lunes, 11 de diciembre de 2017
CARTA A MARIANA, CON AROMA DE PERRO
Querida Mariana: Los perros no piensan. Por ello, un doberman no puede saber la ferocidad de su raza, ni puede saber que un chihuahueño, a veces, enseña los colmillos como si fuese un doberman. Los seres humanos sí poseemos la capacidad de pensar, o cuando menos de eso nos jactamos. Así, Jorge podía, perfectamente, discriminar entre un chucho y una persona, pero como era tan jodón decía que Ramón era chihuahua, igual que el Toby, que era su chucho. Ramón lo toleraba y cuando Jorge le hablaba, emitía ladridos.
Digo que los perros no piensan, por lo tanto, no pueden saber si el destino de casa es mejor que el destino de calle; es decir, el chucho que anda por la calle no se le antoja, ni un segundo, pensar: “¡Ah, qué vida de perro tan perra! ¡Cómo no me tocó ser perro de casa como al cabrón de Toby!”. ¡No! El perro de calle anda por ella sin saber que le tocó un destino menos halagüeño que aquel que vive en casa, mimado por toda la familia.
Ni siquiera piensa: “¡Púdrete!”, cuando un tipejo lo patea en la calle o le echa agua para que se retire de su banqueta. Así pues, tampoco el perro de casa piensa: “Gracias, Dios mío, por darme esta ama tan buena”, a la hora que María lo envuelve en una frazada y lo lleva a una cama, como si fuese un bebé.
Los chuchos, tanto el de casa como el de calle, sólo sienten. Esto sólo trata de hacer obvio lo que ya dije al principio: Los chuchos no piensan. El pensamiento (nos lo han dicho los sabios, pero cualquiera de nosotros lo sabe) es un acto intelectual exclusivo de las personas.
Pero, imaginá que, como en película de caricatura, el chucho que tenés en tu casa ¡sí pensara!, ¿qué diría acerca de, por ejemplo, el trajecito que tu mamá insiste en ponerle, ya que “Se ve tan mono”? (Nunca he entendido esa comparación tan insólita: ¿Cómo un chucho se puede ver mono? Por favor, no vayás a decirle esto a tu mamá. Si de por sí no le caigo bien, si supiera lo que digo te prohibiría hablarme por el resto de sus días, que espero sea basto y de buena catadura.) Y digo esto, porque cuando un doberman le quita media nalga a un compa no pensó: “¡Anda, ahora sí te comeré las sentaderas!”. Los que saben nos han explicado que los chuchos atacan por instinto (quién sabe qué sea esto, pero no es un acto de pensamiento). Por el contrario, cuando un compa ataca a un chucho sí lo hace de manera consciente: “Chucho mierda, te voy a hacer picadillo”. Por eso, dicen, que algunos taqueros pensaron: “Nadie se dará cuenta”, y en lugar de ponerle carnita de res al taco le ponen de chucho callejero. Los chuchos no piensan el ataque, los humanos sí.
No hay diferencias notorias entre el chucho de la calle y el chucho de la casa. Marlene dice que ella adoptó un chucho callejero, en lugar de comprar un chucho con pedigrí, y sostiene que fue la mejor decisión que pudo haber tomado, ya que su chucho (“Derbi”) es muy cariñoso y agradecido. Marlene dice que los chuchos más amorosos son los de calle, porque saben que el dueño los sacó de una miserable condición. Lo dice con tanta convicción que nada digo. ¿De verdad el Derbi sabe que su vida ahora es mejor que antes? ¿No extraña aquellas jornadas en que, al lado de una jauría, recorrían jariosos las calles de Comitán detrás de una chuchita?
Cuando alguien dice que fulano “Es chucho para beber trago”, lo dice porque el fulano no razona la forma de su bebida. Bebe como los peces, en esta temporada navideña, que beben y beben y vuelven a beber.
Los chuchos no beben trago. En la calle no se advierte a chuchos bolos, como sí sucede con los teporochos que beben el famoso Charrito. La única vez que vi un chucho bolo fue la ocasión (estudiaba en la preparatoria) en que dos compañeros de clase forzaron a beber brandi a un perro de casa. Al pobre animal se le aguaron las patas y tatarateó de uno a otro lado. Mis compañeros disfrutaron la escena. Yo no. Yo sentí compasión por el animal.
Los perros no piensan. ¡Sienten! Los seres humanos pensamos y sentimos. Bueno, eso es lo que pregonamos.
Posdata: A mí nunca me gustó que, de niño, mi mamá me disfrazara. Pensaba: ¿Por qué no se disfraza ella?
Los chuchos no piensan. Tal vez por eso, los chuchos son tan fieles.