me pendejeaba porque el venado olisquearía el humo, yo apagaba el cigarro y me quedaba horas y horas en silencio, en espera del venado que jamás llegó. Fue el tiempo en que yo pensaba que no quería matar un venado. Los venados y los conejos y las tiucas y las palomas y todos los animales del mundo me caían muy bien (con excepción de las pulgas) y yo no tenía corazón para matarlos, pero, estoy seguro, si hubiera aparecido uno de estos bichos frente a mí ¡le hubiera sorrajado un balazo en medio de los ojos!, sólo para que el Quique se sintiera orgulloso de mí.
Todos los de la palomilla éramos inseparables. El destino, sin embargo, nos hizo una torcedura. Una tarde en mi casa inventamos el Alfabeto “JAPE”, que era un código secreto con el cual nos comunicábamos. Se llamó así porque llevaba las iniciales de los nombres de los integrantes de la palomilla. Estuvimos todos, ¡menos Miguel!
¿Vos sabés, Quique, por qué Miguel no estuvo con nosotros esa tarde? ¿Por qué el pinche alfabeto quedó sin su inicial? ¿El destino nos estaba enviando una señal que no advertimos?
Varios años después Miguel murió, era muy joven. Desde el día de la muerte de Miguel llevamos una hendija por donde siempre se cuela un rayo apacible. Como nuestra palomilla no admite ausencias, Miguel siempre está en nuestro corazón. Siempre que nos juntamos él está con nosotros, con su risa de granada. Ahora te pido a vos, Quique, vos que sos el líder, modifiqués el nombre del alfabeto y le agregués la M, la M de Miguel, la de Mamá Anita, la de Medialuna. ¿Lo hacés?
Sé que como sos necio seguís matando palomitas, en lugar de aventarles maíz en una plaza llena de sol; pero también sé que sos el Notario más chipotludo de la región y planetas circunvecinos, así como un destacadísimo escritor de temas jurídicos; pero, por encima de todo, sé que aunque ahora marco mi camino, a veces añoro aquellos tiempos en que yo era como una línea de Enoch Cancino Casahonda y te seguía como “el cordero fiel de la leyenda”, porque ya lo dijo tío Lampo vos naciste con el don del liderazgo; sos como el Fidel Castro Ruz de la cuatitud.
Vaya esto como un abrazo para vos y como un homenaje para todas las pandillas del mundo.