miércoles, 20 de diciembre de 2017
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA LA HAZAÑA DE LOS SOBREVIVIENTES
Querida Mariana: ¿Reconocés a la chica que está en la fotografía? Perdón, tenés razón, comencé mal la carta. Debí decirte que ese espacio ya no existe como tal y que la única sobreviviente es la chica de la fotografía, una chica bella que, con la moda de ese entonces (pantalones acampanados), sonríe como flor de aire.
Sí, querida Mariana, la fotografía fue tomada en Comitán (en los años setenta) y la banca de granito y travesaños de madera donde está sentada la chica es una de las tantas bancas que tenía el antiguo parque central de Comitán (parque hoy inexistente) y los edificios que se ven al fondo eran parte de la manzana que estaba entre el parque y el templo de Santo Domingo (manzana que es conocida con el nombre de “Manzana de la discordia” y que hoy tampoco existe).
¿Mirás qué cara de tiuca azorada tiene esta fotografía triste? Y digo que es una fotografía con cara de tiuca azorada porque ya nada de ella existe, sólo (¡bendito Dios!) la chica coqueta que, con las manos enredadas en una de sus rodillas, se muestra muy modosita, muy soy muy bonita, muy acá sólo mis bufandas unen cuellos.
La chica de la fotografía no tiene mucha conciencia de lo que está a punto de suceder, no sabe que, muchos años después (en 2017, por ejemplo) la fotografía servirá de referente para la cuerda de la nostalgia de muchísimos comitecos que, como ella, tuvieron la dicha de vivir ese Comitán del modesto parque central y de los andamios sentimentales de la manzana de la discordia. Porque (acá ya se advierte) los albañiles comienzan a tirar las casas de la manzana. Detrás de la chica se observa una escalera donde, como chango, se descuelga el albañil para tirar las tejas. ¿Mirás que ahí donde estuvo el café “La pantera rosa”, ahí donde estuvo “La marinera”, famosa cantina de tío Tavo (creador de las Macharnudas) se observa ya el esqueleto de la techumbre? Ese local ya no tiene cielo. La chica de la foto no lo advertía a cabalidad, pero en el instante que le tomaban la fotografía, le estaban tumbando parte de su cielo. ¡A muchísimos comitecos nos estaban tumbando parte de nuestro cielo! Con picos y palas deshacían parte de nuestra identidad, de nuestra historia.
La chica sonríe, porque mira hacia el frente. Estoy seguro, querida mía, que si hubiera vuelto la mirada habría llorado. Habría llorado al ver que desaparecían los lugares donde tomaba el café con sus amigos, los lugares donde compraba sus discos o la refacción de la bicicleta, los lugares donde tomaba un helado o miraba cómo jugaban dominó o billar. ¿Mirás lo que significa la palabra desaparición? Significa que ya nunca más volverás a tener esas hojas de menta en tus manos; significa que ya nunca más tus ojos treparán sobre las ramas de esa realidad. Significa que sólo a través de la cuerda del recuerdo tus pies volverán a caminar los callejones de luz.
En el fondo, a escasos metros de donde está la chica de la fotografía, estaba la Proveedora Cultural y ahí ella y sus hermanos, sin duda, compraron figuritas para llenar los álbumes de luchadores; y ahí, sin duda, ella compró las revistas de monitos (cómics) y compró algún libro que el maestro de literatura de secundaria le exigió como parte de su proceso de aprendizaje. ¿Algún enamorado le compró una cadenita de oro en el local de don Carlitos Escobar? ¿Ella compró algún jugo en el supermercado de doña Angelina? ¿Su mamá le compró una blusa en “Novedades Cecilia”? No lo sé. Lo que sé es que, ¡segurísimo!, ella caminó por las banquetas de la manzana, ya bien yendo al mercado Primero de Mayo o corriendo hacia la secundaria del estado, que estaba donde hoy es la Casa de la Cultura.
Es difícil que ahora podás tener una idea del lugar. Sólo te diré que ella está muy cerca de donde ahora está colocado el busto de Rosario Castellanos, obra del escultor comiteco Luis Aguilar. El fotógrafo está parado casi casi en la banqueta de la Zapatería Vives; ella está sentada contra esquina del Teatro Junchavín.
Ella, la chica de la fotografía, sonríe. Se aprecia que la mañana es espléndida, que todo fluye como zanate en el cielo. Casi no hay autos. Sólo (qué pena) algo distrae esa armonía: el polvo y el ruido que provocan las picotas. Todo está a punto de desaparecer, de perderse para siempre. ¡Menos ella, gracias a Dios!
Posdata: La chica de la fotografía ahora es poeta. Esa mañana no imaginó su destino, ni imaginó que estaba sentada donde, muchos años después, brotaría como fuente de bronce el busto de Rosario Castellanos. Esa mañana no imaginó, no supo, que las palas y picos le estaban arrebatando las orillas de su corazón, no lo sabía. No podía intuirlo. Era muy joven y miraba hacia el frente, hacia el futuro.